Giordano Bruno, los inquisidores y el liberalismo
Giordano Bruno (1548-1600) integra una trágica saga de figuras históricas condenadas a muerte por defender sus ideas y creencias. Son ejemplos Sócrates, Hipatia, San Pedro, Juana de Arco, Tomás Moro, Miguel Servet, Alan Turing. Galileo Galilei fue obligado a retractarse de sus ideas y condenado a prisión domiciliaria hasta su muerte. Nelson Mandela soportó estoicamente veintisiete años de prisión por luchar contra el apartheid. Entre ellos, Giordano Bruno reúne la peculiar condición de haber sido perseguido por sus ideas científicas y por sus creencias religiosas. En su juventud se ordenó sacerdote, pero pronto dejó los hábitos. Inició una vida errante de viajes. Tuvo presencia en las universidades de Ginebra, Toulouse, Oxford, Marburgo, la Sorbona, Wittemberg, Helmstedt y debió huir de la mayoría por sus críticas al pensamiento vigente.
Nacido en Nola, cerca de Nápoles, fue perseguido por católicos y calvinistas. Se opuso a los humanistas de la época defendiendo la búsqueda de la verdad propia de la filosofía. Adhirió a la visión del sistema de Copérnico, en un tiempo en que la Iglesia lo negaba, pero frente al naciente racionalismo, que conducirá a la era moderna dominada por la técnica, defendió una visión orgánica sobre el hombre, resumida magistralmente en su frase: “En cada hombre, en cada individuo, se contempla un mundo, un universo”. Postuló primero que nadie que el espacio es infinito, el movimiento de las estrellas y la pluralidad de mundos, doctrinas que con los años se probarían acertadas.
Su cruzada intelectual y moral fue contra la ceguera, el fanatismo y el error de las creencias de su época. Pero al abrir tantos frentes de crítica facilitó que sus enemigos lo acusaran ante la Inquisición, que, tras una extensa lista de herejías religiosas y científicas, lo condenó a morir en la hoguera.
A lo largo de la historia la persecución de disidentes ha sido una constante. Esta trágica práctica fue denunciada por la irrupción del liberalismo. El liberalismo se opuso a toda forma de absolutismo e inició la defensa de los derechos del hombre, civiles, políticos y sociales. Una de sus primeras y más excelsas expresiones es la Carta sobre la tolerancia, publicada por John Locke en 1689. En esa obra señera del liberalismo, el gran filósofo inglés escribe: “El Estado es, a mi parecer, una sociedad de hombres constituida para preservar y promover simplemente los bienes civiles. Llamamos bienes civiles la vida, la libertad, la salud, la inmunidad del dolor, la posesión de cosas externas, tales como la tierra, el dinero, los enseres, etc. El deber del magistrado civil consiste en asegurar, en buen estado, a todo el pueblo, tomado en su conjunto, y a cada individuo en particular, la justa posesión de estas cosas correspondientes a su vida con leyes impuestas a todos en el mismo modo”. Así, el liberalismo se constituyó en el albacea de la libertad de pensamiento, en el defensor irrestricto de la vida privada frente al Estado y en el promotor de la igualdad ante la ley, cuna de la democracia.
Giordano Bruno fue un apóstol del pensamiento libre. Su estatua en el Campo de’ Fiori, en Roma, también fue eje de sordas disputas entre quienes deseaban homenajearlo y quienes se oponían. Ubicada donde fue quemado en la hoguera, su mirada severa parece dirigirse a sus acusadores; sus manos están cruzadas sobre un libro, como si estuvieran encadenadas y le impidieran abrirlo. Una capucha que cubre su rostro le otorga al conjunto escultórico un matiz insondable. Hoy representa un símbolo de la libertad de pensamiento frente a los inquisidores de todos los tiempos.