Flygskam, el movimiento de los que tienen vergüenza de volar
En especial en el Norte global, surgen voces que dicen sentir culpa por las emisiones generadas en los viajes en avión y animan a realizar acciones para compensar la huella de carbono
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¿Se puede sentir vergüenza por hacer un viaje en avión, algo tan habitual y muchas veces imprescindible, por motivos laborales o familiares? Parece que sí y que cada vez son más los que sienten culpa por volar porque consideran que están contribuyendo al cambio climático. El movimiento que promueve la “vergüenza de volar” se extendió antes de la pandemia. Activistas, especialmente de Europa y Estados Unidos, se unieron a esta tendencia, con clubes, organizaciones y grupos de Facebook que se comprometían a volar menos, compensar la huella de carbono producida en cada vuelo y, los más radicalizados, a directamente no volar más y optar por viajes más cortos o por vía terrestre.
Seguramente el empujón mediático lo dio la activista sueca Greta Thunberg. Allá por 2019 decidió tomarse un velero con cero emisiones para cruzar el Atlántico y asistir en Nueva York a una reunión sobre el clima en el seno de la Asamblea de la ONU. Fue su declaración de guerra al avión. Claro que el resto de los mortales probablemente no tenga un amigo como sí lo tuvo Greta que le ofrece un navío para un viaje transatlántico, con tripulación incluida. Y tampoco tanto tiempo disponible.
Los suecos, pioneros en tomar conciencia sobre el cambio climático, un año antes habían acuñado el término flygskam (flight shame, en inglés) para describir la vergüenza asociada con volar. Fue precisamente en el país escandinavo donde floreció un grupo de activistas agrupados en la organización We Stay on the Ground que se plantaron frente a los aviones y promovieron los viajes por tierra que, aseguran, son menos contaminantes. En 2020, 15.000 personas firmaron un compromiso nacional de viajar sin volar durante al menos un año. Esperan obtener 100.000 promesas de no volar en los próximos años.
El activismo contra el avión se frenó con la pandemia. Menos vuelos, pocos pasajeros y una reducción en las emisiones cambiaron el panorama. Ya no era necesario desincentivar algo, que en los hechos no sucedía. Los aviones estaban masivamente en tierra.
Pero en los últimos meses, con los vuelos prácticamente normalizados, se volvió a reactivar este movimiento que defiende a ultranza los viajes por tierra, especialmente en tren, considerados menos contaminantes. Los medios internacionales dan cuenta de esta reanimación. El New York Times le dedicó el mes pasado un extenso artículo a los que han renunciado a volar en principio “para siempre” para salvar el planeta. Forbes plantea que este año retornará la vergüenza de volar en varias empresas, promoviendo menos desplazamientos de sus ejecutivos, como una manera “demostrable” de contribuir con el medioambiente.
Una encuesta sobre viajes verdes dio como resultado que un 27% de los residentes argentinos consultados dice que siente vergüenza al viajar en avión a causa del impacto ambiental.
Más tierra, menos aire
Si bien el movimiento nació y se extendió en el norte global, en la Argentina cosechó seguidores que se replantean sus viajes en avión. Una encuesta sobre viajes verdes realizada por Booking.com el año pasado dio como resultado que un 27% de los residentes argentinos consultados dice que siente vergüenza al viajar en avión a causa del impacto ambiental. El 74% quiere viajar de forma más sustentable en el corto plazo y el 88% afirma que viajar de forma sustentable le resulta importante. En ese mismo estudio, un 19% de los entrevistados asegura que elige viajar a un destino más cerca de su casa para reducir su huella de carbono, mientras que un 61% afirma que evitaría los destinos turísticos y las atracciones más populares a fin de lograr una mejor dispersión del impacto y los beneficios de su visita.
Pedro Friedrich es uno de los avergonzados. Hace cuatro años tomó la decisión de disminuir al máximo sus viajes en avión, que antes eran habituales: “Siento mucha vergüenza en el momento en que entro en la web a comprar un pasaje de avión, porque sé que se gastan miles de litros de combustibles en cada vuelo. Ya no tomo más aviones para viajes de placer o trayectos que se pueden hacer por tierra y si tengo que viajar por trabajo pido que neutralicen mi huella de carbono en algún proyecto de regeneración de selva, para mí eso es importante”, explica Friedrich, al frente de empresas comprometidas con el medio ambiente, como la organización Sistema B.
