Get Back, el acto creativo en carne viva
Un documental impecable que tendrá a los expertos de muchas disciplinas ocupados durante décadas
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Get Back, el documental de Peter Jackson sobre Los Beatles, es muchas cosas. Tantas, que me temo que será objeto de estudio en numerosas disciplinas durante décadas; en algunas, obligará incluso a reescribir los manuales de procedimientos. Intentaré no hacer spoiler en los siguientes párrafos, aunque no puedo prometer nada. El documental dura nueve horas y, teniendo tantas capas narrativas, es difícil no frustrar alguna sorpresa. Con todo, la historia es bien conocida y no debería haber demasiados sobresaltos en el aspecto argumental. Los hay, sin embargo, en otras áreas.
Get Back es muchas cosas y cada cual verá el documental de una forma diferente (cada vez que lo vea). Desde mi perspectiva, uno asiste a un monumental brainstorming. Diré más: es algo así como el guion del brainstorming perfecto. Pero uno es testigo, además, y esto resulta estremecedor, del acto creativo en carne viva. Es verdad que lo que se ve en la pantalla no es todo lo que pasó. Es una edición (que a Jackson le llevó casi cuatro años) del video (unas 60 horas) y el audio (150 horas) registrados por Michael Lindsay-Hogg para su documental sobre la producción del álbum Let It Be. Así que las nueve horas que dura el documental no son todo lo que pasó y pasaba. Pero uno ve nacer –literalmente nacer– canciones como Don’t Let Me Down, Get Back, I’ve Got a Feeling y Octopus’s Garden, entre otras. En particular, impresiona ver el tímido alumbramiento de Let It Be, uno de los himnos de Los Beatles y una de las mejores canciones de todos los tiempos.
Sin embargo, y más allá de la edición, que por obvias razones busca reforzar este hecho, nadie le presta demasiada atención a un McCartney que está tocando por primera vez esos acordes que harán historia. A Lennon la canción parece no gustarle y no pierde oportunidad de tomarle el pelo, en particular a la letra.
Hay mucho más por analizar aquí (Get Back originará volúmenes, pueden tomarme la palabra), pero queda claro que gran parte de las ideas atizadas con vehemencia por Hollywood y los fabricante de arquetipos son falsas. El acto creativo es desprolijo y desaseado. Es ineficiente. Es prueba y error. Es cazar chispas en la noche abordo de una montaña rusa. Eso, de todo el documental, es lo que más me impactó, y lo que vino a responder una pregunta que me hago desde hace años. ¿Por qué mis alumnos de la universidad siguen siendo fanáticos de Los Beatles? Cuando mi generación tenía esa edad habría sido herético oír la música de nuestros padres y abuelos. ¿Qué pasa con los Beatles? O con Pink Floyd, para el caso, que también aparece siempre muy votado. Por motivos que exceden este breve texto, pasa que Los Beatles lograron mantener el proceso creativo desprolijo y desaseado. Ineficiente. Desordenado. Sin métricas. Sin premeditación. Sobre todo, sin cálculo. Cuando la industria intentó fabricar esa magia en serie, logró ventas espectaculares (aunque Los Beatles y Floyd siguen siendo campeones también en ese sentido) y algún que otro resultado digno. Pero los chicos siguen dándose cuenta, medio siglo después, de que la música de Los Beatles es, antes que nada, genuina. No una fabricación.
Get Back es asimismo una lección sobre liderazgo, convivencia en el disenso y varios asuntos más que tendrán ocupados a los expertos en clima laboral y trabajo en grupo durante una era. Porque las tensiones entre Lennon, McCartney, Harrison y Ringo existen, en el documental son obvias, y se nota que, a esa alturas, son asimismo insalvables. Pero resultan mucho menos caricaturescas y menos abundantes de lo que nos habían contado. Además, Los Beatles poseían, como equipo, mecanismos para incluso así ser magníficamente funcionales.
Esto es clave, porque el disenso no solo es inevitable, sino que es el combustible de la creatividad (no pocas bandas sufren de una endogamia que termina causando que todas sus obras se parezcan demasiado). El resultado de esos numerosos y sutiles mecanismos se ve al final, en la azotea de los Estudios Apple (que uno imaginaba sólida y está toda destartalada), cuando dan un concierto histórico (pero garrapateado a las apuradas y, para ellos, en gran medida frustrante). Entonces, de nuevo en vivo, conectados con una audiencia inesperada e incauta, Los Beatles se transfiguran y vuelven a ser hipnóticos, inspirados, seductores y casi sobrenaturales. No diré más sobre esos 40 minutos finales. Pero algo ocurre ahí. Algo único, pero también algo que uno espera de los verdaderos artistas. Que salten al vacío y vuelen alto. Desde una azotea, nada menos.