Graciela Fernández Meijide: “Que Alberto Fernández ponga la cara no quiere decir que él gobierne”
Con 90 años recién cumplidos, la presidenta del Club Político Argentino reivindica una concepción universal de los derechos humanos, cuenta cómo superó la pérdida de su hijo y analiza el presente con lucidez
- 12 minutos de lectura'
Graciela Fernández Meijide, Nenuca para su madre, la niña que soñaba con ser aviadora o buzo, se sorprende de haber llegado a los 90 años. “La cifra me impresiona mucho. Nunca pensé que iba a vivir tanto. Me alegra que esa niña que fui haya tenido esas fantasías, pero mi realidad fue mucho más terrestre”, dice la mujer que saltó a la vida pública cuando tenía unos 50 años, empujada por la tragedia del secuestro, la desaparición y el asesinato de su hijo Pablo, que en ese entonces tenía 17, y cuya pérdida partió su vida en dos.
No ha parado desde entonces. A esos primeros pasos en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, donde recogía las denuncias de los familiares de desaparecidos, a su involucramiento en la Conadep, siguió su pasaje a la política partidaria de la mano de Carlos Auyero, su participación en el Frepaso y el fallido gobierno de la Alianza, hasta su alejamiento definitivo de la política partidaria, y la escritura de varios libros que le permitieron comprender lo que había vivido y la sacaron de una depresión brutal. “La terapia y la escritura fueron mi salvación”, dice.
Sus críticas a la partidización de los organismos de los derechos humanos y a la conversión en héroes de quienes participaron en las organizaciones armadas le valieron todo tipo de insultos y descalificaciones.
“Me han dicho de todo: traidora, negacionista. Siempre que te alejás del catecismo de la tribu, la tribu siente que traicionás”, sostiene. A pesar de eso, cuando Pablo Marmorato decidió encarar la biografía de Fernández Meijide, ella le pidió que hablara con todos, incluidas Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto, con quienes mantiene, desde hace décadas, grandes diferencias.
De su hijo Pablo sabe que fue asesinado en Campo de Mayo. No sabe cómo. No sabe cuándo. A pesar de que militares y familiares de las Fuerzas Armadas la contactaron alguna vez, nadie le hizo llegar información que haya podido comprobar. “Dentro de mi escepticismo esperanzado, perdí la esperanza de que alguien se anime a darme algo más”.
Preside el Club Político Argentino, una agrupación de intelectuales y profesionales muy crítica del kirchnerismo –de hecho, algunos de sus miembros fueron funcionarios o asesores de Juntos por el Cambio– pero tiene decidido dar un paso al costado y no reelegir. “Ya tengo 90 años y tengo dificultades para manejarme bien”, comenta.
Su voz suele ser convocada y escuchada. Con respecto al desempeño del actual gobierno y su peculiar conformación de origen, tiene una posición tomada. “Que Alberto Fernández ponga la cara no quiere decir que él gobierne. Y a esta altura, desgraciadamente, creo que las circunstancias nos gobiernan”.
La imagen de Fernández Meijide se viralizó en las redes sociales hace dos meses: aquella vez ella esperaba sentada su turno para ser inmunizada en algún vacunatorio de la ciudad de Buenos Aires. Transita la pandemia como puede: había logrado reunirse con su familia una vez por semana, cumpliendo todos los protocolos, pero ahora ha vuelto a replegarse. Dice que el estrés de la cuarentena agravó una maculopatía que ya tenía y ahora, la lectura, que siempre fue uno de sus grandes placeres, le exige el uso de lupas y artefactos que la ayudan, en parte, a seguir cumpliendo con ese ritual que tanto disfruta.
–Si tuviera que hacer un autorretrato, ¿cómo se describiría?
–Como una persona muy proactiva y que ante las grandes dificultades opta por hacer, a veces maníacamente, y no quedarse quieta. Hace un tiempo me hubiera descrito como una persona optimista. Ahora soy una escéptica esperanzada. Me puse muy realista. Tal vez porque sé que tengo ya poco tiempo por delante y entonces, con las fuerzas que tengo, trato de que salga lo mejor en cada circunstancia. El optimismo puro tiene mucho que ver con el pensamiento mágico mientras que el escepticismo está más atado a la realidad.
–Hace poco se cumplió un nuevo aniversario del 24 de marzo. Durante años, esa fecha convocó a todos a pesar de las diferencias que siempre hubo en los organismos de derechos humanos. ¿Por qué esa escena coral ya no sucede más?
