Francis Fukuyama: "Uno de los mayores déficits de la región es la administración burocrática de sus Estados"
Para el renombrado politólogo, si en el pasado la batalla en América latina fue por la democracia, hoy debería ser por gobiernos que, más que en "atajos populistas", piensen en el largo plazo
La definición de Francis Fukuyama puede resultar provocativa, dado el cuadro argentino de estos días. Pero el hombre no busca la controversia; por el contrario, invita a salir de la coyuntura y replantearse algunas urgencias. "En países como la Argentina y pensando en el largo plazo –dice– hoy en día es más importante tener un buen ministro de Educación que de Economía."
Fukuyama pasó por Buenos Aires durante la última semana de marzo junto a un grupo de sus alumnos de la Universidad de Stanford. Se reunió con académicos, economistas, empresarios y funcionarios, incluida la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner. Pero se movió por la ciudad con un bajísimo perfil. Al punto de aceptar una entrevista con LA NACION con la sola condición de que se publicara sólo después de concluida su visita. "No quiero generar rispideces innecesarias", se excusó. Acaso porque no calla que, para él, la Argentina ha sufrido un retroceso institucional durante los últimos años.
Su mera presencia genera, además, algunos chisporroteos. Cuestión de antecedentes. En 1992, publicó El fin de la historia y el último hombre, un libro que dice que muchos malinterpretaron o ni siquiera leyeron, pero a partir del cual le endilgan posiciones que nunca sostuvo. Luego fue uno de los impulsores del movimiento neoconservador que alimentó con ideas y funcionarios al gobierno de George W. Bush. Después rompió con los "neocons" de manera pública y hoy es más crítico del Partido Republicano que de los demócratas. Y ahora alerta sobre el declive político de Estados Unidos, mientras que alienta a América latina a dar un salto de calidad.
"La generación anterior de latinoamericanos peleó por la democracia frente a dictaduras brutales; esta generación debe concentrarse en desarrollar una administración pública de elevada calidad", señala. "La clave en muchos países pasa hoy por dejar atrás el clientelismo. Para eso, un eje crítico es que la sociedad mantenga la presión sobre sus gobernantes."
Politólogo de renombre mundial, Fukuyama reparte hoy su tiempo entre sus clases en Stanford, al sur de San Francisco, y sus estadías en Washington DC, donde aún colabora con otra universidad, la Johns Hopkins, e integra el directorio del Diálogo Interamericano, el principal centro de estudios sobre América latina en la capital de Estados Unidos, que le permitió seguir los cambios en la región durante la última década. Un período en el que remarca la reducción de la pobreza y las políticas de redistribución de la riqueza y señala el desafío: "Es importante mantener esa senda y complementarla durante los próximos 10 años".
-Con 61 años, usted es muy conocido desde que a los 30 publicó El fin de la historia . ¿Cuántas veces le han preguntado sobre ese libro?
-(Risas) Bastantes veces. Pero muchos ni siquiera lo entendieron. Da igual, porque más allá de lo que pueda decir gente como el fallecido Hugo Chávez, no creo que haya una forma más elevada de civilización que la democracia liberal en combinación con algún tipo de economía de mercado. Así que lo único que expuse en aquel libro es que la modernización y el progreso en marcha que vivimos parecen llevar hacia la democracia liberal, no hacia el socialismo.
-Publicó aquel libro inmediatamente después de que concluyó la Guerra Fría. Transcurrido un cuarto de siglo, ¿cambiaría algo de aquella visión?
