Franco Rinaldi: la cultura de la cancelación selectiva
“Si hay que seguir pidiendo perdón siempre, entonces mejorar no tiene valor”, asegura el comediante Ricky Gervais en su especial grabado para Netflix llamado Supernature. Gervais se refiere a lo sucedido con el actor Kevin Hart, que tuvo que renunciar a ser el anfitrión en la premiación de los Oscar en 2019 porque alguien recordó un tuit con humor homofóbico publicado en su cuenta 10 años atrás, donde decía respecto a un juego de su hijo “ojalá no sea gay”. Inmediatamente se disculpó públicamente, entendió que su trasgresión resultó ser ofensiva y borró ese posteo, y siguió disculpándose un tiempo. La vida continuó, pero casi una década después alguien se lo recordó antes de la gala y Hart tuvo que renunciar a su momento de gloria en el legendario Teatro Kodak.
Disculparse por un error en una humorada parece que no resulta suficiente para la época que atravesamos y es ahí donde las palabras de Gervais toman mayor dimensión: “si disculparse nada cambia, mejorar no tiene valor”.
En el comienzo de la campaña electoral para las PASO de agosto fuimos testigos de una situación que tuvo como protagonista a Franco Rinaldi, primer candidato a legislador porteño en una de las listas de Juntos por el Cambio. Se viralizó un comentario jocoso que hacía alusión a la condición sexual de un colega de modo ofensivo. Esto sucedió años atrás y según Rinaldi lo hizo como parte de una perfomance de humor por streaming. Fue de mal gusto y Rinaldi se disculpó, asumiendo el error. Para sus adversarios internos no alcanzó con esa disculpa y anunciaron a coro que pedirían a la Junta Electoral que le impida ser candidato, abusando de la llamada “cultura de la cancelación”. Cabe destacar que Rinaldi tiene pergaminos y conocimientos en distintas materias, la actividad aerocomercial es su especialidad, pero si no los tuviese no le quitaría el derecho a ser representante del pueblo si éste lo vota, como en todo sistema democrático. No cometió ningún delito, tuvo un comentario desafortunado que hirió la sensibilidad de algunos y ofendió a alguien en particular con una de esas metáforas sucias que suelen hacerse en privado como una manera de describir con humor una situación, no reconocerlo sería hipócrita, pero que a diferencia de años atrás, ya no está socialmente aceptado hacerlo en público. Si se documentara cada día de nuestras vidas seguramente quedarán registrados algunos comentarios bastante desubicados hechos a lo largo de los años y por ese archivo nos recordarían algunas opiniones en las cuales ya no creemos, por más que las cosas que hayamos dicho en el pasado no hayan sido escandalosamente ofensivas. De todos modos, seguramente hemos sostenido opiniones, de las cuales luego nos arrepentimos. Pero imaginemos que un caso de una observación equivocada o una mala opinión quedara como un castigo eterno, no tendríamos salida. Ese es el problema al que se enfrenta nuestra sociedad con aquellos que hacen prevalecer ante todo y sobre todo la cancelación como única salida.
Por eso, lo más importante es que Rinaldi reconoció el error y se disculpó, esa sola acción hace que el mensaje llegue con más fuerza y sentido al público que siguió el entredicho, la reparación puede ser más valorada que el agravio porque nos muestra pensantes y dispuestos a mejorar y no como seres obtusos y empecinados en reincidir en la equivocación.
Franco Rinaldi también fue víctima de comentarios ofensivos por su condición física, un problema de salud le hace desplazarse en silla de ruedas desde niño, sin embargo, jamás se victimizó ni pidió cancelación para quien se burle de su situación, de hecho, en esta misma campaña fue agredido por Lucas Luna, un candidato de La Libertad Avanza, que señaló “nadie votaría a un discapacitado”. Por decir eso, Luna fue desplazado por su propio partido a pesar de que Rinaldi pidió que no dejara su candidatura “Con perdón de la pedantería, creo que soy una buena prueba de que una persona con discapacidad puede ser tremendamente elegible y eventualmente muy votada. Dicho esto, estoy en contra de toda cancelación o censura a la libertad de expresión”, aclaró. Todo esto antes que la acusación se invirtiera y lo tenga como acusado.
Es cierto que la conversación pública ha cambiado y se ajustó a través de distintos movimientos como el feminista #Metoo o el antirracista #Blacklivesmatter permitiendo una más amplia difusión de los valores feministas, antirracistas y anti homofóbicos, pero a veces, en el afán de castigar con una vara moral que nadie otorgó a alguien para erigirse juez, se cancela de tal mala manera que se cometen excesos que dañan las propias bases de la libertad de expresión y generan importantes daños colaterales precisamente por desplegarse sin ningún tipo de garantías para la defensa ni la posibilidad de un proceso de debate justo, negándole así a los cancelados la posibilidad de defensa o réplica o, quizás lo peor, de la disculpa. Si se le niega eso al acusado, teniendo en cuenta que no hablamos de delitos sino de exabruptos, humor o comentarios no pertinentes, prácticamente le negamos la posibilidad de corregirse cuando aún cree con sinceridad que cometió un error.
Esta “cultura de la cancelación” encontró en el mundo artístico un lugar donde germinar y crecer, allí tomó vuelo y se fortaleció como un comportamiento único e inapelable. Las redes sociales hicieron el resto, lo llevaron a un extremo de lo políticamente correcto que hace que muchos sintiéramos que varias cosas publicadas desde cinco años hacia atrás deberían se borradas. Pero también llegó a la política, y de mal modo, porque puede ser válido que los propios políticos sean los encargados de escudriñarse y señalar al otro sus errores, pero carecen de autoridad para impedir una candidatura, se están arrogando el derecho que en definitiva es del pueblo a la hora de elegir. No hay otro juez que la sociedad votando para saber si acepta una disculpa y pondera otras cualidades del candidato o directamente elige otra opción electoral porque considera que el “cancelado” cruzó un límite que no admite su apoyo. Nunca, como en esta situación, se vuelve imprescindible el valor esencial de la democracia como lo es la posibilidad de elegir.
En el caso de Rinaldi vale preguntarnos por qué se permite que otros candidatos, como Sergio Massa, pasen de comprometerse públicamente a “barrer con los ñoquis de La Cámpora” o a terminar con la corrupción kirchnerista a ser candidato de ese espacio. ¿Se equivocó? ¿Se disculpó por cambiar ostensiblemente de posición? No, jamás explicó ese cambio, como tampoco lo hizo Alberto Fernández en 2019 respecto a lo que opinaba de Cristina Kirchner años atrás o como tampoco lo hizo Axel Kicillof por haber pasado de insultar a Massa a decir que es el mejor candidato. Los políticos pueden estafar al electorado con promesas incumplidas o cambios de opinión alarmantes, incluso sobre el valor que otorgaron coyunturalmente a sus adversarios antes de ser sus socios y amigos, allí no hay ni disculpas ni pedidos de cancelación. Todo vale. Y está bien que así sea, porque sus contradicciones se exponen para ser reprobadas, aceptadas o ninguneadas por el ciudadano a la hora de apoyar y votar o no a determinado dirigente.
Debemos ser cuidadodos, porque si la “cancelación” es selectiva, puede terminar siendo una forma de persecución que responde a intereses ocasionales o solo a una estrategia electoral y no a una impronta cultural genuina que nos puede permitir mejorar la convivencia en sociedad. Y eso no depende de la política, sino exclusivamente de nosotros.