Geografías del deseo
Cada noche, desde su casa, Annie Ernaux ve encenderse la Torre Eiffel. Pero a París no piensa ir nunca más. Ganadora del premio Renaudot, esta escritora nacida en una pequeña ciudad normanda escribió, entre muchos otros, Diario del afuera y La vida exterior, libros recientemente publicados en nuestro país por la editorial Milena Caserola. Ambos se nutren de la minuciosa observación de la vida cotidiana de los habitantes de Cergy, localidad ubicada a unos 27 kilómetros de la capital francesa, donde está la casa de Ernaux: la vivienda espaciosa desde una de cuyas ventanas la escritora ve, cada noche, las luces de la ciudad que gobernaba sus sueños de juventud. Pero cuyas calles, hoy, ni sueña pisar.
Algo me puede en esta autora nacida en 1940. Quizá sea lo poderoso de su voz; el modo en que sensorialidad y razón, abstracción y materia, se encuentran en su escritura. La manera en que hizo de su propia vida la sustancia íntima de sus textos. La dolorosa lucidez con que se mira a sí misma y a quienes la rodean.
"No soy una mujer que escribe, soy una persona que escribe –afirma en Le vraie lieu, libro que está basado en sus conversaciones con la documentalista Michelle Porte–. Pero una persona con una historia de mujer, diferente de la de un hombre." En algunas de sus obras da cuenta del despertar sexual en su versión específicamente femenina. En muchas de ellas están los vericuetos de la maternidad, la oscuridad del aborto clandestino, la adherencia de la vida doméstica; las tensiones, intransferibles e intolerables, de ese tortuoso vínculo de dos: una hija, una madre.
La Ernaux escribe desde lo que sus manos, sus ojos, su entero cuerpo de mujer, le revelan del mundo. Pero, con un rechazo casi alérgico a cualquier intento de encasillarla desde el género y no desde la literatura, insiste en que lo suyo no es precisamente "escritura de mujeres". Y arremete: "Escribo con mi cabeza, con todo lo que esto supone de conciencia, memoria, lucha con las palabras".
La clave, en todo esto, probablemente tenga un nombre: memoria. Ernaux, que estudió en las universidades de Rouen y Bordeaux, que se especializó en Letras Modernas, trabajó como docente y leyó e incorporó a su mirada la sociología de Pierre Bourdieu, sabe que, aun en el más autobiográfico de los relatos, lo que se cuenta no es la historia de un sujeto en particular, sino la de ese sujeto inmerso en el momento histórico en que vive. Y con esa conciencia es que ella trabaja –"lucha"– con palabras, recuerdos, emociones, objetos e, incluso, largos y densos silencios familiares. Traspasados por su palabra, los elementos personales trascienden la mera subjetividad y se convierten en testimonio de una época. Por eso, sin necesidad de eslogan, declamación o proclama, su obra es política. Rabiosamente íntima, quizá. Pero política al fin.
Ernaux habla de la posguerra. De los años 50, "cuando todo escaseaba", y de la eclosión de la "superabundancia" post-años 70. Habla –y esto es crucial– del enorme viaje que significó su propia vida. El pasaje de hija de una familia normanda marcada por la humildad de lo rural a universitaria capaz de ingresar en los severos circuitos de la burguesía culta francesa. Porque Ernaux soñó, estudió y peleó por dejar el minúsculo pueblo familiar y pisar las calles de la luminosa París. Y lo consiguió, claro está: la niñita que devoraba libros en un rincón de una tosca tienda de provincias se convirtió, no sólo en legitimada docente, sino en exitosa escritora. Aunque esas transformaciones, se sabe, nunca llegan sin costo.
"Algo del orden de una gran soledad, del sufrimiento", admitirá haber sentido el día en que, muy joven aún, miró a su padre, su padre la miró a ella –ambos se adoraban– y los dos supieron que era el fin. Ella ya no pertenecía a la clase baja de la Normandía; un abismo se abría entre la escritora y aquellos con quienes había crecido. Mientras otro, quizá más sutil, se gestaba en la certeza de que nunca pertenecería al sofisticado entorno social por el que ahora discurría sin problema aparente.
Desde esa llaga –social, histórica, política– escribe Ernaux. Por eso a París, hoy por hoy, le basta mirarla desde una ventana de su íntimo refugio en Cergy. "Mi lugar es la escritura", afirma. Desterrada casi de todo, menos de su deseo.
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