Geopolítica versus derechos humanos y políticos
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hace casi 80 años, la sociedad global no atravesaba una situación tan tensa y delicada como la provocada por la guerra de Rusia en Ucrania, para la cual no estábamos preparados.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que reúne a 30 países occidentales y sumará en breve dos nuevos socios históricamente neutrales, Suecia y Finlandia, definió recientemente a Rusia como “la amenaza más importante y directa para la seguridad de los Aliados y para la paz y la estabilidad en la zona euroatlántica”.
Desde el inicio, el documento firmado en la Cumbre de Madrid, en junio pasado, describe al momento actual como crítico y “no descarta la posibilidad de un ataque contra la soberanía y la integridad territorial” de los países firmantes. Hace doce años, cuando se firmó el documento precedente en Lisboa, la OTAN no imaginaba un peligro geopolítico.
Al margen de las declaraciones de los líderes políticos de Occidente, desde el inicio de la cruenta guerra que padece el pueblo ucraniano, lo que la declaración deja claro es que Rusia ha desatado una “guerra de agresión contra Ucrania que ha destruido la paz y alterado gravemente nuestro entorno de seguridad”. Y que la Federación rusa está incurriendo en “repetidas violaciones del derecho internacional humanitario”.
La invasión rusa ha planteado nuevos dilemas sobre los que es esencial abrir un debate.
· ¿Es geopolítica versus derechos humanos el nuevo dilema que los líderes mundiales deberían resolver?
· ¿Cuál es el papel real de la ciudadanía si luego de expresar claramente su voluntad su país es invadido en nombre de la seguridad del vecino?
Desde su independencia de la URSS, Ucrania ha recorrido un camino orientado a fortalecer su identidad. A fines de 2013, miles de ucranianos protestaron en las calles de la capital Kiev contra la decisión del expresidente Víctor Yanukovych de suspender la firma del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea.
El llamado “Euromaidan”, cuyo epicentro fue la Plaza de la Independencia (Maidan) se convirtió en un multitudinario pronunciamiento ciudadano –sobre todo de los jóvenes- por un Estado soberano e independiente. Allí se hizo manifiesta la vocación europeísta del pueblo de Ucrania.
La Federación Rusa ha avanzado sobre sus vecinos –en 2008 fue Georgia, en 2014 la península ucraniana de Crimea y en 2022, Ucrania- con el argumento que la expansión de la OTAN hacia el este de Europa implica una amenaza a la seguridad del país. Pero a fines de los 90 cayó la cortina de hierro y varios países de la ex URSS se “europeizaron”.
Algunos autores, incluso occidentales, sostienen que el derecho de cada país de elegir su propio destino es una postura idealista y que colisiona con la defensa geopolítica. Incluso hay quien aventura que si Ucrania cediera parte de su territorio la guerra podría tener fin.
En una entrevista reciente en un periódico español, la primera dama de Ucrania, Olena Zelenka, expone el quid del asunto: “Somos un país independiente desde 1991. Son más de 30 años de transformación. Un país, un Estado, tiene su escudo y también su lengua”. Y apunta al dilema central de esta guerra: “[Rusia] nos quiere exterminar como pueblo, quiere luchar contra lo que somos, contra nuestra forma de ser. Queremos un futuro en el que podamos ejercer ese derecho a existir y a ser libres”.
En 1948, la URSS cerró las fronteras de Berlín occidental en un nuevo intento de anexarlo a Berlín oriental, cuando la ciudad era un enclave en la República Democrática Alemana bajo su control. El presidente Truman no quiso escalar el conflicto, pero los Estados Unidos, Francia y el Reino Unido organizaron un puente aéreo para aprovisionar la ciudad. En el aeropuerto de Tempelhof aterrizaba un avión cada 45 segundos. En mayo de 1949 la Unión Soviética levantó el bloqueo. Rusia no parece haber cambiado. El mundo sí.
Ciento setenta y tres países, entre los que se cuenta la Federación Rusa, han ratificado y son parte del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que reconoce el derecho a la autodeterminación de los pueblos. En tal carácter, cada nación tiene la potestad de establecer libremente su condición política y elegir el camino para su desarrollo económico, social y cultural, en el marco de la Carta de la ONU.
Ningún imperio puede ser resucitado después de los procesos que el mundo atravesó en el siglo XX, incluidas las guerras coloniales.
Quizá sea hora de que, para asegurar la paz y los valores de la democracia, se sume a la sociedad civil en la toma de decisiones que condicionan su presente y su futuro. Y que además de resguardar su territorio y sus fronteras, los líderes mundiales protejan las libertades políticas y los derechos humanos de sus ciudadanos. En ello ancla la preservación de nuestra forma de vida en Occidente.
Juez y presidente del Tribunal Superior de Justicia de CABA