Genocidio, un término que se ha usado con clara distorsión
Se trata de aclarar el sentido del término “genocidio”, que es utilizado con clara distorsión. Recientemente, el reconocido analista internacional Julián Schvindlerman me pidió que comentara para la revista Coloquio el voto del juez Aharon Barak frente a la solicitud de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) para que Israel suspenda de inmediato toda acción militar en Gaza. La Corte señaló que “todas las partes en el conflicto en la Banda de Gaza están obligadas a actuar de conformidad con lo que establece el Derecho Humanitario Internacional”, lo cual, por supuesto, incluye a Hamas. El magistrado hace una consideración autobiográfica. Señala que la Convención para la Prevención y la Sanción del delito de Genocidio de 1948 ocupa un lugar muy especial en el corazón y en la historia del pueblo judío, tanto dentro como fuera de Israel. Recuerda que el término fue utilizado por primera vez por un abogado judío polaco, Rafael Lemkin, y la adopción de la Convención fue la resultante del deliberado y cuidadosamente planificado asesinato del seis millones de judíos durante el Holocausto.
Barak cuenta que tenía cinco años cuando el ejército alemán, como parte de la denominada Operación Barbarossa, ocupó Kaunas, en Lituania, la ciudad donde nació. En pocos días, la mayor parte de los 30.000 judíos que habitaban dicha ciudad fueron sacados de sus hogares e instalados en un gueto. “Éramos como sentenciados a muerte esperando nuestra ejecución. El 26 de octubre de 1941 se nos ordenó a los judíos trasladarnos a la plaza central, denominada Plaza de la Democracia (vaya paradoja). Alrededor de 9000 judíos fuimos arrastrados desde la plaza y ejecutados con ametralladoras”. Este estremecedor relato lleva a pensar en las peores atrocidades que el ser humano es capaz de cometer, y conecta con el “mal absoluto” de que habla tan magistralmente Hannah Arendt.
El régimen nazi imaginó e instrumentó un programa destinado a eliminar a aquellos que consideraba “extranjeros” raciales (judíos) y genéticos (discapacitados alojados en establecimientos psiquiátricos, muchos eran niños). Ellos determinaban quiénes merecían vivir y quiénes no, aunque fuesen arios. En nuestro Museo del Holocausto existe una exhibición dedicada a esos horribles hechos que llevaron al exterminio sistemático de 250.000 personas con discapacidad, y en el desarrollo de las cámaras de gas y la cremación de cuerpos, que luego fueron utilizadas contra los judíos durante el Holocausto.
Recientemente, el presidente Lula, de Brasil, hizo gala de un descarado antisemitismo cuando, en el marco de la 37ª Cumbre de la Unión Africana en Etiopía, comparó el Holocausto nazi, que costó seis millones de vidas judías, con la respuesta israelí al ataque del 7 de octubre de 2023. Esta espantosa declaración de un presidente de un país tan importante pone de manifiesto la ignorancia que se esconde tanto detrás del antisemitismo como de toda forma de discriminación.
Se trata de una comparación falsa. El Holocausto nazi fue una política sistemática de arrestar a los judíos y exterminarlos en campos de concentración, fue un genocidio, que, según las Naciones Unidas, se define como “actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal”. Israel ha declarado la guerra al grupo terrorista Hamas, no al pueblo palestino, para protegerse de nuevos ataques. Hamas, en cambio, tiene como política oficial la destrucción de Israel. En la actualidad en Israel hay 2,1 millones de palestinos y su número ha aumentado notablemente en las últimas décadas. Hay palestinos en el Congreso israelí (Knesset) y en la Corte Suprema. En territorio israelí se pueden practicar todas las religiones públicamente, algo muy raro en los países islámicos. Es de destacar que Hamas inició esta guerra. Es probable que el ejército israelí cometa excesos, como ocurre en toda guerra. Pero, a diferencia de Hamas, no ataca intencionalmente a civiles. Por el contrario, advierte a los civiles de Gaza que abandonen las zonas donde su ejército está por atacar.
La Corte Suprema de Justicia argentina, frente a delitos de lesa humanidad, ha determinado que, ante varias interpretaciones posibles de una norma, corresponde elegir siempre aquella que coincida con los derechos y principios reconocidos constitucionalmente. También ha dicho el tribunal que “en la interpretación de la ley no debe prescindirse de las consecuencias que se derivan de cada criterio, pues ellas constituyen uno de los índices más seguros para verificar su razonabilidad y su coherencia con el sistema en que está engarzada la norma”. También ha dicho que la hermenéutica de las normas constitucionales y legales no puede ser realizada por el intérprete en un estado de indiferencia respecto del resultado, y sin tener en cuenta el contexto social en que tal resultado fue previsto originariamente y habrá de ser aplicado al tiempo de la emisión del fallo judicial (Fallos: 324:2153).
El análisis solicitado por Coloquio me condujo a la observación de una de las actitudes más abyectas de que adolecemos los seres humanos: la discriminación. Eso, a partir del extraordinario voto del gran jurista Aharon Barak. Efectivamente, desde tiempos inmemoriales los hombres hemos rechazado por los más diversos motivos a quienes son “diferentes”. Pareciera que estos nos generasen temor o, según los casos, envidia, o que quisiéramos depositar en ellos todos los defectos por la dificultad de aceptarlos en nosotros mismos, debido a la condición imperfecta de los humanos.
Recientemente hemos visto varias películas dedicadas a la discriminación de los pueblos originarios en los Estados Unidos de Norteamérica. Conmueve muy hondamente el último film de Martin Scorsese, Los asesinos de la luna. Trata sobre la aparición de petróleo y gas en las reservas indígenas. Los blancos encontrarían el modo de apropiarse de la explotación de los hidrocarburos y para eso ponen en marcha una trágica estrategia encaminada a enfermar de diabetes a los aborígenes. La acción se tiñe de ambigüedad. El personaje que encarna Leonardo DiCaprio debe actuar sobre el de la actriz Lily Gladstone. El amor que se establece entre ellos consolida una pareja que tendrá varios hijos. El final es por demás terrible. Los hijos morirán como su madre y el personaje de DiCaprio es encarcelado de por vida por los crímenes cometidos. Una paradoja que pone de manifiesto que discriminar no solo daña al prójimo, sino que se proyecta sobre nosotros mismos.