Fútbol y poder, de la mano
Alguna vez Chesterton escribió que el mundo era una esfera y que el cristianismo era una cruz. El mundo, según el escritor inglés, representaba lo indefinido, lo inabarcable. Algo similar podríamos decir hoy del fútbol. Cuando se producen estas extensiones, y ciertas vecindades, el próximo paso puede ser la penetración recíproca entre esferas hasta ese momento sólo vecinas.
Esta mutación puede afectar, por lo pronto, a los propios protagonistas. Mediante esta misteriosa alquimia, un dirigente del fútbol como Tinelli pasa, por ejemplo, a encarnar una gravitación nacional. ¿Es esto lo que le está sucediendo a Marcelo?
Según esta mutación, no hay una, sino dos líneas para llegar a la cumbre; una de ellas, la línea recta del ascenso directo por el interior del sendero original; la otra sube por afuera, a través de un rodeo. ¿Podríamos llamar a esta última "la vía Tinelli"?
Esta pregunta podría ampliarse hasta afectar la lógica misma de los ascensos sociales. Un dirigente deportivo como Tinelli podría encumbrarse hasta llegar más allá de su alcance original. Según esta visión, los dos caminos para llegar al poder global serían de un lado la vía recta, específica, vocacional, y del otro, la vía indirecta, global, de irradiación por vecindad. Después de haber recorrido la primera vía, Tinelli estaría por comenzar la segunda vía. Con este agregado: que es más difícil acumular dos vías y sumarlas, porque supone obedecer a los caprichosos estímulos de la fama. Tinelli se hizo famoso por la vía del fútbol. Fue a partir de él que mostró sus virtudes y empujó su techo.
La otra pregunta visceral es próxima a la anterior: la fama, la irradiación que hoy obtiene Tinelli incluso en áreas externas al fútbol, ¿pueden volver mansamente a sus límites originales? ¿Se puede volver a limitar el fenómeno Tinelli dentro de sus propias fronteras? ¿O su fama es explosiva, incontenible?
Una persona pública puede trascender su gravitación mucho más allá de su formación profesional. La fama da entonces peligrosos consejos. La vanidad puede alimentar en tales casos conductas temerarias. Se puede construir algo así como un mito, por ejemplo el del general invencible, que la realidad termina por desmentir con crueldad. El héroe es vencido entonces por el mito, por la idea desmesurada que adquirió el héroe sobre sí mismo.
Estamos recorriendo, en suma, un sendero escabroso. Cuando un país encuentra un sendero escabroso, también puede engañarse a sí mismo. Esta exaltación puede no ser caprichosa, porque a veces el propio país la necesita. Quizás uno de los mayores méritos de las exaltaciones deportivas de nuestro tiempo es que han estirado el nacionalismo hasta volverlo incruento. Podríamos imaginar al mundo, por esta vía, como una sucesión de estadios colmados por entusiastas multitudes, y no ya por ejércitos voraces. Ésta es una de las formas que tiene el progreso para desviar, para disimular, las tendencias bélicas que lo arrastraban.
Podríamos inventariar, en este sentido, las veces, sobre todo en nuestro tiempo, en que los seres humanos hemos conseguido disimular nuestros rencores detrás de las ambiciones deportivas. Desde este punto vista, el deporte no es más que una guerra incruenta que deja afuera los muertos y los heridos, sustituyéndolos por la fama, la exaltación, la humillación o la gloria.
La violencia directa entre los seres humanos ha sido desplazada por suplentes. En lugar de las guerras, las Olimpíadas. Igual que las guerras, generan fama, pero no ocasionan víctimas. Hacíamos la guerra hasta que ahora simulamos la guerra. Hemos progresado, aunque se podría decir que nos engañamos a nosotros mismos. Hemos progresado, pese a todo, si se quiere, a pesar de nosotros mismos. ¿No es acaso un progreso engañarse si el resultado del engaño ha sido no matar? Que nos contesten las viudas y los huérfanos.
Es como si nuestro progreso en no matar hubiera sido conseguido mediante el autoengaño. Es como si el deporte hubiera sido el instrumento de la paz, la herramienta de la superación. Si esto fuera así, ¿lo rechazaríamos igual?.
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