Gasoducto Neuba III, relato vs. datos
El gasoducto Neuba III, inapropiadamente rotulado Néstor Kirchner, es el tercer gran gasoducto que transporta gas desde los yacimientos neuquinos, más precisamente del megayacimiento Loma de la Lata, descubierto en los años 70, ahora en plena etapa de declinación. Afortunadamente, a partir de 2011 comienza la explotación de la “roca madre” que le dio origen, Vaca Muerta (VM), mediante la aplicación en nuestro país de la técnica de fractura hidráulica o fracking.
Las cantidades de petróleo y gas recuperable de este inesperado recurso energético, en función de factibilidades económicas y comerciales, son extraordinarias y exceden las necesidades de cualquier proyección de demanda local y regional para los próximos 40 años. El antecesor de este gasoducto, el Neuba II, se inauguró en 1988, también en tiempo récord y en ausencia de herramientas avanzadas de montaje como aquellas de las que se dispone ahora.
Han transcurrido 12 años, Vaca Muerta es una realidad, pero, sin embargo, seguimos importando gas en los inviernos ante la imposibilidad de evacuarlo dada la saturación de los otros dos Neuba. De ahí la relevancia del Neuba III, que evitará seguir importando gas por barco en su forma líquida o gas natural licuado GNL.
Lo que se celebra ahora es la inauguración simbólica de solo el primer tramo incompleto con 25% de la capacidad de transporte del proyecto, que cuando se concluya será de 44 millones de metros cúbicos diarios, MM3/d.
El Gobierno, en plena carrera electoral de su ministro de Economía, recurre a una campaña publicitaria de tono épico llena de frases grandilocuentes y emotivas, pero alejadas de la realidad, como: “Va a cambiar la vida de nuestro país”, “es un ahorro de US$1700 millones este año”, “hizo falta coraje y decisión”, “encamina a la soberanía energética”, y cosas por el estilo.
Lo concreto es que el transporte de 11 MM3/d a habilitarse permitirá ahorrar en lo que queda del invierno unos US$150 millones, lo que no alcanza para cubrir el sobrecosto de US$800 millones generado por la urgencia y la desesperación por terminarlo promediando este invierno, al estimar erróneamente que el precio del gas importado sería parecido al que disparó la invasión rusa.
Otro tema del que se evitará hablar durante los festejos es del costo de US$5300 millones que le significó al país postergar dos años la realización de este gasoducto, en concepto de importaciones de GNL el año pasado y este. Un desatino total en manejo de fondos públicos, máxime en un país al borde de la quiebra. Sin embargo, esta mala praxis, fruto de ideologías, ineptitudes e intereses de poder, no debería sorprendernos si tuviéramos en cuenta los antecedentes de despilfarro de fondos públicos en obras energéticas durante los tres gobiernos K anteriores. Basta recordar solo algunos: la terminación de la central nuclear Atucha II, cuyo costo final resultó más de cuatro veces el presupuestado –US$4100 millones y US$900 millones, respectivamente–, la central térmica a carbón de Río Turbio de 240 MW, que costó más de US$700 millones, pero que nunca funcionó por fallas técnicas después de su “inauguración” y por la falta de producción de carbón de la mina, y también el gasoducto del NEA, en el que el Estado, durante más de una década a partir de 2003, desembolsó casi 2300 millones de dólares, el doble de su presupuesto original, y nunca se terminó. Si sumamos solamente estos quebrantos K al atraso del Neuba III, tenemos más de US$11.000 millones que en vano pagamos todos los ciudadanos.
Volviendo al gasoducto, si consideramos solamente los aspectos técnicos y la ingeniería durante su ejecución, hay que felicitar a las empresas que participaron en la construcción de los caños y en su tendido. Tienen motivos merecidos para festejar, tanto por el logro técnico como por el buen negocio que hicieron, máxime después de un largo período de inactividad en obras de estas características. Los 575 km de caños de 91 cm de diámetro construidos y tendidos en 10 meses constituyen un logro de las empresas participantes, similar al de la primera etapa del Neuba II, hace 36 años.
La incorporación de este gasoducto a la red troncal, además de evitar las importaciones invernales, suplirá al gas que venía de Bolivia, que ahora prácticamente se reducirá a un mínimo que ni siquiera podrá abastecer la demanda del NOA. Pero para reemplazarlo es necesario concretar las obras que reviertan el flujo hacia el norte, lo que significa una inversión de US$713 millones, que cuenta con financiación de un 75%. El resto, lamentablemente, deberá ser aportado nuevamente por el Tesoro. Esta obra está a punto de iniciarla el actual gobierno y deberá ser concluida sin dilaciones por el próximo. También falta construir y conseguir los fondos para la segunda parte del Neuba III, que le permitirá finalmente evacuar 44 MM3/d de gas de Vaca Muerta.
Pero el gasoducto debería utilizarse también los 8 meses no invernales. Solamente valores del GNL por encima de los 15 dólares el MBTU justificarían la inversión para un uso de cuatro meses al año, cosa que hoy no está ocurriendo. No es el caso de las petroleras, que necesitan una producción anual continua para justificar sus inversiones. Ergo, hay que aumentar la demanda en el país y recuperar y desarrollar la de los países limítrofes.
Por todo lo expresado, el gasoducto troncal Neuba III era necesario por varios motivos y hay que terminarlo rápidamente. Sin embargo, es insuficiente en relación con la potencialidad de Vaca Muerta. La transición energética hacia el “net zero” nos enfrenta al desafío inédito de minimizar la cantidad de gas que quedará sin valor bajo tierra cuando la humanidad ya no lo requiera, tal vez en 40 años. Por eso, en el corto y en el mediano plazo serán necesarios varios gasoductos como este, que conecten directamente VM con las plantas de licuefacción en la costa atlántica para abastecer a un mercado mundial ávido de GNL.
Las inversiones relacionadas con estos proyectos de exportación son cuantiosas y para que vengan al país la única manera es recuperar la confianza del mundo, perdida en estos últimos 20 años de desaciertos.
Ingeniero consultor, exsecretario de Energía y Minería