Francia, un laboratorio del debate europeo
Los avances y retrocesos en la integración europea rara vez fueron consecuencia del resultado electoral en un solo país. Las elecciones importan, por supuesto, pero la Unión Europea es el resultado de cómo fue saliendo de sus crisis a través de nuevos equilibrios entre soberanía e integración.
El problema es que la integración en Europa funciona como una bicicleta: hay que seguir pedaleando para no caerse. Casi siempre se trató de dos formas de pedalear: buscando profundizar las reglas de juego o buscando ampliar el número de jugadores. Y a menudo se intentó lograr un equilibrio entre profundizar y ampliar. Hoy, ese equilibrio se ha roto. Algunos ciudadanos, los europeístas, desean pedalear más rápido. Otros, los nacionalistas, quieren bajarse de la bicicleta y otros, los reformistas, quieren pedalear pero en una nueva bicicleta.
Francia condensa hoy estos debates. Los franceses están preocupados por el desempleo, creen poco en sus dirigentes y están divididos acerca del rol de Francia en Europa. Más allá de que gane o pierda Emmanuel Macron en la segunda vuelta, sin embargo, el juego no termina hoy. En junio habrá elecciones para la Asamblea Nacional. En un sistema semipresidencial como el francés, es una elección clave, porque la Asamblea puede forzar la renuncia del primer ministro y su gabinete. Ni Le Pen ni Macron tienen una maquinaria política para dominar la Asamblea. Si los franceses votan una Asamblea en oposición al presidente, será muy difícil navegar la crisis y avanzar en reformas de fondo. Los franceses llaman a esta situación "cohabitación" y ocurrió en tres ocasiones desde 1945 con resultados poco felices. Por eso reformaron el sistema electoral, para hacer coincidir con pocas semanas las elecciones a presidente y a la Asamblea, suponiendo que los electores no cambiarán de opinión en tan poco tiempo.
Más allá de Francia, sin embargo, el debate sobre el futuro de la Unión Europea se está dando, y se dará, en otros rincones. El populismo nacionalista puede haber cedido en Holanda o en Francia, pero en Europa Oriental está a flor de piel. Basta mirar el nacionalismo rampante de Jaroslaw Kaczynski en Polonia o de Viktor Orban en Hungría. Así las cosas, el triunfo de Macron podría reavivar una división entre centro y periferia europea, con un centro liderado por Francia y Alemania, empujando la bicicleta a fuerza de transpiración, y una periferia que frena en cada esquina. Esta tensión entre soberanía e integración difícilmente se resuelva por completo hacia un lado de la ecuación. La Unión Europea fue y seguirá siendo una unión de insatisfechos relativos.