Golpistas en tono sepia
Mi hijo menor subió las escaleras agitado, sus palabras se resquebrajaban en el aire: “¿Viste lo que está pasando en Turquía? ¿Viste a los militares disparándole a la gente? ¿Viste eso, mamáaaaa?”. Con diecisiete años, las escenas que transmitían las redes y los canales de televisión lo habían perturbado; nunca antes había visto algo así, con imágenes tan desconocidas para él y, en cambio, tan familiares para mi generación. Cuando llegó para avisarme que el mundo estaba en convulsión, hacía rato que yo estaba sumergida buscando entender qué había pasado, a qué llamaban golpe de Estado y preguntándome si el presidente Erdogan estaría vivo, al tiempo que anotaba nombres difíciles de pronunciar, releía viejas notas para entender por dónde venía el conflicto y miraba de reojo las imágenes inquietantes que salían de mi notebook en las que enfervorizadas multitudes en las calles enfrentaban a los tanques. Mientras lo escuchaba hablar, recordé una vez más los minutos eternos que duró el recorrido entre mi casa y el consultorio de mi padre, el 11 de septiembre de 1973; es decir, me vi a mí misma, que entonces era bastante más chica que Manu, ese día en el que salí corriendo para avisarle a mi viejo que en Chile los militares estaban bombardeando el Palacio de La Moneda, el día del golpe de Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende. El aviso conmovido de mi hijo llegó en simultáneo con la turbulencia en Turquía, un país lejano pero acá nomás en la era de las comunicaciones globales. El mío a mi padre, en cambio, fue vaya a saber con cuánto tiempo de demora. Seguramente había escuchado la noticia por televisión minutos antes de golpear la puerta del consultorio. Creo que no hablé de golpe ni de bombardeo, creo que en realidad le dije: mataron a Allende.
Mientras resistía en la casa de Gobierno, en un inento de protección Allende había pedido por radio a los trabajadores que se mantuvieran en calma y movilizados, pero en sus lugares de trabajo y, sobre todo, que no respondieran a las provocaciones. Muchos años y varios universos después, el presidente Erdogan, quien se encontraba de vacaciones cuando ocurrió el levantamiento, habló por Face Time, la aplicación de Apple, para pedirle a la población que saliera a la calle a resistir el golpe de Estado. La imagen de Erdogan en la pantalla del celular transmitida por TV seguramente quedará como una marca de época. Las imágenes de miles de hombres desarmados enfrentando a los sublevados armados hasta los dientes y tomando sus tanques, también. El arco opositor en pleno respaldó al presidente y rechazó a los golpistas, igual que académicos y periodistas, y hasta hubo algunos de estos últimos que de manera firme no permitieron que los militares tomaran sus redacciones: enorme respuesta por parte de un colectivo que viene siendo afectado por juicios y encarcelamientos como toda forma de respuesta a coberturas que el gobierno de Erdogan considera lesivas a su investidura o, directamente, traición a la patria.
No sorprende que la gente haya respondido al pedido presidencial de resistir y defender a las instituciones: no hay entre los turcos buenos recuerdos de los golpes militares y todos siguen prefiriendo vivir en democracia y elegir a sus gobernantes. Sin embargo, lo que no deja de ser curioso es que la misma persona que ha demostrado en los últimos años ser tan poco afecta a las manifestaciones callejeras y a la libertad de expresión de los ciudadanos haya hecho semejante pedido, casi una extorsión moral y una manera de tomar a la ciudadanía como ejército personal. A juzgar por los resultados, posiblemente Erdogan advirtió a tiempo también que las mismas herramientas tecnológicas y las redes sociales que habitualmente lo ponen en cuestión por su creciente y descontrolado autoritarismo y su exceso de celo sobre la palabra del otro, también podían salvarlo.
Una de las preguntas que sobrevuelan un episodio del que aún quedan muchas dudas es cómo hicieron los miles de complotados para mantener en reserva los planes para derrocar al gobierno en tiempos en los cuales todo se filtra todo el tiempo. Junto con este interrogante, una observación: mientras Erdogan apeló a los recursos más innovadores para conmover a la ciudadanía en una demostración de pragmatismo político, el tono sepia en que los militares turcos se movieron durante la intentona golpista pareció replicar modalidades de archivo, con tomas de canales estatales, lecturas de bandos militares, aplicación de toque de queda y ley marcial. Se les escapó un detalle importante para planear una movida de esta envergadura: la voluntad social de acompañamiento. Tal vez el mismo aislamiento que los habilitó a mantener una insólita reserva para sus planes es el que no les permitió advertir que estaban solos, muy solos de apoyo popular.
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