–La última vez que convocó a varios hubo una explícita exaltación de la lucha armada. Desde la tribuna donde estaban Madres y Abuelas, un señor que en su momento había pertenecido al PC leyó los nombres de todas las organizaciones armadas que formaron parte de la guerrilla como si fueran héroes de la patria, como quien lee las batallas de San Martín. Eso quiere decir que el consenso del 83, que se basó en el Nunca Más, se rompió. Ese Nunca Más era nunca más al terrorismo de Estado, lo cual suponía nunca más los golpes de Estado militares y nunca más la violencia como herramienta de la política. Iba para todos. Hoy hay una exaltación exageradísima, que se extiende también a los ámbitos intelectuales, de lo que fue ese pasado de los años 70, donde hasta es pecaminoso decir “guerrilla” en vez de “organizaciones armadas”.
–¿Por qué esa necesidad de romantizar e idealizar ese pasado y por qué no hacerlo implica una traición?
–Porque está faltando imaginación en serio y un debate intelectual sobre qué queremos hacer con la Argentina del futuro. Aferrarnos al pasado y romantizarlo denota una incapacidad de pensar el futuro. Por eso repetimos errores desde el punto de vista económico y desde el político, incluso, con la incapacidad que tenemos para dialogar. En su último discurso, el Presidente dice que tenemos que hablar entre todos y lo primero que hace es hablar de “esta mala situación económica heredada”, le pega a la oposición y después dice que “hay que trabajar juntos para encarar la segunda ola del Covid”. Es decir, estás llamando a que te ayuden y les estás diciendo “ustedes nos jodieron”. Más allá de lo bueno o malo que haya hecho Macri, los treinta años de peronismo en la provincia de Buenos Aires existieron, no solo los cuatro de María Eugenia Vidal. Entonces, sentémonos y digamos “esto que hicimos estaba mal”.
–¿Cómo cree que la consideran desde los organismos de derechos humanos?
–Lo han dicho: negacionista, Siempre que te alejás del catecismo de la tribu, la tribu siente que traicionás. Y te van a tratar como traidora en tanto sigan siendo tribu. Ahora me acabo de enterar que va a haber una “Ley de registro único de la Verdad en el Archivo Provincial por la Memoria”. No se puede creer. ¡Cómo si hubiera una sola verdad en algún lugar y en alguna cosa! Es un pensamiento mesiánico, desgraciadamente, y además, discriminatorio. Todo lo contrario de lo que es la base de la existencia de los derechos humanos, que es el reconocimiento del otro y de sus razones. Todo eso se niega.
–Ha tenido grandes diferencias con Hebe de Bonafini. ¿Cómo la describiría?
–Hebe fue una persona inteligente y muy autoritaria que se quedó en una etapa que yo reconozco que también pasé, que es la del resentimiento. No pudo superarla. Y entonces ese resentimiento se expande como una mancha de aceite que toca todo. Desde ahí, da lo mismo enojarse con los militares que asesinaron a sus hijos que aplaudir a los aviones que tiraron abajo las Torres Gemelas.
–¿Haber sido víctima o familiar de víctima habilita a decir y hacer cualquier cosa?
–La respuesta es no. Nunca haber sido ni familiar de víctima ni víctima te da etiqueta de ser buena persona o de tener razón en cualquier cosa. Cuando asumió María Eugenia Vidal me convocó para ver si quería ser secretaria de Derechos Humanos y yo le dije las razones por las cuales no lo sería. Le dije: “Soy muy grande ya. Pero por sobre todas las cosas, no creo que deba existir un secretario de Derechos Humanos nombrado por el Ejecutivo, porque nunca va a actuar en contra del Ejecutivo. Y muchísimo menos, que haya tenido que ver directamente con la represión, porque eso significaría atornillar el tema derechos humanos exclusivamente a los 70”. Le aconsejé que cubriera esa función con un técnico o una técnica. Cuando sos familiar de un desaparecido, tenés dificultades para ser objetiva; además, esa condición no garantiza que seas buena haciendo políticas públicas.
–¿Cree que la dificultad para ir en contra del Ejecutivo se vio, por ejemplo, con las denuncias de Human Rights Watch y otros organismos respecto de las condiciones insalubres en los centros de aislamientos de Formosa? Desde la secretaría de Derechos Humanos se relativizaron las denuncias de abuso policial.
–Está claro que sí. La liviandad con la que fueron tratadas es un ejemplo de inacción por parte de un secretario de Derechos Humanos de nivel nacional. En ese sentido, hubo una protección al gobierno de Insfrán por parte del gobierno nacional, que no intervino para nada a pesar de que organismos internacionales hicieron graves denuncias. Es muy difícil que un secretario de nivel nacional diga que su gobierno o su partido está violando los derechos humanos. Por otra parte, para eso también está el Defensor del Pueblo, que acá hace años que no se nombra, una figura que tiene que ser totalmente autónoma e independiente de todos los poderes.
