Groseros agravios y falsas imputaciones a un muerto ilustre
La política argentina se convirtió en una cloaca desde la cual se escuchan, ven y leen groseros agravios. La violencia verbal desatada nos retrotrae a los peores años de la vida argentina, cuando luego de las palabras vinieron las muertes, las bombas, la metralla, los secuestros, los atentados, asaltos a los cuarteles y una represión canallesca por parte del Estado, primero por parte de una organización paraestatal, la AAA (gobierno peronista de 1974/76)y luego de la dictadura militar, llamada “Proceso de Reorganización Nacional” (desde 1976 en adelante), con miles de desaparecidos y muertos.
Ahora tenemos a los trolls, desde donde se ataca con violencia y, la enorme mayoría de las veces, sin tener razón. Falta la valentía de dar la cara y exponerse a la discusión, ya que no aceptan el diálogo.
Pero eso no es lo más grave, no. Lo injustificable es tener a un presidente de la república que ha hecho del insulto y el agravio su arma preferida, violando el juramento de cumplir y hacer cumplir la Constitución nacional, cuyo Preámbulo establece que se sancionó “...con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior...”, entre otros objetivos. Obvio resulta que el Presidente no cumple con este cometido.
Su crítica brutal a determinadas líneas políticas no ayuda a la paz social ni a compartir esfuerzos en busca de un mejor presente y futuro para una sociedad repleta de problemas y carencias.
Ha elegido especialmente intentar destrozar a la UCR con groseros agravios a la memoria de Hipólito Yrigoyen y particularmente a Raúl Alfonsín, intentando cooptar a algunos que militan en sus filas pero que no tienen la convicción necesaria para defender la esencia de uno de los escasos grandes partidos políticos del mundo, que, constituido en el siglo XIX, se encuentra en constante actualización y que brindó al país ciudadanos ejemplares para presidirlo en cinco mandatos.
El contenido social-liberal-democrático del radicalismo molesta a todos quienes desde su fundación optaron por otras vías y otras ideas, ya sean los nacionalistas de tinte fascista del golpe de Estado de 1930, el fraude brutal hasta 1943. Distinto fue el golpe del GOU de 1943, cuyos ejecutores intentaron, y en alguna medida lograron, apropiarse de las banderas radicales, sumando radicales de la Junta Renovadora a un gobierno que terminó siendo una dictadura.
Luego otra dictadura, la corporativa de Onganía, antirradical por donde se la mire, y los PJK y sus intentos de seducción –a veces exitosos– de dirigentes radicales, hasta llegar al señor Milei, quien aborrece a esta expresión de libertad, y en particular a sus grandes líderes, con acciones y decires propios de un análisis más que político vinculado a una disciplina de la medicina. Dos expresiones entre las muchas efectuadas desde el poder nos llevan a advertir la magnitud de las falsedades con pretensión de agravio, aunque agravia quien puede y no quien quiere.
La primera tiene que ver con la descalificación que se intentó respecto de Hipólito Yrigoyen diciendo en 2024 que hacía un siglo se inició la decadencia argentina, justamente en 1924, cuando presidía la república Marcelo Torcuato de Alvear, cuyo sexenio marcó los mejores años de la historia argentina, como lo atestiguan todos los indicadores a los que se quiera referir y consultar. Es verdad histórica.
Pero la inquina con Yrigoyen choca con una opinión diametralmente opuesta, que fue la del cura Brochero, quien luego de una larga entrevista con don Hipólito, al salir manifestó que había hablado con un santo. El segundo ataque sin sentido fue a Raúl Alfonsín, acusándolo de todos los pecados posibles, y en especial de haber sido golpista contra De la Rúa.
Pero esa falsa opinión no se compadece para nada con la del propio De la Rúa, quien al referirse a don Raúl al ocurrir su deceso dijo que era su amigo, luchador con valores republicanos, democráticos, éticos que bregó por el respeto, por la paz, la solidaridad y la unión nacional, destacando sus luchas juntos (reportaje de Rodolfo Barili en Telefé). Es impensable que, si hubiera existido la conjura a la que se alude desde el resentimiento, hubiera sido posible que pronunciara esas palabras.
