Gabriel Chaile. La llama del pícaro espíritu de denuncia
Con poco más de treinta años, este artista nacido en Tucumán ya conquistó una muestra individual en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires
Nació en Tucumán en 1985, en una familia de orígenes diversos. Su abuelo materno era español y su abuela pertenecía a la comunidad indígena candelaria; los paternos eran inmigrantes afro-árabes. Sus padres, protestantes, analfabetos y peronistas, son del pueblo de Trancas y tiempo atrás vendían pan preparado en hornos de barro.
Cuando creció, Gabriel Chaile decidió que quería estudiar en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán. Podría haber sido predicador, teólogo o antropólogo, pero la emoción que sintió al ver una película sobre la vida de Vincent Van Gogh lo ayudó a decidirse. No obstante, en su obra persisten preocupaciones sociales, culturales y morales.
Cuando concluyó la licenciatura, Chaile participó del programa “Pensamientos emplazados” en la ciudad de Salta. En 2010 viajó a Buenos Aires para integrar el Laboratorio de Investigación en Prácticas Artísticas Contemporáneas del Centro Cultural Rojas y, luego, estudiar en la Universidad Torcuato Di Tella, donde fue alumno de Jorge Macchi.
Salvo algunos dibujos que hace por pedido, se dedica a realizar esculturas, instalaciones y performances. Por una de ellas, a los veintitrés años ganó la primera edición del premio Itaú Cultural. Bajo la influencia de un pícaro espíritu de denuncia, se vistió con un uniforme de granadero hecho de cartulina y se fotografió al lado de los soldados que custodiaban el umbral de la Casa de Tucumán. Chaile no es muy alto, y los rasgos de sus orígenes se hacían más evidentes junto a los esbeltos soldados.
Documentos auténticos
Ahora exhibe hasta mediados de junio tres trabajos en la sala de proyectos especiales del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Allí conviven una gigantesca escultura de adobe, que opera además como horno para cocinar y efigie hermafrodita de una cultura inventada; una instalación hecha con un encofrado, un altoparlante, un colchón y un vaso de agua, y unas escrituras sobre la pared de la sala. La muestra de Chaile se llama como su hermana: Patricia. En ese nombre resuenan a la vez la patria, la feminidad, la estirpe fundadora de una nación híbrida y la confraternidad entre pueblos a la que aún se podría aspirar.
Esa escultura-horno es uno de los documentos artísticos más auténticos de los últimos tiempos. “El Mamba me invitó a fines del año pasado –cuenta Chaile-. Comenzamos a trabajar con la curadora Laura Hakel y decidimos que sería mejor mostrar trabajos nuevos. Siempre me gustó la cosa pública, es algo que valoro mucho, desde una beca hasta una muestra en una institución.”
Casi todas sus exposiciones confirman esa preferencia: en el Centro Cultural Borges exhibió en 2011 El principio de la belleza está en el fin de la misma; en la galería Alberto Sendrós, Todas las cosas eran comunes (en 2012); Salir del surco a labrar la tierra, en 2014, en la sala del Fondo Nacional de las Artes, y, en el Centro Cultural Recoleta, en 2015, No es culpa mía si viene el río. El nombre de esa muestra replica la desafortunada frase que Beatriz Rojkés de Alperovich, la esposa del gobernador de Tucumán y senadora nacional, pronunció ante un grupo de periodistas durante las inundaciones en su provincia.
La musa interior
Patricia condensa el sincretismo artístico y cultural de Chaile: en ella convergen las huellas de las comunidades indígenas (desposeídas de todo y al mismo tiempo herederas de saberes únicos), las luchas de género y la valorización de los oficios y del arte como factores nutricionales. En las otras dos obras, la música está presente de un modo silencioso.
“La muestra es muy musical; la música tiene misterio y por eso insisto ahí –indica el artista-. Patricia surgió como un diálogo interno entre mi hermana y yo. En esa escultura de adobe mezclé todo, un montón de imágenes en una. En Los jóvenes olvidaron sus canciones la música sólo se intuye por la vibración del altoparlante en el vaso de agua. Por último, diseñé un alfabeto de pocos caracteres. Es otro diálogo interno. En las tres piezas reina un clima musical y de silencio, de potencialidad o posibilidad.”
En la promesa del fuego, el horno encuentra su fuerza y su sentido; detrás, un parlante emite las vibraciones de un listado de canciones que incluye temas de Atahualpa Yupanqui y de David Bowie, mientras en las paredes de la sala un alfabeto enigmático esconde el ritmo de una tonada que sólo Chaile conoce.
Un artista del código
Por su trabajo con distintos medios, por la recreación de símbolos, materiales e ideologías, se puede afirmar que Chaile es un artista del código. Una herramienta de albañilería permite graduar medidas e intensidades tonales y vincula el trabajo duro con la poesía, el oficio con la lucha social. Un encofrado se convierte en dormitorio precario de un trabajador golondrina y una divinidad puede prestar su vientre de adobe para preparar pan e invocar la fertilidad.
“En la Universidad Nacional de Tucumán, con maestros como Carlota Beltrame y Jorge Casal, aprendí a construir una imagen, a buscar una poética. Muchos artistas tucumanos se han formado ahí. Después empecé a tomar seminarios a nivel regional y nacional, eran de corto plazo pero me permitían conocer la comunidad del arte en el país. Luego dejé de hacer clínicas y empecé a trabajar más en el taller o como asistente de otros artistas; eso me permitió ver y aprender.”
Hoy su formación pasa por el diálogo con otros artistas. Chaile forma parte del proyecto La Verdi, dirigido por Ana Gallardo y Gustavo Crivilone. “Es un laboratorio de arte contemporáneo que está en La Boca y se financia a través de mecenazgo -detalla-. Ana da unos talleres gratuitos y a cambio todo el equipo trabaja en generar contenidos que involucren a la comunidad artística. Es un proyecto social y solidario.”
Influencias robadas
Fueron muchos los artistas locales que influyeron en Chaile. “Voy cambiando porque algunos han dejado de gustarme -confiesa-. Los primeros artistas de los que tuve acceso a su obra de manera directa, y que me influenciaron tanto que hasta les robé, son tucumanos: Sandro Pereira, Rosalba Mirabella, Pablo Guiot, Juan Carlos Iramain, Lola Mora. A la vez, conocía desde la distancia arte argentino e internacional por libros e Internet.” Sus gustos son eclécticos: Edgardo Giménez, Juan Grela , David Lamelas, Ana Mendieta, Francis Alÿs…
Es innegable la importancia del arte popular y anónimo en la obra de Chaile. Su abuela indígena usaba el telar para hacer tapices y tejidos. “Observo tareas y comportamientos populares con atención -dice-. Primero los veo en mí y después en otros, es lo que más me interesa conocer. Casi siempre son tareas vinculadas con la vida sencilla o la pobreza, y quizás por eso son populares. Hay una sabiduría no registrada allí que me interesa conocer; es como la herramienta para desenvolverse en el apocalipsis de manera optimista.” De esa tradición vital y lúcida se nutre la obra de Chaile.