François Dosse. "Después del estructuralismo no se puede leer de manera inocente"
El historiador, biógrafo de los intelectuales franceses más destacados del siglo XX, destaca el legado del pensamiento estructuralista y el rol de las editoriales como sus "máquinas de guerra"
No es la primera vez que François Dosse visita Buenos Aires. Invitado por la embajada de su país y el Instituto Francés en la Argentina, brindó recientemente tres conferencias a sala llena, una en la Biblioteca Nacional y dos en la sede de la avenida Córdoba de la Alianza Francesa. Los temas abordados por el historiador y biógrafo intelectual se vincularon con tres de sus libros: la historia del estructuralismo, sobre la que escribió una obra monumental en dos tomos; el trabajo del historiador Michel de Certeau, a quien aún no se ha valorado como corresponde por la magnitud de su obra y la elegancia de su estilo, y la relación entre el filósofo Paul Ricoeur y los enfoques estructuralistas.
Dosse escribió Paul Ricoeur. Los sentidos de una vida (Fondo de Cultura Económica) sin conocer en persona al discípulo de Gabriel Marcel, que sin embargo permitió que llevara su investigación adelante. Una vez publicada la obra -donde Dosse abordaba las iluminaciones de Ricoeur sobre ética y estética, cristianismo y justicia-, el viejo filósofo invitó a almorzar al historiador y se hicieron amigos. El siguiente trabajo biográfico de Dosse, también gigantesco, se concentró en uno de los autores de dos cabezas más destacados del siglo XX: el dúo integrado por Gilles Deleuze y Félix Guattari. Creadores de conceptos decisivos para entender el siglo pasado y fecundar el presente, el filósofo y el psicoanalista fueron para Dosse pensadores premonitorios. "La noción de rizoma anticipó los sistemas colectivos de pensamiento y el funcionamiento horizontal de las redes sociales", afirma. Su libro Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada también fue publicado por FCE en la Argentina. En 2017, El Cuenco de Plata editará un nuevo libro suyo, dedicado a la vida de una de las figuras intelectuales y políticas más notables que dio Francia en el siglo pasado: el filósofo, economista, psiquiatra y militante socialista Cornelius Castoriadis.
¿Cómo fue su formación?
Soy un producto puro de Mayo de 1968. Fui a una universidad muy conocida, la Universidad de Vincennes-París VIII, que iba a ser decisiva en la historia del estructuralismo. Ésa fue la universidad estructuralista. Una serie de disciplinas de las ciencias humanas modernas, como la lingüística, la antropología y el ámbito de las letras encontró su lugar en Vincennes. Esa modernización, esa emancipación de las ciencias humanas, creó un espacio único con Michel Foucault, Gilles Deleuze y todas las personas cercanas a Jacques Lacan. No sólo varones: alguien a quien le debo mucho es Claude Mossé, una especialista en historia griega. Comencé en Vincennes apenas abrió la universidad porque obtuve mi diploma de bachillerato en el 68. No era una universidad dividida en departamentos cerrados; yo asistía a clases de filosofía, de economía política, de sociología. Era un período en el que estábamos todos muy comprometidos. Seguí el camino tradicional de la licenciatura, luego hice cursos para ser profesor y luego continué como investigador. Enseño en varias universidades y doy algunos cursos en el Instituto de Estudios Políticos. Soy también investigador en uno que se llama IHTP, Instituto de Historia del Tiempo Presente.
Luego se dedicó a escribir biografías intelectuales.
Nada me predestinaba a escribir biografías. Me sentía atraído por la historia de los conceptos, la historiografía, no por los individuos. En los años setenta las biografías estaban muy mal vistas, era considerado algo ajeno a las ciencias humanas escribir biografías. Lo que me hizo llegar a la biografía fue que, cuando escribí mi historia del estructuralismo, descubrí el pensamiento de un filósofo que había descripto de manera muy exacta lo que yo sentía sobre ese tema. Sobre la orientación del estructuralismo, sus escollos, sus errores. Este filósofo era Paul Ricoeur. Cuando terminé mi trabajo sobre el estructuralismo, quise ir más lejos y sumergirme en su obra. Como no lo conocía, le pregunté si tenía algún inconveniente con que yo hiciera una biografía sobre su carrera. Me respondió que estaba de acuerdo con que trabajara, pero que él tenía mucho que hacer y que prefería no ser molestado. Entonces, yo tenía que escribir una biografía sin conocerlo, sin encontrarme con él. Sólo con los libros. Me sumergí en toda su obra, que es enorme, pero no era suficiente para una biografía. Compensé entonces esa desventaja llevando adelante una gran investigación, entrevisté a más de doscientas personas que me permitieron trabajar lo que fue su recorrido, su carrera. Vi a personas que lo conocieron en contextos muy diferentes, como cuando él estuvo prisionero durante la Segunda Guerra en los campos nazis destinados a los oficiales enemigos.
