Francia: votar el mal menor
París.- Para muchos, entre los que me cuento, votar a Emmanuel Macron significa resignarse a un matrimonio por deber y no por amor. Un verdadero dilema corneliano cuyas razones, múltiples, se pueden resumir en una sola frase: a ese joven tan bello, tan inteligente y tan exitoso le hace falta pasar por una instancia fundamental en la evolución humana, el fracaso. Desde que a los 5 años recitaba poemas en latín; desde que su profesora del Liceo se enamoró de él y abandonó a un marido de su edad para casarse con el pibe superdotado; desde que François Hollande lo sacó del banco Rothschild para nombrarlo ministro de Economía, y desde que renunció a su ministerio para formar un movimiento político que en un año ha superado a todos los partidos tradicionales, todo le ha salido siempre demasiado bien. Es como si a fuerza de no haber conocido nunca el mínimo disgusto, le faltara una pierna; una carencia básica que lo incapacita para comulgar con los demás, menos favorecidos, vale decir, con casi todos nosotros. Sus partidarios, los que ya lo han votado y persistirán en su empeño, este fatídico domingo 7 de la segunda vuelta en que el supuesto favorito de las encuestas se enfrentará con Marine Le Pen, pertenecen a su mismo grupo, tanto social como mental: jóvenes o no tan jóvenes, pero abundantemente diplomados, impecablemente peinados y planchados, convencidos de que, como lo dijo Macron, para comprarse trajes parecidos a los suyos basta con tener voluntad.
Me refiero a sus propios votantes, los del voto por convicción, no a todos aquellos que lo van a votar tragando bilis, por temor a Le Pen. En su gran mayoría, éstos provienen de los partidos de derecha e izquierda a los que el chico dinámico dejó atrás. Dando muestras de nobleza, candidatos vencidos como Fillon y Hamon han llamado a votar por él, y ojalá que no nos salgan con lo que en la Argentina llamamos, justamente, un domingo 7, léase una abstención o un voto para la extrema derecha. Por su parte, Mélenchon, que representa a la extrema izquierda y cuyo ascenso meteórico de las últimas semanas le permitió soñar con sentarse en el sillón aún tibio de François Hollande, se ofendió tanto con su derrota que no ha dado ninguna consigna de voto a sus seguidores, dejándolos, ante el dilema corneliano, enteramente libres, y arriesgando que se queden en su casa comiendo asado o -sólo el pensarlo me espanta- resuelvan avalar lo que sostiene Marine: que ella es la candidata del pueblo y Macron, el candidatito del "sistema" y de las elites.
También Hollande aconsejó votar a Macron. Su pesadilla es aparecer frente a la historia posando para esa foto tradicional en la que él, como ex presidente, le pasa las insignias del mando a una presidenta fascista. Por eso ha dado la señal de alerta: "Nada está jugado todavía -dijo-, y muchos de los votos de Macron no son suyos". Hablaba de los aludidos votantes por responsabilidad cívica y no por adhesión, los que en caso de victoria de su ex protegido, en las elecciones legislativas del mes que viene limitarían su margen de maniobra, pero también del peligro real que nos acecha. Fiel a su estilo, aunque con visible inquietud, Hollande -que en la intimidad murmura "Macron me traicionó con método"- sugirió en filigrana que éste se ha apresurado a festejar su triunfo, comportándose como lo que todavía no es -un presidente electo- y descorchando botellas en el restaurante La Rotonde de Montparnasse, allí donde antes iba Picasso con su banda de artistas. Respuesta del niño mimado, en mi opinión tampoco nada tranquilizadora: "Sé lo que hago. En un año he conseguido llevar adelante un movimiento por el que nadie daba un centavo y he logrado salir primero. Además yo soy así y habrá que acostumbrarse". Antes de añadir: "La gente no vota por un programa, sino por una persona".
Los discursos de Macron fluctúan entre una vacuidad narcisista y una precisión de eximio economista. Sin embargo, a muchos les resulta electrizante con su modo casi religioso de abrir los brazos. Alguien ha comparado a Emmanuel y Marine en los siguientes términos: "Un florete contra una maza". Roguemos por que la agilidad del florete se sobreponga a la brutalidad de la que reparte mazazo tras mazazo, y hagamos votos para que la experiencia del fracaso, que tanta falta le hace al esgrimista, no sea para ahora. De lo contrario, seremos muchos los que terminaremos con el cráneo aplastado.