Frondizi, preso en la Patagonia
Una entrevista inusual en día de elecciones
Transcurrían tiempos políticos difíciles del país todavía rico, pero con presidentes que volvían al llano sin sospechas de haber cometido ilícitos y con patrimonios nada incrementados. El abogado Arturo Frondizi, aún líder de la UCRI, "gozaba" en el hotel Tunquelén -a 25 kilómetros de Bariloche- del tramo más aliviado de un año largo de presidio itinerante: el que le deparó el golpe militar del 29 de marzo de 1962. No era para él una jornada feliz la que sirvió para votar a un nuevo presidente porque estaba impedido de ejercer su derecho ciudadano (elegir y ser elegido).
Ese domingo 7 de julio de 1963 sólo un puñado de esquiadores anticipaban sobre la abundante nieve del cerro Catedral la magra temporada invernal. Magra porque el verdadero boom del deporte blanco llegaría cinco años más tarde y porque los residentes cumplían con el voto a la vez que los turistas hacían cola para justificar su ausencia.
En el hotel cercano al Llao-Llao, al semblante habitualmente serio y hasta grave del confinado se había agregado su decisión de quedarse en el tercer piso. Recluido en la habitación, la única ventaja consistía en evitar comentarios políticos y en cambio interrumpir de a ratos la lectura frente a la postal encantadora del lago Nahuel Huapi, una ilusoria manera de apropiarse de semejante paisaje. Fue también el único día que defraudó a los turistas que -gracias al oportunismo lugareño- interrumpían allí la excursión del Circuito Chico para tomar el té, retratarse con el ilustre confinado y casualmente mejorar las arcas del hotel, del guía y del fotógrafo. Es que el escasamente carismático político concedía retratarse con el grupo y más tarde los viajeros privilegiaban en el álbum familiar "al presidente discutido, pero de mejor perfil de estadista", como quedó registrado en la memoria popular. También como el que soportó mayor cantidad de planteos militares. Su presidio transcurría distendido, pero tres meses antes se había denunciado un complot que no descartaba asesinarlo. Lo habían urdido -como señalaba la acusación que argumentó Alfredo Allende, ex ministro de Trabajo y plasmó el periodista Edgardo Da Mommio- algunos oficiales de la guarnición militar local. Eran unos pocos de los alineados en el bando Colorado, los más iracundos en el conato armado del 2 de abril de ese año.
De Catedral a Tunquelén
Para quien esto escribe -que había cedido a la tentación del esquí- eran tiempos de recopilar historias patagónicas y de periodismo free lance . Aquel día -el último de mi breve estada en ese paraíso-, una avioneta Cesna describió locas y peligrosas acrobacias sobre las pistas del cerro y alguien dijo: "Cada cual elige cómo matarse". Así recordé súbitamente las elecciones y se me ocurrió el reportaje ideal para que lo aceptara mi contacto en un diario: un presidente depuesto opina el día de las urnas.
Dejé los plácidos deslizamientos y procuré llegar rápidamente al Tunquelén. Los taxis brillaban por su ausencia. Estaban ocupados con la elección, pero de mi ruego se apiadó un automovilista que reconocí: el DT de basquetbol Canavesi, aquel que consagró a la Argentina en el Mundial del 50 y buscó otra vida en el kilómetro 5 barilochense. Manejó diabólicamente sobre el camino nevado, pero acortó mi camino.
"El doctor dice que no acepta entrevistas y tampoco hará declaraciones políticas", descargó un emisario en el lobby del hotel. Mi insistencia prometió ceñir la charla hasta que el ex presidente concedió diez minutos, única entrevista del día. Cuando los años me pusieron distante de ese encuentro, Frondizi reapareció más alto, un tanto solemne, con gestos y verba de profeta. ¿Cómo había pasado el día, qué almuerzo y qué anécdota? No era un sibarita. Y así como en Martín García -su encierro previo- se obstinó por indagar el pasado insular del presidio histórico (de Garay a Yrigoyen) y apenas ir al único cine, en los Andes australes no hizo otra cosa que hurgar toda biblioteca, fichar temas y escribir. Aseguró que ese día se había entregado a la lectura sólo interrumpida por el almuerzo (un churrasco con ensalada, algo de fruta). Así evitó comentar las elecciones. Dos días antes en Buenos Aires, el doctor Héctor Gómez Machado, ex presidente del bloque de diputados de la UCRI en el clausurado Parlamento, hizo pública una carta de Frondizi en la que se pronunciaba por la abstención electoral. "Pero no vuelvo a esos comentarios. Hoy sólo leí", aseguró terminante.
