Las huellas del dolor: claves para entender la obra de Graciela Iturbide
En FoLa se inaugura el miércoles una muestra individual de la fotógrafa mexicana
La figura de la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide tiene una resonancia inconfundible en el imaginario latinoamericano contemporáneo. Su ensayo sobre las mujeres de Oaxaca entre 1979 y 1988 marcó a toda una generación de artistas de la región. Vieron en ese trabajo la cristalización de una sociedad que, en manos de las mujeres, resulta más justa y equilibrada, despojada de prejuicios y en contacto directo con la naturaleza.
La obra de Iturbide se desarrolla en torno a una sucesión de “obsesiones”, como ella misma las define. Impulsos que pueden durar una semana o diez años y que la llevan a fotografiar casi en estado de ensoñación. “Yo no busco, encuentro”, insiste la fotógrafa.
El miércoles próximo se presentará en la Fototeca Latinoamericana (FoLa) una exposición individual que comprenderá tres series. La primera de ellas está integrada por las imágenes que tomó en el baño de Frida Kahlo, un espacio íntimo repleto de los objetos personales de la gran artista mexicana. El lugar estuvo clausurado por años hasta que la fotógrafa tuvo acceso a esos objetos del dolor amontonados en una tina.
La segunda serie registra plantas autóctonas de México en peligro de extinción que se encuentran en el Jardín Botánico de Oaxaca. Una vez más, la vulnerabilidad de la existencia sale al paso de la lente de Iturbide, que establece una analogía entre el cuerpo de Frida y estas plantas que también necesitan cuidados para mantenerse con vida.
Por último, un conjunto de autorretratos que viene realizando desde hace dos décadas sirve de personal encadenamiento entre los objetos retratados y su propia vida, la única manera en la que la artista concibe su actividad.
UN GRAN MAESTRO
No se puede entender la obra de esta fotógrafa sin hacer referencia a su maestro, Manuel Álvarez Bravo. Nacida en una familia conservadora, Iturbide se casó muy joven y tuvo tres hijos. Su sueño de estudiar y ser escritora tuvo que postergarse por años. Fue en la escuela de cine donde conoció al más importante fotógrafo mexicano del siglo XX.
Ese encuentro marcó un desvío vocacional y, al mismo tiempo, una definición de vida. Iturbide se formó como fotógrafa trabajando como asistente de Álvarez Bravo, quien además la introdujo en la pintura y la literatura. Fue su padre, maestro y mentor.
MUJERES PODEROSAS
En Juchitán, una pequeña población en Oaxaca, Iturbide realizó durante diez años su proyecto más ambicioso: retratar la vida cotidiana de una sociedad imbuida de los valores de la cultura zapoteca, donde la mujer se entrona –poderosa, grande, hermosa– y se da al hombre que quiere; donde la homosexualidad es tolerada y querida, y el hombre es apegado a la madre.
Con el libro Juchitán de las mujeres, Iturbide logró el premio Eugene W. Smith en 1987. Y en 2008, como homenaje a su trayectoria, el premio Hasselblad, la más grande distinción que pueda recibir un fotógrafo.
CIUDADES DESIERTAS
En 1997, Iturbide viaja a la India y fotografía en Benarés, Calculta y Bombay. Descubre en las calles de esas ciudades un paralelo simbólico con las de las ciudades mexicanas. En busca de otras maneras de representar la vida del hombre, se obesiona con el paisaje urbano marcado por la actividad humana en el que las personas desaparecen.
Así, comienza un cambio radical en su iconografía. Encuentra en el mundo de los objetos la mejor manera de retratar el drama humano contemporáneo. El resultado de esta exploración fue el libro No hay nadie, que reúne veinticinco imágenes tomadas en la India entre 1997 y 2010 y que ganó el premio PhotoEspaña 2010.
PASIÓN Y DISCIPLINA
Una de las principales características de la personalidad de Iturbide es su humildad. Esta actitud les da sentido a todos sus actos y, por supuesto, se manifiesta en su manera de fotografiar. “Nunca tomo una foto sin avisar”, sentencia cuando le preguntan por el enorme magnetismo que emanan sus personajes.
“Pasión y disciplina” es el único consejo que puede darles a los jóvenes que se inician en la profesión. “Que fotografíen lo que quieran, mientras lo hagan con pasión”, explica.
Sus cámaras favoritas son una Rolleiflex vieja y una Mamiya. Ambas de medio formato, le proporcionan un negativo grande que asegura una gran calidad de reproducción de los detalles, lo que más le importa lograr en una fotografía.
Pedir permiso, apasionarse y dejarse sorprender. La sorpresa es un factor determinante en la fotografía. “Si no me sorprende, no sirve de nada”, confiesa. Para Iturbide, la sorpresa se manifiesta en dos estadios sucesivos del proceso fotográfico: la primera, y la más importante, cuando encuentra qué fotografiar y dispara el obturador. La segunda, cuando mira la plancha de contactos y redescubre aquello que fue captado de manera instintiva.
La última etapa, fundamental en el proceso de producción, es “la prueba de la pared”. Para Iturbide, exponer una fotografía es poner a prueba su calidad. Un modo de reflexionar sobre la imagen, su autosuficiencia plástica y sus posibles combinaciones.
RETRATAR LA ESENCIA
“Graciela dejó hace años de retratar a la gente, al ser humano, para enfocar su lente en otro tipo de seres animados o inanimados, como objetos que parecen tener vida, plantas, pájaros y otros animales. El hombre desapareció de sus imágenes, su fisicalidad y su figura, pero no su condición ni sus características simbólicas esenciales, su dolor, su fragilidad, su vulnerabilidad, su espíritu alquímico y su libertad”, escribe Manuel Rocha Iturbide –hijo de la fotógrafa, compositor y artista sonoro– en el texto introductorio a la muestra de FoLa.
El único rostro humano que se verá en la exposición será el de Iturbide en sus autorretratos. Evocando sus obsesiones de siempre, la artista se apropia de su obra para reflejar en su apariencia la de aquellas legendarias mujeres de Juchitán.