Freddy Mamani, el padre de los "cholets"
¿Qué me dicen de esa casa sola que se ve desde un avión? La pregunta que León Gieco se hacía en la canción "Pensar en nada" puede tener dos respuestas si se sobrevuelan las cercanías de El Alto, ese suburbio de La Paz que no ha dejado de crecer desde mediados de los años 80 para convertirse en una ciudad de más de un millón de habitantes, la más alta del mundo, a cuatro mil metros del nivel del mar. La primera respuesta nos lleva a una casa, todavía en pie, recostada sobre una serranía en la comunidad aymara de Catavi. Es una vivienda rural, estructura rústica de ladrillos de adobe y techo de paja. La segunda respuesta surge en El Alto, entre el ruido de una infinidad de casas de ladrillo crudo que desde el aire parecen amontonarse como hormigas y entre las que asoma una especie de nave de Star Trek a punto de despegar hacia el espacio. La primera casa, rural y rústica, es el lugar donde nació hace 47 años Freddy Mamani Silvestri. La otra, barroca, andina y espacial a un tiempo, es uno de los cien "cholets" o "cohetillos" que Mamani lleva imaginados y construidos desde 2005 en Bolivia pero también en Perú y el norte de Chile.
El pasaje de una casa a la otra resume el proceso de afirmación y expansión de la cultura aymara en la Bolivia de Evo Morales, y la emergencia de una nueva burguesía indígena que encontró en Mamani a su arquitecto-artista. Un Brunelleschi posmoderno y andino que distribuye sus palazzos en un asentamiento urbano que pasó de la fase rural a sus actuales formas laberínticas, salteándose la etapa colonial. "Es bueno que ricos y pobres vivan juntos. Esto no es una zona residencial, la gente que prospera en el barrio con sus comercios y sus negocios no quiere marcharse afuera. Mis obras son como lunares esparcidos por la ciudad", le dijo Mamani, que vive en El Alto, a El País de Madrid.
La atención internacional sobre su obra ha ido creciendo en los últimos diez años. Las crónicas de su vida coinciden en señalar sus comienzos como ayudante de albañil a los 14 años, pero no terminan de ponerse de acuerdo en cuanto a su formación. Unas veces es autodidacta, otras completó sus estudios en una escuela nocturna; a veces es arquitecto e ingeniero, otras simplemente constructor. Quizás en esa zona de incertidumbre sobre la legitimación social de su oficio le pueda caber la categoría más elástica de artista, uno que lleva su atelier encima y que trabaja los diseños en planta, dibujando sobre la pared, asistido apenas con una tablet. Mamani no se parece en nada a los starchitects, arquitectos estrella de la globalización que viajan dejando su firma en las grandes capitales. Más bien al revés: cada vez más especialistas y turistas peregrinan a El Alto para ver sus edificios.
Los "cholets" ya han sido compilados por la historiadora brasileña Elisabetta Andreoli en el libro The Architecture of Freddy Mamani Silvestre (La arquitectura de Freddy Mamani Silvestre), con fotos del boliviano Alfredo Zeballos. Su vida y obra quedó registrada en Cholet: la obra de Freddy Mamani, un largometraje del director brasileño Isaac Niemand con música original del tecnostar Moby que se estrenó hace dos años en el festival de Rotterdam. Luego, en octubre de 2018, la Fundación Cartier le comisionó la instalación de un salón de eventos donde en el marco de las Nomadic Nights se realizó una "Fiesta Andina". Mamani metió la cultura de El Alto en París y consagró a sus "cholets" en la tapa del catálogo de la muestra Southern Geometries: from México to Patagonia. El historiador paraguayo Ticio Escobar fue uno de los curadores que trabajó en la muestra en Cartier, y analiza el creciente interés por su obra. "Los ?cholets' constituyen sin duda una expresión refrescante, imaginativa y renovadora que ayuda a enriquecer el repertorio del arte latinoamericano, del que forman parte. Su riesgo es el de todo arte: sucumbir a la sociedad del espectáculo que podría convertirlas en fetiche kitsch o en pintoresquismo exótico latinoamericanista".