-Sí [Tajante]. En 2011 publiqué Los orígenes del orden político y en octubre saldrá el segundo volumen, Orden político y decadencia política , y ambos textos representan, en esencia, mi esfuerzo por actualizar aquella obra. Y sí, creo que algunos aspectos son hoy diferentes. Primero, le insisto en que aún hoy no creo que haya una forma de organización política "superior" a la democracia liberal, pero sí creo que ésta puede variar muchísimo en lo que respecta a su calidad. Y segundo, que un país adopte la forma de una democracia liberal no significa que ésta vaya a durar para siempre. Por el contrario, puede desplomarse o al menos declinar. De eso hay amplia evidencia en la actualidad. Incluido Estados Unidos. Y con esto tampoco quiero decir que los modelos adoptados en China o en Singapur, digamos, resulten "superiores" al de Estados Unidos. Porque considero que ambos países también afrontarán una declinación política. Más aún, creo que China afrontará un declive más rápido que Estados Unidos. Todo esto, claro, no estaba en aquel libro de 1992.
-Clarifiquemos algo: ¿usted no vislumbra ese declive desde una perspectiva determinista, o sí?
-No hay tal determinismo al abordar la historia. De hecho, otra conclusión de ambos volúmenes es que el desarrollo de las instituciones es muy complejo y a veces es el resultado de accidentes, de la suerte. Los seres humanos forjan su presente de manera individual y colectiva; y a veces toman decisiones correctas y a veces, no. Y no hay nada subterráneo o latente que pueda simplemente empujar la historia hacia adelante, como si fuera una máquina.
-Ahora bien, usted alerta en sus textos sobre el posible declive político de potencias como Estados Unidos o China. ¿Qué cabe esperar, entonces, para América latina?
-Si miramos el hemisferio como un todo, podemos ver que la situación no es tan mala. Para mí, no hay duda que la región está hoy mucho mejor que 30 años atrás. Por entonces, había golpes de Estado, escenarios de la Guerra Fría, crisis de la deuda, la "década económica perdida", violaciones masivas de los derechos humanos? Desde entonces, América latina creció, la desigualdad se ha reducido y se evidencia un avance como bloque, aunque algunos países han sufrido retrocesos. Venezuela es uno de ellos y, lamento decir, la Argentina también, en los últimos años. Pero dicho eso, es destacable que en todo el hemisferio la situación es mucho mejor.
-La primera de muchas repreguntas posibles es por qué se interesa usted en América latina, siendo estadounidense, hijo de japoneses residente en Washington, primero, y California, ahora.
-Entre otros muchos motivos, porque me han invitado a América latina muchísimas veces [risas]. He venido una y otra y otra vez. En el caso de la Argentina, la primera vez fue a pedido de Gustavo Beliz [en 1991, por entonces Beliz presidía el Instituto Nacional de la Administración Pública], y desde entonces me convocaron para distintas conferencias. Pero más allá de la Argentina, y abordando América latina como región, me gusta su gente, sus sociedades, su cultura. Para un politólogo comparativo resulta un laboratorio estupendo.
-¿Cómo es eso?
-América latina tiene el mayor número de democracias como región, algunas de las cuales funcionan muy bien y otras no, y eso resulta, en sí mismo, interesante. Además, han sobrellevado una larga lucha para alcanzar no sólo un crecimiento económico sostenido, sino también posibilitar la redistribución y reducir así las inequidades presentes desde la colonización española.
-Lo cual parece combinarse en ocasiones con una obsesión por buscar atajos para alcanzar resultados rápidos, pero que a la larga resultan contraproducentes.
-A ver? En ocasiones hay una tendencia populista a pensar que se pueden solucionar estas profundas inequidades sociales sin preocuparse por el crecimiento y los recursos indispensables para una economía. Por eso, el populismo impulsa medidas que no son sustentables y llevan al colapso. Porque la redistribución del ingreso, por ejemplo, es necesaria, pero debe adoptarse de una manera que sea duradera. En ese sentido, sí creo que se han intentado muchos atajos en América latina. Y creo que uno de los mayores déficits en la región, ahora que es democrática en bloque, pasa por la mala administración burocrática de sus Estados. Sé que suena extraño, porque si uno habla de "Estados fuertes" en esta parte del mundo, de inmediato la gente lo asocia con el riesgo de una dictadura o violaciones de los derechos humanos, pero nada más lejos de eso. Por el contrario, por "Estado fuerte" aludo a uno capaz de reafirmar el Estado de Derecho, aplicar las leyes, garantizar la seguridad jurídica y proveer los servicios básicos, como educación, salud o infraestructura. Por eso creo que la generación anterior de latinoamericanos peleó por la democracia frente a dictaduras brutales; esta generación debe concentrarse en desarrollar una administración pública de elevada calidad.
