Gracias, Alberto, gracias, Cris: no me animaba a volver
Cuando me fui de vacaciones, muy decidido a desenchufarme en serio, el fantasma era que a la vuelta no iba a saber de qué hablar. Pero volví y Alberto y Cristina, supergenerosos, se ocuparon de que no me faltara nada. Alberto, Cristina, Guzmán, Máximo… y un elenco interminable trabajando para mí. No puedo más que agradecer ese esfuerzo coral. Lo han hecho muy bien; es decir, esto es un desastre.
Desastre es una palabra gritona, de esas que una columna proverbialmente mesurada debería evitar; pero resulta difícil encontrar otra que cuadre tanto (probé con catástrofe, terremoto, hecatombe, y me parecían todavía más histéricas). Mientras el Gobierno trataba de cerrar un acuerdo con el Fondo Monetario, Cristina acusaba en Honduras al Fondo Monetario de alentar el narcotráfico. Con esa ligereza que a veces tenemos los periodistas, yo la interpreté: “Alberto, no negocies con narcos”. ¿Una frase para meter miedo en el FMI en un momento crucial de las conversaciones? No hacía falta. Lo que se anunció hace dos viernes, el principio de acuerdo que, convengamos, nos perdona bastante la vida, demuestra que en el Fondo estaban asustadísimos. El país estaba al borde de una corrida, de un estallido inflacionario. El arreglo al que se llegó, si no se desarregla, puede sentar jurisprudencia en el organismo; a esa línea de asistencia financiera de emergencia posiblemente se la denomine fruit line, un instrumento adecuado para repúblicas con vocación bananera.
Pongámonos en la cabeza de Georgieva y su staff. Ella ha hablado varias veces con Alberto, personal y telefónicamente. Digo, ya le sacó la ficha: un señor que no entiende nada de economía, un presidente que no preside, un zarpado que trata de indios a los mexicanos y de monos a los brasileños, un audaz que decreta la muerte del capitalismo, un tipo cariñosón que le dice a Putin que por fin tiene “el honor de mirarlo a los ojos”. ¡A Putin, entrenado por la KGB para tener la mirada más gélida de la historia! A Putin, que nos vende vacunas que después nos retacea. Hay que imaginarse las cosas que le habrá dicho Meme a Kristalina. No, mejor no imaginar nada. Odio meterme en problemas con Fabiola.
"Todavía estamos sin acuerdo, con el Frente de Todos estallado y el profesor haciendo de las suyas por el mundo"
A los técnicos les toca reunirse con Guzmán, otro atrevido, otro encantador de serpientes al que se le debe reconocer un trato equitativo: va con el cuento de la buena pipa a Washington, pero también a la Casa Rosada, también a Uruguay y Juncal. Mientras negociaban un ordenamiento de la economía, Alberto, Cristina y Guzmán la desordenaban cada día un poco más. Doy hasta lo que no tengo para saber qué piensan en el FMI de nosotros. De nosotros y de esta gente a la que le hemos confiado nuestro destino. Por ejemplo, si la deuda maldita de 44.500 millones de dólares era en 2019 el mayor desafío que iba a enfrentar el nuevo gobierno, ¿cómo el profesor y Cris no se pusieron de acuerdo en lo más elemental: pagar o no pagar? ¿Había algo más importante que resolver eso? Sin quitarles mérito, por supuesto, a otras cuestiones fundamentales, como cuál de los dos iba a vivir en Olivos.
De nuevo: el Fondo se encontró con un panorama extraño, atípico: un presidente singularmente despistado y que se lleva a las patadas con su vice, hasta que un día dejan de llevarse; un gobierno sin programa, un ministro de Economía al que sus súbditos le niegan un aumento de las tarifas, guerras intestinas, revoleo de cartas, asonada de golpe de palacio y un derroche monumental de fondos que no logró evitar el mayor traspié electoral del peronismo en toda su historia. Para encarar la negociación bajo estas circunstancias, Kristalina desechó el consejo de expertos en finanzas y recurrió a psicólogos, antropólogos, espiritistas y gurúes orientales, estudió letras de tango y consultó a Ludovica Squirru y Jimena La Torre. Al cabo de este proceso llegó a la conclusión de que se estaba enfermando y de que el kirchnerismo es la cepa más peligrosa del Covid. Reunió al directorio para comunicar su decisión: “Estoy pensando en renunciar y hacerme monja de clausura. Hagan ustedes con la Argentina lo que quieran”. La convencieron de que postergara esos planes y aceptara un preacuerdo de morondanga, un programita corto más o menos tolerable, nada que supusiera reformas de fondo, grandes esfuerzos, ajustes compulsivos. “Los que tenemos que ajustarnos a la realidad somos nosotros: con estos tipos no se puede hablar”, dijo uno de los directores. De ese voto de confianza a la jefa, y desconfianza en la Argentina, surgió el principio de acuerdo conocido el viernes 28. Cuando se enteraron de las mentiras coladas durante el anuncio en Buenos Aires, de las críticas del colectivo kirchnerista, de la renuncia de Máximo en Diputados, del silencio ominoso de Cristina y del juego de seducción explícita de Alberto con Putin, los capos del Fondo decidieron también ellos estudiar alternativas para sus vidas.
Así estamos hoy: aún sin acuerdo por la deuda, sin rumbo económico, con una marcha contra la Corte convocada por condenados por corrupción, con el Frente de Todos estallado, el FMI confundido y el profesor haciendo de las suyas por el mundo.
Sigo buscando una palabra menos dramática que desastre. No la encuentro.