El tráiler de Cholet... puede verse en la plataforma online Vimeo y es un inmejorable acercamiento a las obras de Mamani. La panorámica del interior de uno de sus edificios pareciera sumergir al observador en el vértigo de un flipper visto por dentro. Construido a base de vidrio, policarbonato y cristal chino, el interior de los "cholets" brilla hasta la exasperación, a fuerza de cientos de leds y espejos. Esa ilusión de lujo rococó es lo que se le critica a Mamani como kitsch y lo que le ha valido el nombre impuesto desde la élite blanca. "Cholet" como contracción del francés chalet y "cholo", la forma para referirse con desprecio a la etnia aymara. Como suele suceder, la palabra fue apropiada positivamente y hoy da la vuelta al mundo como una contribución genuina de América Latina a la estética urbana del siglo XXI.
En rigor, el "chalet-cholo" es el último piso reservado a los dueños del edificio. El resto de la estructura respeta un axioma del diseño: la forma sigue a la función. En este caso, parece representarse una forma de vida particular, la del capitalismo de El Alto. Mamani lo explica así: "La idea central pasa por una construcción en la que todo sea rentable: la planta baja, dividida en locales, estará dedicada al comercio; la segunda, de unos 600 metros cuadrados, se alquila como sala de fiestas o para banquetes de boda, con habitación para los novios y caja fuerte incluida; en la tercera se ubican varios apartamentos que también salen a renta, y en la cuarta se construye el chalet para que vivan los dueños del edificio. Una vez acabado, todo debe servir para generar dinero. Así lo quieren los propietarios".
La descripción de Mamani parece auscultar no solo la planta de sus edificios-obra sino también la estructura social de la "choliburguesía". Por fuera, sus "cohetillos" son una oda extrema al sincretismo. La potencia estética rinde culto a los monumentos de la cultura preincaica de Tiwanaku, a solo treinta kilómetros, en una de las orillas del lago Titicaca. Así, las fachadas incorporan formas de serpientes, cóndores y pumas al tiempo que exhiben la paleta cromática de los "aguayos", tejidos populares de las mujeres de la zona. Esta fuerte marca de identidad estética está cruzada por atisbos de un espacialismo de ciencia ficción que a Mamani le llegó a través de la iconografía de los videojuegos de los años 80. En ese sentido, sus obras son monumentos retrofuturistas enclavados en una ciudad paradigmática de la economía de mercado informal.
El Alto, con su mezcla de comerciantes, exmineros y campesinos, ha sido el tablero de ajedrez donde surgió una forma estética tan inesperada como la de Mamani, y también la plataforma de despegue del liderazgo de Evo Morales. En una radiografía de la ciudad publicada por The New York Times, Benjamin Kohl, profesor de estudios urbanos de la Universidad de Temple (Filadelfia), expresaba: "El Alto es al mismo tiempo la ciudad más revolucionaria de toda América Latina y la más cercana al neoliberalismo, la ciudad más individualista de todo el continente". Lo más parecido al corazón de esta ciudad es, entonces, el mercado al aire libre que atesta las calles los sábados y domingos. Cientos de vendedores comercian allí todo tipo de bienes: remeras usadas que llegan en fardos desde los Estados Unidos; autos nuevos y viejos (también robados); armas; piernas y cabezas de muñecas Barbie rotas; guitarras eléctricas, momias de bebés llama. Cada semana se vuelcan millones de dólares en este mercado que opera fuera de cualquier regulación estatal o estructura impositiva. Las obras para habitar de Mamani están hechas también de esta riqueza desprolija y se cotizan entre los 200 y 300 mil dólares cada una.
Casado, con cuatro hijos, Mamani es probablemente el fenómeno estético (llamésele artista, constructor o arquitecto) más significativo del último decenio latinoamericano. En la película de su vida y obra lo vemos volver, la frente alta esta vez, a la casa en las afueras de todo donde se crió. Su cara parece cortada a cuchillo por el sol del altiplano. Habla a cámara, pero mirando de reojo a su vieja casa de adobe. Dice que le parece mucho pensar que, partiendo de ese lugar, pudo llegar a construir una ciudad. Dice que le parece inimaginable. Nada que pensar Freddy, ya está hecho.