¿Qué le interesó del pensamiento de Ricoeur?
Su posición ante el estructuralismo. Una posición crítica, que coincidía con mi punto de vista. El estructuralismo fue un momento muy fecundo, muy fuerte, del pensamiento, pero también tengo un punto de vista crítico. Como historiador, no puedo adherir al estructuralismo, que es un paradigma que niega la historia. El de Ricoeur es un pensamiento magnífico; se ocupaba tanto de la lógica del signo como de la lógica del sentido. No hay que elegir, hay que apuntar a ambos. Para él, el estructuralismo es indispensable porque inaugura una filosofía de la sospecha. Ricoeur le suma una filosofía de la escucha.
¿Qué opinó él una vez publicado su libro?
Mi gran angustia, mi gran miedo, lo que me provocaba mucha ansiedad era conocer su opinión. Era un libro grande. Cuando se lo enviaron, el servicio de prensa dijo que pesaba más de un kilo. Le gustó. Me envió una carta muy bella en la que decía que había sido incluso más ascético que él y que había llegado la hora de que nos conociéramos. Me invitó a comer. No quiero alardear, pero nos hicimos amigos. Mi libro salió en Francia en 1997, y él publicó un gran libro en el año 2000 sobre memoria e historia, y me pidió que lo leyera. Ese libro era La memoria, la historia, el olvido.
¿Los editores fueron importantes en la consolidación del estructuralismo?
Sí, enormemente. Lo que hizo el estructuralismo fue discutir el saber académico que estaba representado por la universidad, en especial en la Sorbona. Por eso, las editoriales eran las máquinas de guerra del estructuralismo. Fueron editoriales como Seuil, donde trabajaba François Wahl, que era amigo de Roland Barthes, de Jacques Lacan, de Jacques Derrida. Pero el gran director de orquesta del estructuralismo fue Pierre Nora, a quien también le dediqué una biografía. Claude Gallimard lo convocó en 1965, justo antes del momento más fuerte del estructuralismo, lo que denominé el año luz del estructuralismo. Nora impulsó con fuerza el área de no ficción. En 1966 publicó una serie de libros en la Biblioteca de Ciencias Humanas, que sería el soporte editorial de la difusión del estructuralismo. Allí salió Problemas de lingüística general, de Emile Benveniste, y luego Las palabras y las cosas, de Foucault, que se vendió como pan caliente. Se vendieron más de cien mil ejemplares de un libro sumamente difícil. No hay que olvidarse de François Maspero, que publicaba a Louis Althusser y a todos los althuserianos, ni a las Éditions de Minuit. Los editores tienen un rol fundamental como mediadores culturales, porque efectivamente la difusión de los maestros del pensamiento depende del trabajo de los editores.
¿Se puede decir que hay un legado del estructuralismo?
Hay cosas que quedaron: ya no se puede pensar después del estructuralismo como se pensaba antes de él. Para decirlo de manera sintética, veo dos grandes aportes. El estructuralismo rompió con cierta idealización de la historia, una forma de "occidentalocentrismo", una manera de ver la historia como una suerte de evolucionismo con etapas. El estructuralismo mostró cuán errada era esa mirada y que no hay un desarrollo ineluctable de la historia, que hay campos y ámbitos posibles según cada civilización. Otro gran legado del estructuralismo es la filosofía de la sospecha, la idea de que no siempre somos conscientes de lo que ocurre alrededor, de que hay lógicas inconscientes que pueden explicar la acción de distintos sectores e individuos. Ya no se puede leer de manera inocente. Efectivamente quien escribe y quien habla también es objeto de estas restricciones y posibilidades del decir. Hoy en día en la universidad existe una serie de saberes que son legítimos gracias al estructuralismo.
¿En qué momento se encuentra la historia intelectual de Occidente?
