Gualeguaychú, un paso imprescindible para el cambio
Cuando en la mañana del 14 de marzo de 2015 hablé ante el Plenario de la Convención Nacional de la UCR, la tribuna de prensa estaba repleta de medios nacionales y extranjeros, varios canales transmitían en directo y la convención protagonizaba la conversación en las redes sociales. Pocas veces un evento interno de un partido de la oposición había despertado una expectativa semejante.
Ocurría que la sociedad era muy consciente de que allí se iba a decidir mucho más que la táctica electoral de un partido político. Las circunstancias habían situado al radicalismo ante una de esas encrucijadas que definen el futuro. Teníamos la llave que abriría o cerraría la puerta del cambio político y aquél era el momento preciso para hacerlo. Era entonces o no sería. Lo que intenté transmitir a mis correligionarios fue, ante todo, ese sentimiento de trascendencia del momento y de la decisión que íbamos a tomar.
El hartazgo de la mayoría social hacia el populismo de los Kirchner alcanzaba su punto más alto: la muerte del fiscal Nisman unas semanas antes nos había golpeado de forma inaudita. El fantasma del crimen de Estado se hizo presente de nuevo y activó los resortes más oscuros de la memoria colectiva. El cambio pasó de contemplarse como un horizonte deseable pero improbable a sentirse como una necesidad perentoria.
Los argentinos no kirchneristas -casi dos tercios del país- miraron a la oposición y nos lanzaron un mensaje apremiante: únanse. Busquen un acuerdo y ofrézcannos una alternativa de poder en la que podamos creer.
Sí, en marzo de 2015 se necesitaba hacer visible y operativa una alternativa real al kirchnerismo. Mi convicción era que la alternativa debía fundamentarse sobre la convergencia de fuerzas políticas que no participaron en el régimen. Que debía ser electoralmente competitiva, pero también disponer de una coherencia que le permitiera sustentar un futuro gobierno de coalición, que debía ser ideológicamente diversa, pero anclada firmemente en los valores del republicanismo democrático y que el concurso del radicalismo era clave para ponerla en marcha porque es la única fuerza, además del peronismo, que contiene las dos dimensiones, la nacional y la federal, sin las cuales no se puede comprender ni conducir la compleja realidad argentina.
El acuerdo de la UCR con Pro y la Coalición Cívica era en aquel momento el único acuerdo posible. De ahí nació Cambiemos. Estoy convencido de que si no hubiéramos dado aquel paso el cambio en la Argentina se habría frustrado una vez más. No todo se explica por Gualeguaychú, pero nada puede explicarse sin Gualeguaychú.
Dijimos allá que nos movían cuatro ambiciones: hacer que la Argentina tomara el camino del progreso económico y de la modernidad, fortalecer la institucionalidad democrática y el imperio de la ley, devolver la seguridad a los ciudadanos -la seguridad física y la jurídica- y restablecer la cohesión social y la unión de los argentinos. Hoy esas cuatro ambiciones definen la hoja de ruta del gobierno en el que participamos.
No debemos ocultar que el kirchnerismo dejó como herencia una situación calamitosa: la mezcla de estancamiento económico, inflación y déficit es explosiva, y lo es mucho más cuando viene acompañada por un gasto público incontrolado, un sistema productivo obsoleto, un aparato del Estado disfuncional y contaminado por la corrupción y una sociedad civil dividida y empobrecida. Por no hablar de un país desprestigiado en el orden internacional.
Esta difícil situación obliga a gobernar con las luces altas, mirando lejos, porque muchos de nuestros principales problemas sólo tendrán arreglo con políticas sostenidas en el largo plazo. Y, a la vez, obliga a mantener la atención sobre los múltiples obstáculos para evitar accidentes que frustren el proyecto.
El Gobierno ha optado sabiamente por un camino que yo describiría como "gradualismo enérgico". Gobernar cada día, pero manteniendo un rumbo reconocible. Afrontar con pragmatismo los problemas inmediatos, pero hacerlo siempre en la dirección que nos acerque a los grandes objetivos. Ser flexibles en lo táctico para poder ser constantes y eficaces en lo estratégico.
Relanzar la economía, reconstruir la institucionalidad, reparar el tejido social de la igualdad, encontrar nuestro lugar en el mundo: avanzar en cada uno de estos empeños exige hacerlo simultáneamente en todos. Es la gestión de la complejidad lo que hace que éste sea un tiempo apasionante.
Hay que habilitar espacios para todos los consensos posibles: socioeconómicos, institucionales y políticos. Se necesita un acuerdo entre los empresarios y los trabajadores para combatir la inflación; un acuerdo entre la Nación y las provincias para fortalecer los instrumentos públicos y concertar políticas de desarrollo y un esfuerzo de diálogo político para que la legítima competencia entre partidos no excluya la cooperación.
Estos primeros meses de gobierno también nos dejan algunas lecciones: por ejemplo, que la gestión y la política no son separables, porque la gestión sin dirección política es ciega y la política sin gestión es sólo retórica. Y también que para reclamar que se compartan los problemas hay que estar dispuesto a compartir las soluciones. En todo caso, hoy los argentinos tienen algo que se les negó durante demasiado tiempo: un gobierno que les dice la verdad.
Los radicales discutimos mucho y fuerte en Gualeguaychú, es algo que llevamos en los genes; pero hoy todos tenemos la conciencia tranquila y sabemos que aquel día hicimos algo bueno para nuestro país.