-¿Puede ser más específico?
-La clave en muchos países pasa hoy por dejar atrás el clientelismo. Para eso un eje crítico es que la sociedad mantenga la presión sobre sus gobernantes y se movilice para reclamar servicios públicos de calidad. Para que quede claro: en países como la Argentina y pensando en el largo plazo, hoy en día es más importante tener un buen ministro de Educación que de Economía.
-En sus clases, usted suele dar como ejemplo el desarrollo de un Servicio Forestal profesional en Estados Unidos a principios del siglo XX.
-Exacto. Aludo al desarrollo de una burocracia estatal que sea imparcial, que trate a todos los ciudadanos del mismo modo, con personal competente que haya sido seleccionado por sus conocimientos técnicos, no por su lealtad política o como recompensa política hacia alguien. Ése, creo, es un déficit claro en América latina, donde su población reclama seguridad física, cobertura médica o educación, entre otros servicios, con un gerenciamiento público profesional. El problema es que cuando eso no es posible en una democracia, a menudo sus gobernantes o sus sociedades apelan a esos atajos. Entre otros motivos, para esquivar esas burocracias inútiles.
-Su último paper se titula "¿Qué es gobernar?", en el sentido de la habilidad de un gobierno de crear y aplicar reglas, y proveer servicios básicos a la sociedad. Por lo visto, este tópico ha sido su obsesión académica durante los últimos 30 años.
-Sí, de un modo u otro, a eso aluden incluso mis últimos libros. Porque más allá de la democracia en sí, si el gobierno no puede proveer bienes y servicios básicos a su población, sólo resultará en un fracaso. Muchas transiciones democráticas afrontaron serios problemas o fracasaron precisamente por eso. Fíjese en Ucrania, por ejemplo, y la Revolución Naranja de 2004. O tantos países de América latina, como Bolivia o Ecuador, donde celebraron una elección tras otra sin que ningún presidente elegido pudiera cumplir con sus promesas de campaña por falta de gestión real. Y, por supuesto, eso a menudo lleva a la tentación de creer que un líder fuerte podrá sortear esos obstáculos. Cuando el desafío, en realidad, pasa por pensar e implementar una estrategia a largo plazo.
-En esa línea, usted es crítico sobre Estados Unidos y el declive que percibe en su sistema político desde hace unas décadas.
-En efecto. Ese declive responde a una polarización entre demócratas y republicanos que es la más extrema que he percibido en toda mi vida. Se rechazan mutuamente y están metidos en un juego de suma cero. Y creo que los republicanos tienen más culpa en eso que los demócratas. Pero la situación actual en Estados Unidos también responde a las derivaciones extremas del sistema de balances y contrapesos por el cual que resulta fácil para una minoría interesada boicotear los intereses de la mayoría.
-¿Acaso eso no es bueno en una democracia?
-Depende. Es bueno si se ejerce con moderación. ¡Por supuesto que se necesitan controles para impedir que se desarrolle una tiranía, un gobierno autoritario! Pero también es necesario que un gobierno pueda tomar decisiones difíciles. Y en el caso de Estados Unidos, el Congreso no votó una ley de presupuesto desde 2006, aunque eso sí, ¡luego vamos por el mundo criticando a países en desarrollo por sus malas prácticas presupuestarias! La nuestra es tan terrible que la administración debió cerrar sus puertas varias veces. Eso debe cambiar.
-Sin embargo, reformar el sistema político y en particular la Constitución estadounidense resulta casi imposible.