¡En el plano personal estoy contento porque estamos vivos! Además, tomamos conciencia de que ese paradigma se encontró en una crisis. Nos dimos cuenta de cuáles eran los impasses, los caminos sin salida, y hoy no rechazamos estas cosas que adquirimos y nos preguntamos sobre el sujeto, sobre los factores subjetivos. Por ejemplo, haciendo biografías. Hacemos preguntas sobre las lógicas temporales. Lo que domina hoy en esta orientación lo defino doblemente como un giro hermenéutico y pragmático. Interrogarse sobre lo que significa actuar, la acción humana, ese sentido no implica que las lógicas de signos sean insignificantes, pero ahora se hacen preguntas sobre el sentido. Y más que sobre el sentido, sobre la pluralidad. Tanto como por la pluralidad de las temporalidades. Hay regímenes de historicidades diferentes que se imponen. Para retomar un concepto, hay acontecimientos que llevan el tiempo de un lado y del otro, que tienen la fuerza de crear desgarros. Por ejemplo, Mayo del 68.
En la Argentina Gilles Deleuze y Félix Guattari son considerados héroes intelectuales.
Hay una gran originalidad en su pensamiento, la manera en la que trabajaron juntos es muy singular. Un trabajo en común tradicional es superponer elementos y capacidades complementarias. Uno podría haber realzado la competencia del filósofo y otro, la del psicoanalista, pero ellos trabajaron de manera oral y escrita, tratando de confrontarse uno con el otro en lo que llamaron la organización colectiva de enunciación. Ellos mismos eran cada uno varios sujetos, casi un monstruo "deleuzoguattariano". Experimentaron con los conceptos que ellos postulaban. Por eso no me sorprende que sean íconos aquí, en la Argentina, lo que para nosotros los europeos representa el Nuevo Mundo. Por su manera de trabajar tuvieron algo premonitorio, no se limitaron a ser el reflejo de su época, sino del mundo que vendría. Ya Foucault había dicho que el siglo XXI sería deleuziano. Ahora estamos en ese momento. Deleuze es clasificable, un filósofo que tuvo una carrera clásica, mientras que Guattari es inclasificable. Sobre ciertos puntos, Guattari estaba más avanzado que Deleuze; cuando se conocieron, Deleuze seguía un poco fascinado con el estructuralismo. Guattari le dio a Deleuze una posición crítica: había que "mover la máquina" en contra de la fijeza del estructuralismo.
¿Qué pasa hoy en su país con los intelectuales?
Hay menos intelectuales que miran todo desde arriba, que son capaces de hablar de todo. Quizás eso sea algo bueno. Hablan desde sus propias capacidades y competencias. Hay quienes se expresan en debates, en las revistas, en los medios audiovisuales; hay expresiones intelectuales contradictorias y se los escucha. En temas complejos o dolorosos, como el de la eutanasia, a los intelectuales se los escucha en serio. No tienen voto pero se les pregunta su opinión. Los políticos están un poco alejados de eso. Hay otro fenómeno que es archiclásico y es el peso de los llamados intelectuales mediáticos. Tenemos uno que hace mucho ruido porque dice muchas tonterías: Michel Onfray.
¿Por qué eligió biografiar a Cornelius Castoriadis?
Por varias circunstancias. Hay algo en común en todos los protagonistas de mis libros: manejaban muchos saberes diferentes, todos ellos atravesaron y analizaron el movimiento de Mayo del 68. Deleuze, Guattari, Castoriadis, incluso Ricoeur. Otra cuestión en común es el elemento de emancipación presente en sus obras y, en el caso de Castoriadis, el análisis sobre el totalitarismo. Las reflexiones de él son muy finas, en especial las referidas a la profundización de la democracia y al hecho de construir una democracia verdadera. En ese sentido, le hace justicia a su origen griego.
Biografía
François Dosse nació en 1950 en París. Es historiador. Su primer trabajo fue sobre la Escuela de los Annales y el modo de contar la historia "en migajas". Es autor de diez libros, algunos de ellos traducidos al español, como Michel de Certeau, el caminante herido, Historia del estructuralismo, La apuesta biográfica. Escribir una vida, y sus libros sobre el pensamiento y la obra teórica de Paul Ricoeur y del tándem formado por Gilles Deleuze y Félix Guattari.
¿Por qué lo entrevistamos?
Porque es una referencia en la rica historia intelectual francesa del siglo XX, muy influyente en la Argentina