Elecciones en América Latina. Gobiernos con popularidad volátil en sociedades divididas
Este año habrá quince elecciones en la región; esta agenda intensa llega en un contexto de pandemia y retracción económica, lo que anticipa mayor alternancia, ciclos políticos cortos y el riesgo de que prevalezca o avance el virus populista
Mientras los latinoamericanos luchan por dejar atrás el aciago 2020, lidian con una pandemia que ya ha dejado más de 550.000 muertos e intentan recuperar sus economías de la peor recesión en un siglo, atraviesan a su vez un nuevo súper ciclo electoral que inició con los comicios generales bolivianos de octubre de 2020 y que culminará recién a fines de 2024. Durante este período, todos los países latinoamericanos, excepto Cuba, irán a las urnas para elegir o reelegir por voto popular directo sus respectivos presidentes y legisladores.
Este año habrá quince procesos: cinco elecciones presidenciales y legislativas (en Ecuador, Perú, Chile, Nicaragua y Honduras); tres comicios exclusivamente legislativos (en El Salvador, la Argentina y México); elecciones para constituyentes en Chile; y varias votaciones de corte local o regional en seis países (El Salvador, Bolivia, Chile, México, Paraguay y Venezuela).
Esta intensa y decisiva agenda electoral tendrá lugar en un contexto regional complejo, caracterizado por una severa pandemia, una brutal contracción económica (-7.7% del PIB promedio regional en 2020, según la CEPAL), fuerte aumento de la pobreza (40 millones de nuevos pobres), del desempleo y la informalidad, gobiernos muy endeudados y una ciudadanía irritada, temerosa y fatigada que reclamará, en las calles y en las urnas, medidas oportunas y eficaces de protección frente a la pandemia y sus efectos económicos y sociales. El crecimiento regional previsto, del orden del 3,5% del PIB en 2021, no alcanzará para paliar la destrucción económica sufrida ni revertir las pérdidas en materia de desarrollo humano.
Viejo y nuevo ciclo
El nuevo ciclo tiene semejanzas y diferencias con el súper ciclo electoral anterior de 2016-2019. Voto castigo a los oficialismos, alta polarización (grieta), fragmentación política, uso creciente de las segundas vueltas para definir la contienda presidencial y heterogeneidad ideológica son tendencias que continuarán presentes.
La reelección presidencial inmediata, en cambio, seguirá perdiendo fuerza. La derrota de Mauricio Macri y la crisis político-electoral que frustró la intención de Evo Morales de perpetuarse en el poder en Bolivia, ambas en 2019, evidenciaron la dificultad de repetir mandato hoy. Este fenómeno abrirá espacio a caras nuevas o a personajes de reconocida trayectoria política, pero que aún no han accedido a la presidencia. Es deseable que esta renovación de liderazgos permita el regreso de las mujeres a la presidencia en algunos países, ya que actualmente todos los mandatarios latinoamericanos son hombres.
Consecuencia del acelerado desgaste que sufren muchos de los gobiernos de la región y del voto castigo, veremos mayor alternancia y ciclos políticos cortos. Gobiernos sin mayorías claras y con popularidades volátiles serán el reflejo de sociedades polarizadas y fragmentadas, donde alcanzar consensos se volverá una tarea compleja. El desafío inmediato de muchos mandatarios implicará calibrar medidas que mantengan en calma a la "calle" con propuestas fiscales responsables, que les permitan acceder a paquetes de ayuda de organizaciones crediticias internacionales, renegociar con acreedores y atraer inversionistas. Aquellos que fracasen arriesgan ver resurgir las protestas sociales que observamos a fines del 2019.
Lo que está juego
Es claro que cada país enfrenta coyunturas particulares que marcarán sus elecciones.
El 7 de febrero tendrán lugar los comicios presidenciales y legislativos en Ecuador en una coyuntura económica muy difícil y con un alto número de indecisos: entre el 30% y el 60%, según la mayoría de las encuestadoras. No está claro si la elección quedará definida en primera vuelta o si habrá necesidad de ir a una segunda. La disputa está centrada entre un giro conservador liderado por el banquero Guillermo Lasso o el regreso del correísmo de la mano del joven ex ministro Andrés Araúz. A casi dos semanas de las elecciones, Araúz encabeza las encuestas de intención de votos, seguido de Lasso, mientras Yaku Pérez, dirigente indígena del partido Pachakutik, se ubica en el tercer lugar.
