Fútbol de verano
Los equipos eran malos, los partidos pésimos y terminaba todo en trifulca; sin embargo, eran la gran actividad para combatir el calor
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El único alivio para el calor era un ventilador de techo que hacía «weng» en cada giro y la última esperanza de ver algo de fútbol era el torneo de verano. El campeonato Apertura, como se llamaba la competencia profesional que cerraba el año, terminaba a mitad de diciembre y, hasta ver girar otra vez la pelota, había que esperar. Por esa razón, esas copas inventadas para la ocasión, que no sumaban ninguna estrella ni tenían valor alguno de fondo, se convertían en el gran salvavidas para paliar el aburrimiento.
El torneo de verano consistía en partidos que se jugaban en Mar de Plata entre Boca, River, San Lorenzo, Independiente y Racing. A veces se intercalaba una sede en Mendoza o Salta, dependiendo de cómo se había gestionado el contrato. Y no todo se trataba de fútbol. La gracia del partido de verano empezaba una hora antes, cuando los cronistas que hacían campo de juego salían a pescar notas por la zona de vestuario. Entrevistaban a jugadores, ex glorias y también a personajes del momento. Supo haber cruces, de móvil a móvil, entre Ramón Díaz, DT de River, y Mauricio Macri, entonces de bigote y presidente de Boca. Había chicanas, mensajes con doble sentido y hasta apuestas. No faltaba, tampoco, la entrevista casual y distendida al político de turno. En épocas donde las redes sociales no existían, la TV de verano era un buen canal para que el funcionario que buscaba pegar el salto asomara cabeza. Desde Daniel Scioli hasta Francisco De Narváez, las caras del momento intentaban sacar rédito. Incluso muchos de ellos solían lograr algún paneo de cámara cuando ya estaban sentados en la tribuna.
Y entonces la pelota rodaba atada a la ilusión de buen fútbol (o algo parecido). Uno podía esperar dos tipos de partido: un cero a cero aburrido, sin situaciones, muchos laterales y un relator remándola hasta llegar a los noventa minutos, donde era evidente que la pretemporada había sido hecha a base de asados y Coca-Cola. O, por el contrario, podía ser un encuentro a todo o nada, con dos expulsados de cada lado, un penal con polémica y algún jugador al borde del retiro haciéndole gestos a la tribuna. Ahí no solo importaba el partido sino lo que dejaba después. Quizás el más recordado fue el 9 de febrero de 2000, cuando Carlos Bianchi, técnico de Boca, puso un equipo lleno de chicos de inferiores para jugar contra el River de Ramón Díaz. En el xeneize jugaron nombres como Facundo Imboden y Marco Bahamonde. Boca ganó 2 a 1 y el segundo riojano más famoso, golpeado por la derrota, renunció. Sí, por un partido de verano. Y no sería la única víctima que se cobraron los inocentes partidos costeros: en 2006, Mostaza Merlo pegó el portazo a la dirección Millonaria después de un encontronazo con Marcelo Gallardo tras un cero a cero olvidable ante San Lorenzo.
Pocos lo saben, pero el torneo de verano traía consigo una maldición. Si un jugador, generalmente de inferiores, hacía su debut triunfal con gambeta y con gol e ilusionaba a todos, pasaba a fracasar en el siguiente campeonato. Así sucedió, por ejemplo, con el uruguayo Daniel Fonseca. Debutó en 2002 con la camiseta de River contra Boca, metió un golazo de tiro libre y su segundo de fama se evaporó bajo el sol.
Pero no solo de ilusiones se vivía en aquellos veranos. También existían espejismos, quizás producto de la insolación, en los que caían muchos cronistas de campo de juego. Sucedía cuando el relator preguntaba: “¿Quién es este chico que entra?”. Y el colega le respondía: “Juega de diez, es de las divisiones inferiores, me dicen que es muy parecido al Burrito Ortega”. Y al verlo cualquiera se daba cuenta de que no era Burrito, era burro y que no había escuela de fútbol que lo salvara.
Hoy en día, aquellos tiempos bajo el ventilador defectuoso, esperando partidos medio pelo, quedaron en el recuerdo. Pero siempre habrá algún memorioso que rememorará, en noches de aburrimiento y poco fútbol, esa mezcla de jugadores sin ganas y periodistas bronceados.