Gaza y la enfermera argentina de las mil fronteras
Pilar Bauzá Moreno: cuando las disputas de poder muestran las peores mezquindades humanas, podemos recordar que hay personas que han renunciado a todo para ayudar a los más vulnerables
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Es de noche en la Franja de Gaza. La oscuridad, que ya es inquietante en la mayoría de las ciudades, conforma un marco tétrico en la capital de ese territorio estremecido y resquebrajado por la confrontación entre el ejército israelí y el grupo Hamas.
Los vehículos de la Cruz Roja se acercan y se encuentran con las camionetas en las que Hamas transporta a poco más de una veintena de mujeres, niños y ancianos secuestrados en Israel por sus miembros, el 7 de octubre.
La desolación de la escena no llega ni siquiera a ser atenuada por la multitud que, a un lado y otro de la calle, aclama a los terroristas.
Los agentes designados por los secuestradores bajan encapuchados, con ropa de fajina de camuflaje, chalecos antibala, rodeadas su cabezas por una vincha verde, y avanzan con sus fusiles en alto. Al menos los que están a cargo de esa operación ostentan una delicadeza estudiada y llevan de la mano o en brazos a los rehenes, antes de entregarlos a las enfermeras de la más famosa organización internacional de auxilio humanitario.
La muchedumbre rodea los vehículos y aumenta la tensión.
Los medios locales se inquietan, con razón, por las víctimas argentinas, o festejan su liberación y la de los demás rehenes, cuando ello ocurre. En medio de esa penumbra, nadie ha reparado en otra argentina que corre riesgos, una vez más, en beneficio de los desvalidos, como lo hizo durante quince años, sin interrupción, en las fronteras más calientes del planeta.
Las combis de la Cruz Roja pasan en caravana y, a través de la ventanilla del acompañante, llega a verse, fugazmente, la figura de Pilar Bauzá Moreno. Las cámaras la captan de perfil, ya que nunca prestó el mínimo interés a los flashes; ni siquiera repara en ellos. Sólo su familia y sus amigos más cercanos pueden reconocerla en esa insignificante fracción de tiempo, a través de las filmaciones, e inmediatamente circula entre ellos la sorpresa de su aparición en el lugar hoy más peligroso de la Tierra. Pocos días antes, sus padres recibieron un mensaje: “Estoy por entrar en la Franja de Gaza; estaré sin comunicación. Cuento con sus rezos”.
Hace mucho tiempo que su familia reza más intensamente que de costumbre; más precisamente, desde el 26 de diciembre de 2008, cuando en su primera misión, por entonces en Médicos sin Fronteras, Pilar fue secuestrada en Somalia por una organización criminal de ese país, junto con la médica española Mercedes García. Acababa de ingresar en Médicos sin Fronteras, tiempo después de graduarse de Licenciada en Enfermería en la Universidad Austral y completar un máster en Neonatología.
“Ya me asignaron destino: Somalia” –avisó a su familia.
Todos quedaron helados. Poco después, un mapa de África en las pantallas de los televisores, con el contorno de Somalia destacado, confirmó sus temores. “Enfermera argentina secuestrada en Somalia”, mostraba el zócalo de los noticieros. Los programas radiales aturdían a los padres con preguntas y los fotógrafos y camarógrafos de distintos canales se agolparon en la puerta de su casa, en Bella Vista, durante una semana. Algunos se colgaban de los árboles a fin de observar los movimientos de la familia; otros pedían permiso para pasar al baño y aprovechaban la ocasión para intentar ver algo que les aportara un dato, un detalle, alguna escena para agregar a lo ya publicado.
Fueron ocho días de zozobra durante los cuales algunos familiares se instalaron en la casa de los Bauzá para acompañar al matrimonio y a sus otros hijos.
No había información y, en un caso como ese, contrariamente a lo que expresa el refrán, la falta de noticias no era buena noticia. Finalmente, el 2 de enero se produjo el rescate y el rey de España –por entonces Juan Carlos– prestó su avión para el traslado de la ciudadana de su país y de Pilar.
El sentido común parecía indicar que, después de aquella traumática experiencia, no habría retorno a Médicos sin Fronteras, pero si esas organizaciones dependieran del sentido común, se quedarían sin personas dispuestas a correr los altos riesgos que demandan sus actividades. La enfermera no sólo permaneció en Médicos sin Fronteras, sino que fue después destinada a Etiopía, Nepal, India, Nigeria, Zimbabwe, Haití, El Salvador y Kenia.
En algunos de esos países, quedaba en medio de una confrontación entre facciones, como en Haití, donde la gente se mataba –y se mata– todos los días en las calles. En otros, prestaba auxilio a las madres con bebés desnutridos, alguno de ellos de 800 gramos; los alzaba, los tenía en sus brazos, les enseñaba a las madres a alimentarlos, los amaba a todos.
Al cabo de unos años, se abrió un concurso en el Comité Internacional de la Cruz Roja y, por su experiencia, fue inmediatamente contratada. Si bien vive en Ginebra, donde está la central de esa organización suiza, fue enviada a Yemen, Etiopía, Sudán, Siria, Nigeria, Ucrania y la región de Nagorno-Karabaj; en estos dos últimos destinos, también en medio de la guerra.
En Ucrania era una más de los ciudadanos que corrían y aún hoy corren a los refugios, tiritando de frío, mientras las bombas aturden hasta las profundidades. Lo único que transmitió de aquella experiencia atroz es que nunca pasó tanto frío en su vida.
La familia está acostumbrada –si es que pudiera usarse ese término– a carecer de noticias de Pilar por días o semanas. Nadie se adapta al riesgo de los hijos; pero de algún modo, la repetición ininterrumpida del peligro llega a saturar la conciencia de una manera tal que la aplaca ante la imposibilidad de hacer algo. Al menos, así lo manifiestan. Sólo queda dejar todo en manos de Dios, hasta la próxima guerra, hasta la siguiente peste o calamidad de aquellas que son cubiertas por los noticieros de todo el mundo.
Hoy –y siempre– cuando las disputas de poder muestran las peores mezquindades y pequeñeces de los hombres, podemos recordar que hay personas que han renunciado a todo: a la paz, a la comodidad, a los sueños y al sueño mismo, a los bienes y a su propia vida, para ayudar a los más vulnerables.