Entre abril y junio, Perú escogerá a un nuevo mandatario en medio del Bicentenario de la República, que lo encontrará sumido en una crisis institucional por los constantes choques entre el Ejecutivo y Legislativo y los altos niveles de corrupción. Las elecciones tendrán lugar en un contexto de apatía ciudadana y alta dispersión de los apoyos en una veintena de candidatos presidenciales, donde muchos generan más rechazos que simpatías. De momento, George Forsyth, exfutbolista y exalcalde de La Victoria, lidera las encuestas con una intención de votos que, si bien no es alta, duplica la de Keiko Fujimori, Julio Guzmán y Verónika Mendoza, quienes tendrían la mayor posibilidad de pasar a una segunda vuelta. Pero la elección sigue abierta y no hay que descartar una sorpresa de último momento.
Durante todo 2021, Chile será un verdadero laboratorio electoral con elecciones municipales, regionales, legislativas y presidenciales, pero más importante aún de constituyentes. Al alero de una reciente revuelta social, la democracia chilena renovará todas sus autoridades y, muy probablemente, también adoptará una nueva Constitución el año próximo, lo que pone a prueba su capacidad institucional para manejar tanta incertidumbre. A nueve meses de las elecciones presidenciales y legislativas (del 21 de noviembre), las encuestas muestran un alto número de candidatos, entre los que destacan, por ahora, Joaquín Lavin, Evelyn Matthei y Felipe Kast en el sector de centro derecha y derecha; Paula Narvaéz, Heraldo Muñoz y Ximena Rincón en la centro izquierda; y Daniel Jadue, Pamela Giles y Beatriz Sánchez en la izquierda.
Nicaragua tiene programadas sus elecciones generales para el 7 de noviembre, pero aún no es claro si Daniel Ortega buscará extender sus 14 años de mandato o si cederá la candidatura a su esposa y actual vice presidenta, Rosario Murillo. A menos que haya una reforma electoral en los próximos meses que ofrezca garantías reales, el proceso carecerá de los niveles mínimos de integridad electoral, profundizará los rasgos autoritarios del actual régimen y agravará la crisis política.
Dos semanas más tardes, Honduras, que sigue sufriendo los efectos políticos del golpe de Estado de 2009 y la cuestionada reelección de Juan Orlando Hernández en 2017, celebrará sus elecciones presidenciales y legislativas en un clima de tensión y desconfianza.
Por su parte, El Salvador, México y la Argentina celebrarán elecciones legislativas en febrero, junio y octubre, respectivamente, que además de sus consecuencias en materia de gobernabilidad, servirán para medir el capital político de los presidentes Nayib Bukele, Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández. Todo pareciera indicar que los dos primeros mandatarios saldrán fortalecidos mientras el tercero podría recibir un castigo en las urnas si la economía y la pandemia no mejoran. El papel de las oposiciones en los tres países (ir unida y con propuestas creíbles) será un factor clave a la hora de definir los resultados de estos tres procesos.
Riesgos y desafíos
El año se anticipa complejo, con un alto nivel de incertidumbre y múltiples desafios en nuestra región. Los gobiernos deberán gestionar con éxito la pandemia y las campañas de vacunación; reactivar la economía; evitar una nueva ola de protestas; celebrar elecciones con integridad y proteger la democracia.
La abultada agenda electoral enfrenta múltiples desafíos, aunque las experiencias de 2020 demuestran que sí es posible celebrar elecciones con garantías y buenos niveles de participación en tiempos de pandemia. Existe, sin embargo, el riesgo de un uso clientelista de la entrega de ayudas sociales o de la distribución de las vacunas durante las campañas electorales.
Los ciclos políticos cortos entrañan un segundo desafío. Habrá que aprender a convivir con una alternancia frecuente y una mayor heterogeneidad ideológica, lo cual complica la gobernabilidad y la posibilidad de alcanzar los acuerdos que permitan reescribir los contratos sociales y adoptar las políticas estratégicas de largo plazo que la región necesita con urgencia. Para eso será necesario hacer ajustes institucionales y avanzar hacia un presidencialismo renovado o un sistema semipresidencial.
Pero el riesgo mayor es que este nuevo super ciclo electoral, a consecuencia del malestar ciudadano y la falta de confianza con las élites y partidos tradicionales, abra camino a mayor inestabilidad y volatilidad y facilite la llegada de nuevos líderes populistas con habilidad para interpretar sensibilidades o angustias y traducirlas en promesas electorales seductoras. Frente a esta grave amenaza, urge unir esfuerzos para evitar que el virus populista prevalezca en las urnas y ponga en peligro a la democracia.
Director IDEA Internacional