Genocidio armenio: ¿Puede volver a ocurrir?
A 90 años de la matanza perpetrada contra los armenios y a seis décadas de Auschwitz, es imprescindible el ejercicio de la memoria: la impunidad no ha hecho sino alimentar la reiteración de los crímenes
Hace una década, el sociólogo de origen polaco y ascendencia judía Zygmunt Bauman se preguntaba en un escueto artículo: "¿Puede haber otro holocausto?" (Revista de Occidente, enero de 1996). Pensando en la Europa contemporánea, menos soberanista y nacionalista, más plural y despolarizada, Bauman afirmaba, con suficiente cautela, que en esa parte del mundo "la probabilidad de que se repita es pequeña".
Otro polaco judío, el abogado Raphael Lemkin, que conoció la barbarie europea durante la Segunda Guerra Mundial, había acuñado cinco décadas antes -en 1944- el término "genocidio". Como bien lo relata Samantha Power en su laureado libro A Problem from Hell: America and the Age of Genocide (próximo a publicarse en Argentina con el título de "Un problema infernal: Los Estados Unidos en la era del genocidio"), Lemkin se había sensibilizado previamente con los horrores vividos por el pueblo armenio y el aniquilamiento, entre 1915 y 1923, de 1.500.000 de armenios a manos del Imperio Otomano y de Turquía como su Estado sucesor. Aquella experiencia trágica, junto con la vivencia del horror nazi y la muerte masiva de millones de judíos en Alemania y en otros países europeos, llevaron a Lemkin (quien perdió 49 familiares en el holocausto) a esclarecer el significado y alcance de esas monstruosidades, con el fin de prevenirlas, de ser posible, y castigarlas, de ser necesario. La palabra genocidio sintetiza ese mal, un mal que como lo acontecido con los armenios y los judíos, así como lo ocurrido con diversos grupos humanos en la antigua Unión Soviética, en Camboya, en Indonesia, en Rwanda, en la ex Yugoslavia y en el Sudán actual, no es exclusivo de ningún pueblo, régimen específico o geografía particular.
El texto de Power es muy claro en ese sentido: durante el siglo XX, en el que más metódica y destructivamente se planeó y ejecutó el asesinato colectivo de civiles, se hizo poco para evitar la práctica del genocidio. En el caso armenio, y en lo que corresponde a Estados Unidos, la autora explica cómo el embajador de EE.UU. ante el Imperio Otomano, Henry Morgenthau, supo de las impiedades cometidas por las autoridades turcas contra los armenios e informó en detalle a Washington acerca de ellas. Pero como asevera Samantha Power, "el gobierno de Estados Unidos se resistiría a abandonar su neutralidad para denunciar formalmente a un Estado por sus atrocidades". El efecto no planeado de esta actitud prescindente y pasiva fue la impunidad; impunidad que, a su vez, alentó la reiteración del acto genocida.
En este punto, la reflexión de Power se asemeja a la del sociólogo Vahakn Dadrian, para quien "a pesar de la voluminosa evidencia documentada, proporcionada por una red de cónsules estadounidenses..., los líderes del gobierno de los Estados Unidos se acoplaron a estadistas y diplomáticos europeos y relegaron al olvido el genocidio armenio... Las interconexiones históricas y legales entre los genocidios armenio y judío deben examinarse a la luz de estos acontecimientos. En efecto, las atrocidades armenias impunes presagiaron, hasta cierto punto, no sólo el ataque genocida contra los judíos, sino las condiciones mismas que facilitaron ese genocidio" ("Las interrelaciones históricas y legales entre el genocidio armenio y el holocausto judío: de la impunidad a la justicia retributiva", en Revista de Ciencias Sociales ÍNDICE, Junio 2004).
Turbulencia regional
Hoy, cuando se conmemoran 90 años del genocidio armenio, es difícil sostener que ya no es probable otro fenómeno similar en las fronteras de Europa. Un conjunto de condiciones ya vividas, junto con otras nuevas, parece proyectarse como un espectro sobre las vecindades de la actual república de Armenia.