-Ése es mi temor. De hecho, en mi teoría sobre el declive político de los países, considero que ese descenso puede responder a dos causas. A la rigidez de su sistema político o porque sus instituciones son cooptadas por una elite de actores políticos. Y hoy se pueden percibir ambas situaciones en Estados Unidos. Así, por ejemplo, el modo en que se utiliza el dinero en la política norteamericana es muy dañino. Les permite a los bancos que son grandes donantes en las campañas esquivar las regulaciones que serían necesarias. Esto es solucionable, pero no ocurre porque el sistema político no está funcionando como debería.
-Al leer sus textos, no se observa que usted considere el sistema de medios de comunicación imperante en un país un factor clave para analizar su salud o potencial declive político. ¿Es correcto?
-Es cierto que no me he extendido mucho sobre eso, pero sí creo que el declive político de un país y su sistema de medios están relacionados. Entre otros motivos y en el caso de Estados Unidos, porque con la expansión de nuevos medios se exacerbó el aislamiento de visiones políticas, a tal punto que hoy la audiencia puede sólo escuchar a medios de derecha o de izquierda que sirven a sus propios intereses, sin necesidad de prestar atención a quien piensa distinto. Esto lleva a que hoy sea posible encontrar no sólo una interpretación diferente sobre los mismos datos, sino incluso la difusión de distintos datos según cuál sea el medio. ¿Resultado? Por ejemplo, que más de la mitad de los republicanos no cree hoy que haya un sustento científico real detrás de las alertas sobre el calentamiento global. Dicho de otro modo, creo que la expansión en el número de medios de comunicación no implicó una mejoría en su calidad. Todo lo contrario. Y eso es un problema.
MANO A MANO
Distendido y respetuoso de las ideas ajenas
La primera impresión que causa Francis Fukuyama es la de un académico distante, desconfiado y brillante. Uno de esos cráneos que se las saben todas -o creen que así es- y les dicen a todos lo que tienen que hacer. Pero con el correr de los minutos surge otra imagen: alguien distendido, que se ríe de la imagen imperante sobre él, que cuenta de sus aventuras en moto chopera y expresa una notable habilidad para absorber información. Su actitud en diferentes reuniones en Buenos Aires, incluida la pautada con la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, así lo refleja. "Cuando voy a un encuentro, espero aprender. Aun cuando puedas disentir de tal o cual perspectiva, tienes que escuchar a todos, absorber sus historias y cómo las cuentan; si no, no apreciarás sus puntos de vista. De otro modo, si sólo hablas con tus amigos y con quienes integran tu escuela de pensamiento, no tendrás un verdadero sentido de lo que puede ser correcto. Por las dudas y como principio general, trato de no ser muy específico en mis comentarios sobre las políticas que adopta o los debates que afronta el país que visito; es una cuestión de respeto. Prefiero escuchar, recibir perspectivas y consejos."
UN FUTURO POSIBLE, SEGÚN FUKUYAMA
¿Qué medidas podrán resolver la desigualdad de ingresos y oportunidades?
Uno de los grandes desafíos es reformar el sistema educativo. Aún enseñamos como hace 50 años, con profesores acartonados, cuando los cambios que ocurren en el mundo demandan algo distinto. Vivimos en un sistema ineficiente en el que debemos responder a algunas preguntas pendientes. ¿Quiénes financiarán las investigaciones básicas? ¿Acaso pretendemos que sea como hasta ahora, por algunas universidades? Todo país, sin importar si goza de una democracia o no, deberá resolver el desafío de la desigualdad educativa, en plena globalización y dados los avances tecnológicos de los últimos años. Debemos transmitir a la inmensa mayoría de la población conocimientos que sean realmente útiles en la vida contemporánea, en la que cada día las máquinas sustituyen a los trabajadores en cada vez más tareas. Ése será todo un desafío para la próxima generación. De otro modo, continuaremos con la política actual de ser muy buenos para educar a la elite en las Harvard, Stanford y MIT del mundo, pero excluyendo a la clase trabajadora, que necesita adquirir habilidades para subir al siguiente nivel.