Es útil, cuando se producen afrentas a la memoria de un grande, conocer la opinión de figuras destacadas e indiscutidas de la vida institucional de las naciones democráticas, y así puedo referirme a la opinión de diversas personalidades. Luis Alberto Romero, por ejemplo, y su exposición en Raúl Alfonsín visto por sus contemporáneos, tomo III (compilación de mi autoría, editado por Lumiere en 2024, págs. 13 a 32, “Yrigoyen y Alfonsín: dos experiencias democráticas”).
O Julio María Sanguinetti: “...Más allá de su peripecia política, sin fisuras en su convicción democrática ni repliegues en conducta, en la perspectiva del tiempo se nos agranda, más que nunca el ejemplar humano...” (ver Retratos desde la memoria, Penguin Random, Montevideo, 2019, y Raúl Alfonsín visto por sus contemporáneos, tomo I, 2022. pág. 17).
O Joaquín Almunia, exsecretario general del PSOE: “...Su coraje y su tenacidad ante los grandes obstáculos a los que tuvo que enfrentarse, su habilidad para doblegarlos y superarlos, y su talante dialogante y humanista convirtieron a Alfonsín, y no exagero en afirmarlo, en el dirigente latinoamericano más apreciado en España por aquellos años” (op. cit., pág. 24). Su ejemplo, prosigue, debe servir de inspiración “para los actuales políticos en activo, y especialmente para las generaciones más jóvenes...” (op. cit. pág. 26).
José Sarney, a su vez, sostiene: “Raúl Alfonsín deja el testimonio de una vida ejemplar, que entra ahora para la eternidad de la historia como el patriota, el apóstol de la democracia, con la honradez de su trayectoria sin mácula, de su intransigencia con el quiebre de sus principios y valores morales. Nos deja el legado de haber elevado su voz de fuego y pasión como el abogado de la libertad. Fue el hombre que ayudó a cambiar, con Sanguinetti, su compañero en este sueño, la historia del continente, con la esperanza de la integración, idea generosa e irreversible... Raúl Alfonsín estará presente como monumento eterno de este futuro. Alfonsín luchó, como defensor fanático de esta causa, para derrumbar todas las dictaduras de América del Sur, peleando por la libertad, con su posición de ciudadano correcto, idealista, ¡luchador audaz, padre de la nueva democracia argentina, orgullo de su pueblo...!”(Raúl Alfonsín visto por sus contemporáneos, tomo III, pág. 352).
Y James (Jimmy) Carter: “La figura de Raúl Alfonsín quizá sea algún día completamente comprendida. Es mi ferviente anhelo que así lo sea. No significa esto que no sea merecedor de todos los honores que se le han dispensado. Sucede que esa valoración está muchas veces influenciada por su rectitud moral, y no es debidamente dimensionada. Él marcó una bisagra no solo en la historia de su país, sino que cambió el mapa político de todo el continente. Debería para esto recordarse en dónde estaba la realidad geopolítica de América del Sur en aquellos años: la Argentina era un avispero, y de pronto apareció este abogado y se consolidó como una formidable fuerza política en base a su propio mérito, con discursos extraordinarios y una teoría de Estado Nación que claramente no había tenido (ni los tiene aún) precedentes en la historia de ese país... combinando conceptos de Platón, citando a Lincoln y enarbolando el pensamiento de Montesquieu, y todo esto lo estaba haciendo en un momento divisorio, un momento de esos que sabemos afectarán el porvenir de manera indefectible... Por eso intuyo, y en realidad puedo asegurarlo, que su propósito verdadero era la refundación de la Argentina, no haciendo acopio de poder, sino consolidando las instituciones y la carta magna de su país. Es por eso por lo que debe, o debería en realidad, ser valorado, porque fue un revolucionario, no en el sentido romántico o utópico de una revolución, sino en el sentido de las ideas. Raúl Alfonsín fue un revolucionario del pensamiento político del siglo XX, y su estatura moral e intelectual es comparable a las mas encumbradas figuras de la democracia universal, no solo del siglo XX, sino de todos los anteriores” (documentación obrante en el Centro Carter, Atlanta, Georgia).
Después de esto, cualquier intento de morder el bronce de la figura de Raúl Alfonsín será vano.