"¿Qué tipo de lectura?", quise saber cuando ya expiraban los diez minutos acordados. "Temas patagónicos, algo que los argentinos poco conocen", sentenció. Tan seguro estaba de ese aserto que se animó a una curiosidad: "¿Supo de alguien que propuso importar camellos para darle transporte eficaz a la Patagonia?".
"Sí, doctor. Fue el general José María Sarobe", repuse, casi escolar, como si ganara el mejor concurso de algún dentífrico que daba buen aliento a la cultura. A partir de la alusión a Sarobe, aquel militar historiador (1888-1946), y al tipo de camellos que proponía el autor (bactrianos) nos sumergimos mentalmente en su libro La Patagonia y sus problemas , uno más entre los escritos por el general viajero.
La entrevista monotemática no sólo empezó a alargarse sin límite de tiempo, sino que el ex presidente ordenó té con tostadas y se sintió tan a gusto como sorprendido. Aquella Patagonia bibliográfica en que se transformó la tertulia transitó por los autores más diversos desde Muster a Clemente Onelli, pasando por Darwin, Falkner y Bailey Willis. Pasaron los sucesos más diversos de la región. Desde el más grave en la memoria de los yrigoyenistas -las huelgas y matanzas de Santa Cruz, cuando Osvaldo Bayer todavía no había publicado su documentado ensayo- y aludíamos, claro, a José María Borrero. El deporte no fue la pasión de Frondizi y conocía poco de las proezas andinas de eclesiásticos como el padre D´Agostini y Pío Carbajal. Había querido demostrar -con aciertos y errores- su pasión por el desarrollo del país. Memorizaba el plan de ferrocarriles nacionales de Ezequiel Ramos Mejía (aunque clausuró ramales) y le gustaba aleccionar sobre la obra de la Comisión de Estudios Hidrológicos (fue el presidente que impulsó el sueño hidroenergético de El Chocón). "Preparo un ensayo sobre los proyectos de Bailey Willis", aseguró a la vez de quejarse porque Parques Nacionales no le remitía en préstamo El Norte de la Patagonia , la obra fundamental de Willis.
Exposición de homenaje
Ya había transcurrido más de hora y media de charla (que duró tres). Frondizi llamó a su secretario González para retrucarle el argumento de "que los jóvenes no saben de la Patagonia" y quedó encantado de saber que mi biblioteca alistaba el libro negado (pronto estaría en sus manos). A Frondizi le fascinó saber de mi documentación sobre Martín Sheffield, el cowboy que divulgó la falacia de un plesiosaurio vivo en el Chubut que escandalizó los medios científicos de 1922, y cuando le conté de mi pista sobre dos bandoleros y una mujer, norteamericanos, que se habían escondido en un valle de la Patagonia, el confinado me alentó a continuar la investigación. Aún ni Newman ni Redford soñaban con protagonizar a esos bandidos (aunque el film de 1969 los encuadró sólo en Estados Unidos y Bolivia).
El próximo lunes 29, la Biblioteca Nacional inaugurará "1429 días de desarrollo en democracia", una megaexposición en tres plantas de su edificio palermitano homenajeará al ex presidente con un nutrido acopio de recuerdos familiares y documentación de su trayectoria. Su batalla del petróleo, su vida parlamentaria y presidencial, los planteos militares y los conflictos educacionales, además del humor y la caricatura, que discurrirá en los paneles y vitrinas, pero estará también en la voz de calificados conferencistas.
De aquel día de elecciones, la posibilidad de publicar una nota -que un jefe de página tildado de soberbio y "mufa" desestimó sin conocer el contenido- me obligó a perder el tren de esa noche hacia Constitución. Un piloto alemán ofrecía para el día siguiente una plaza a Buenos Aires a bordo de la que decía ser su avioneta. Trepé satisfecho por la entrevista consumada, pero con dudas sobre si la mufa del colega terminaba con la negativa a publicar. Pero no. Deduje que la avioneta no era la de las locas acrobacias sobre el Catedral. El accidente fue en La Pampa y sobrevivimos milagrosamente. El piloto -con fracturas en una pierna- se llamaba Ferdinand Jurny. La avioneta no era suya y quizá tampoco su nombre. Se trataba de un estafador. Pero ésa es otra historia. De la elección surgiría el gobierno de Arturo Illia. Pero antes, el 31 julio, 24 días después de la entrevista en Bariloche, Arturo Frondizi quedaba en libertad.