Franco Rinaldi, ¿cancelación o libertad de expresión?
¿Usted cree que hay personas o grupos de personas discriminadas en la Argentina?, es una de las preguntas que incluye un estudio reciente del Instituto Pulsar (UBA), que pone el foco en las creencias de los argentinos. El 73% de los consultados respondieron que sí. ¿Y cuál sería la principal causa de esa discriminación? Al tope de las causas figura la pobreza.
Justo la polémica –una de ellas, en rigor– en la que se enredó el precandidato a legislador por Pro Franco Rinaldi, quien ha sido denunciado por sus rivales radicales por discriminación a raíz de la difusión de videos –altamente chocantes, por cierto– con una fuerte carga de homofobia, racismo y machismo. “Lanzallamas”, responde el politólogo en un stand up subido a las redes durante la pandemia, cuando imagina “soluciones” para el Barrio 31. Sus rivales internos buscan bajarlo de la lista de Juntos por el Cambio, mientras que Rinaldi y Jorge Macri, su ahora jefe político, denuncian un intento de cancelación.
La última en sumarse a la embestida fue la actriz Carla Peterson, esposa de Martín Lousteau, quien encabeza una jugada política inteligente y válida, en el marco de una campaña que apunta a minar las chances de su oponente. Inteligente porque su argumento apunta a la representación, que es lo que se vota: el candidato de Jorge Macri, afirma el radical, no representa los valores de Juntos por el Cambio. Peterson aceleró: “No es cancelación. Tampoco una performance. Es odio y discriminación. No es un hecho artístico ni libertad de expresión. Las disculpas no alcanzan”.
Del otro lado podrían contraargumentarle: ¿acaso Lousteau pidió disculpas por la resolución 125, una medida tan dañina para los argentinos que marcó el inicio de una grieta que arrasó con todo a su paso, incluso con vínculos familiares? ¿Quién habrá hecho más daño, Lousteau con la 125 o Rinaldi con su “performance”? El que esté libre de “pecado” que tire la primera piedra.
El asunto es vidrioso porque, en la polémica desatada en torno al politólogo, hay conceptos nuevos y palabras en disputa (como el término “cancelación”, por ejemplo). Vidrioso porque, si bien sus dichos merecen el más amplio repudio, están, según el sistema interamericano de derechos humanos, en el borde (pero adentro) de la cancha de la libertad de expresión y de pensamiento. Sin embargo, cualquiera que se haya sentido ofendido –que podrían ser muchos– puede denunciar a Rinaldi ante la Justicia ordinaria, con una afectación de derechos específica. De hecho, el lunes último la Justicia porteña abrió una investigación para dilucidar si incurrió o no en actos de discriminación.
Aunque, obvio, los policías de la moral –especialistas en señalar a los demás, pero poco predispuestos a indagar en su propia sombra– ya tienen un veredicto indubitable. ¿Es una solución bajarlo de la lista? Y si no lo es, ¿acaso no debería haber una consecuencia sobre un candidato con expresiones tan simbólicamente violentas? ¿Es Rinaldi el único “villano” de esta película o, en verdad, es el síntoma –el vehículo– de una parte de la sociedad que piensa como él?
¿Es correcto afirmar que pretenden “cancelar” a Rinaldi? En rigor, no. Cancelación es un término que puede aplicarse a los casos de Juan Darthés o Kevin Spacey; tal vez, también, al de Jey Mammon, aunque el asunto está aún en curso. La cancelación es ser excluido de la sociedad, perder el trabajo, ser apartado de los debates, no invitado, no citado en textos. Antes se lo llamaba una condena al ostracismo.
Meterse en estos laberintos vuelve el tema más complejo y apasionante. Lo llena de preguntas, más que del gatillo fácil de las certezas obvias. Obliga a reflexionar, a fondo, sobre polémicas no saldadas. Mutantes. Convoca a repensar los límites de la libertad y las paradojas de la democracia liberal, capaz de incluir aun a quienes no creen en ella. Demasiado profundo como para tratarlo seriamente en el marco de una campaña electoral tan intensa como sucia.
Como explica Ramiro Álvarez Ugarte, vicedirector del Centro de Estudios en Libertad de Expresión (CELE) de la Universidad de Palermo: “El límite de la cancha es el discurso del odio y la discriminación, cuando está concretamente vinculado a la violencia física, no metafórica como el caso de Rinaldi”. Ciertamente a nadie se le ocurriría –ni podría– hacer un streaming humorístico sobre el Holocausto.
Incluso, gran parte del periodismo argentino –concretamente, quienes opinan en los medios de comunicación– tiene conceptos confusos sobre lo que se puede o no se puede decir, en el marco de la democracia. Hay muchas cosas abominables, como este episodio, que la democracia tolera. Y ni qué hablar de la perturbación que provoca observar cómo un candidato, que toda su vida ha recibido cargas violentas de discriminación a raíz de su discapacidad, intente reproducir esos mismos mecanismos sobre otros. En una palabra: el caso Rinaldi hace trastabillar los conceptos y las opiniones arraigadas en más de uno. Excepto para los que nunca dudan. Dichosos de ellos.