–A propósito de la publicación reciente de varias biografías políticas, recuerdo un libro suyo, La ilusión, sobre la Alianza, que era descarnadamente autocrítico y muy honesto.
–Fue lo más honesto que pude. Nunca uno es totalmente honesto porque ni siquiera los recuerdos coinciden exactamente con la realidad, después uno lo habla con otro y la cosa no era tan así. Por eso no se puede creer en una sola verdad. Me gusta una frase de Emmanuel Carrère: “Lo contrario de la verdad no es la mentira, es la certeza”. Cuando tenés certezas, dejás de averiguar, con lo cual la verdad se te va a escapar. Y nunca vas a tener la verdad completa, eso aprendí también. Cuando fracasó la Alianza, para mí fracasó un proyecto político importante. No fue solo un fracaso personal, sino que se trataba de un proyecto de un partido alternativo a las dos fuerzas tradicionales, con una agenda moderna. Yo diría una socialdemocracia. En ese momento no lo llamábamos así, pero hoy, mirando para atrás, nuestras pretensiones eran esas. Me puse a escribir y lo primero que escribí era sobre lo que me acababa de pasar. Me deprimí mucho. Tuve que volver al análisis. Creo en pedir socorro, creo en pedir ayuda. Es un libro de autocrítica que no apuntaba a que hubiera una segunda vez, porque yo dejé la política partidaria. No era un libro para hacer propaganda, era un libro para decir “esto nos pasó”.
–Salvando las distancias y las diferencias entre las épocas, los personajes y los contextos, ¿qué similitudes y qué diferencias hay entre aquella Alianza y la actual coalición de gobierno?
–Bueno, hay una diferencia fundamental: la base de esta alianza, aunque tenga pedazos, es el peronismo. Por lo tanto, hay una visión general que viene de ese peronismo al cual yo veo con una fuerte impronta socialcristiana, sobre todo con respecto a la cuestión de los pobres. En el caso de la Alianza, nosotros, el Frepaso, que era una fuerza nueva muy citadina y que crecía de una manera exponencial en votos, nos aliamos con los radicales porque tienen territorio y porque ya en el Congreso veníamos votando juntos muchas leyes. Siempre los acuerdos y las alianzas se hacen por necesidades mutuas. En el caso de la alianza que hoy gobierna, a mí criterio se hizo sobre la base de alguien que tenía un liderazgo con un voto duro de base de un 30%, sobre todo en el conurbano bonaerense, que no es poca cosa, y una persona inocua en la política. Es más, desconocida para muchísimos; una persona que había pasado por distintas fuerzas políticas y había recalado en el peronismo con presencia en el primer kirchnerismo y después se había ido. Para cualquiera, la pregunta es: “¿Qué gana Cristina poniendo a ese personaje como presidente? ¿A qué se compromete él cuando acepta?”.
–¿Y a qué se compromete?
–Para muchos de nosotros quedó claro que el compromiso de él era conseguir que la Justicia absolviera a Cristina de las causas de corrupción que tiene y que las pretensiones de ella eran ir vigilando la gobernanza, pero marcando su propia línea, que es lo que está ocurriendo.
–¿Y dónde está el poder en el Gobierno? ¿Es un gobierno bifronte?
–Decir que es un gobierno bifronte es mucho decir. Que él ponga la cara no quiere decir que él gobierne. Y a esta altura, francamente y desgraciadamente, creo que las circunstancias nos gobiernan. Por lo cual, la exigencia sobre la oposición es muy fuerte.
–¿Cuál es el gran desafío de la Argentina?
–El gran desafío hoy es encontrar una idea inspiradora que tenga que ver con un proyecto de cómo hacemos de esta Argentina un país con más visión. Eso se logra con esfuerzo, sin milagros, y sabiendo que no va a ser de un día para el otro. Primero, reconozcamos francamente que somos capitalistas. Porque esta confusión de apoyar a Maduro, a Evo Morales, a Cuba y después hablar con Biden. ¿Este es un país socialista? No, no es un país socialista. Ya se vio lo que fue la aventura del intento socialista acá y lo que fue el socialismo real en otro lado. ¿Cómo se sale de la pobreza? Se sale con crecimiento económico. Y para eso necesitás inversión, y para que haya inversión necesitás confianza y credibilidad. Y eso es lo que hoy no hay.