Los componentes estructurales de principios del siglo XX parecen reproducirse a comienzos del siglo XXI. Por un lado, se manifiesta la compleja turbulencia regional derivada de un colapso institucional: el fin del Imperio Otomano y la implosión de la U.R.S.S. (con su efecto desde el Cáucaso hasta el underbelly ruso), respectivamente. Por otro lado reaparece, en su forma más cruda, la política de poder consistente en alimentar el uso de la fuerza (en particular, por parte de Estados Unidos) en pos de objetivos geopolíticos caracterizados por una pugna feroz por áreas de influencia. Adicionalmente, se observa el retorno de la diplomacia del petróleo en su expresión más descarnada en procura de asegurar un control directo de recursos energéticos en la zona (desde Medio Oriente hasta el Asia Central).
Asimismo, las dimensiones sociológicas, militares, simbólicas, psicológicas y éticas que pueden catalizar el acto genocida están presentes. Si la exacerbación de una utopía uniformadora (la consolidación del "panturquismo", de la "raza aria", del "hombre nuevo", de la "gran revolución cultural", entre otros) contribuyó en el pasado a "racionalizar" el exterminio sistemático y masivo de personas, la exaltación de las diferencias sociales y étnicas y la ostentación de la supuesta excepcionalidad de una cultura o nación pueden ser hoy el disparador de acciones atroces. La perfección de armas de destrucción masiva, convencionales y nucleares, así como la reducción del umbral ético para su uso, pueden generar masacres incontables. Fenómenos sociales "naturalizados" como simples acontecimientos mediático-mercantiles carentes de reproche o indignación (recientemente el Japan Today y la BBC publicaron sendas notas que no despertaron una inquietud visible en Europa a pesar de su potencial simbólico: entre enero y marzo de 2005 se vendieron en Turquía más de 50.000 copias del Mein Kampf, convertido así en un lucrativo best seller) facilitan la habituación a ciertas prácticas que pueden alentar la acción genocida.
Además, la desmemoria juega a favor del genocidio: en ese sentido, se hace imperativo evitar lo que en 1952 advirtió Bertolt Brecht al aseverar que "la memoria de la humanidad en cuanto a los padecimientos tolerados es asombrosamente corta... Los horrores en escala mundial de los años cuarenta parecen olvidados. La lluvia de ayer no nos moja, dicen muchos".
El peligro de la amnesia
El reciente recordatorio de los 60 años de Auschwitz es una respuesta explícita al recurso a la amnesia que algunos quieren estimular. Por último, la extendida combinación de cinismo e indiferencia moral -lo que Hannah Arendt llamaba "banalidad del mal" y Norbert Bilbeny calificaba de "apatía moral"- pueden, bajo ciertas circunstancias como la parálisis colectiva de estados y sociedades, conducir a resignarse frente al genocida y sus sueños de aniquilación.
A todo lo anterior hay que agregar que, en el caso armenio, Turquía se resiste a reconocer el genocidio ocurrido entre 1915 y 1923, lo cual no sólo es aberrante sino que implica un peligro. Ni se asume el pasado ni se despeja el futuro.
La vulnerabilidad actual de Armenia y la memoria del pasado nos obliga, como armenios en la diáspora, a estar muy atentos para evitar que la iniciativa genocida tome impulso en cualquier lugar contra algún pueblo. Como ya lo señalaba Bauman, es bueno recordar que el holocausto "desempeña en la conciencia contemporánea una función ambivalente: por un lado, es una advertencia; por otro, una tentación". En este último sentido, y tal como lo demuestra Samantha Powers, casi siempre se dispone de la información sobre los genocidios en marcha, lo que está ausente es la voluntad para prevenirlos. La inacción alienta al genocidio, la previsión lo amilana. Pero la prevención sólo será verosímil y eficaz cuando se aplique de manera multilateral y sin duplicidad, combinando las lógicas de la legalidad, la legitimidad y la moralidad.
El autor es director de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.