La decisión de evitar los vuelos comenzó cuando se enteró la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero que generan los aviones. “Lucho para cuidar la naturaleza, el planeta. Antes tomaba un avión para ir a hacer kite a Brasil, pero ahora lo hago acá en el río. En los viajes familiares vamos en auto a una velocidad crucero de 100 kilómetros por hora, si se va a más velocidad se gasta mucho más combustible”, explica. Para lo que define como “su nueva calidad de vida” elige viajes en la naturaleza, generalmente en la Patagonia, en carpa o en una cabaña familiar en El Chaltén y por ahora no siente motivación de hacer viajes largos, como ir a Europa, por ejemplo. “Siempre pienso qué más puedo hacer por el planeta. Trato de compartir esto con amigos, algunos se suman, pero es difícil, es decisión de cada uno. Los que pueden volar, aprovechan y vuelan”.
Jhon Ruiz, de 41 años, nacido en Colombia pero radicado en la Argentina desde hace más de 15 años, ferviente defensor del medioambiente, lidera la asociación Vamos a hacerlo que trabaja para eliminar basurales ilegales por medio de jornadas de limpieza masiva. Asegura que no podría renunciar a volar y que todavía no pudo vivir una experiencia 100% sustentable en viajes, porque cuesta conseguirla y porque también son costosas económicamente. “Soy consciente de las emisiones que se generan, pero no podría dejar de volar porque mi familia vive lejos, ir por tierra sería muy complicado y me consumiría muchos días de vacaciones, pero siempre trato de conocer mi huella de carbono en cada viaje, de hacer trabajos voluntarios en la naturaleza, de compensar por otro lado esas emisiones. Estoy muy atento cuando visito lugares naturales de no generar residuos, porque sé que es difícil sacarlos, por ejemplo.”
También hay casos extremos en que la vergüenza de volar llevó a viajeros frecuentes a renunciar definitivamente al avión. Como David Quick, de 57 años, escritor y fotógrafo, que la emergencia climática lo hizo tomar una medida drástica: no sube a un avión desde 2018 y no piensa hacerlo en los próximos años. “Es una decisión basada en proteger nuestro medioambiente. Si uno se aparta de la conveniencia y lo piensa bien, volar es extremadamente excesivo... el combustible, la contaminación, la infraestructura, que incluye pavimentación y concreto masivos, el ruido, el daño a la vida silvestre y al hábitat”, cuenta desde Carolina del Sur, Estados Unidos. Si bien el clima es la razón clave para no volar, siempre se preguntó por qué la gente gasta tanto dinero, aguanta tantas molestias, soporta asientos apretados y gente grosera. “Desearía que Estados Unidos tuviera un mejor sistema de trenes, pero por ahora conduciré mi Tesla para ir a todos lados”.
Isabella David, francesa, radicada en Estados Unidos, hace 10 años que no vuela y tres que asumió el compromiso de no volver a subirse a un avión. “Al principio, fue simplemente porque estaba demasiado ocupada con mis hijos pequeños, pero luego se convirtió en una decisión consciente a medida que comencé a aprender más sobre sustentabilidad”, cuenta. Pero esta decisión tiene aristas que le cuesta resolver: “Mi familia está en Francia, y todavía no conozco a mis sobrinos más pequeños, por lo que estoy empezando a preguntarme si puedo seguir así o encontraría un medio de viaje alternativo como tomar un barco. Me parece un poco extremo y tengo que reconocer que le tengo más miedo a las aguas profundas que a volar”, reflexiona, todavía sin una decisión tomada.
Descarbonizar
Los vuelos son responsables de entre el 2,5 y el 3% de las emisiones mundiales y representan las emisiones de más rápido crecimiento. Las aerolíneas, al tanto de la gravedad de la emergencia climática, se comprometieron a lograr cero emisiones netas de CO2 en 2050, siguiendo los lineamientos del Acuerdo de París de no sobrepasar el aumento de la temperatura de 1,5 °C.
Ente las acciones para descarbonizarse, se pueden enumerar aviones más eficientes en cuanto al uso de combustible, disminución de rutas de corto alcance para priorizar los viajes en tren en Europa y desarrollo de combustible sostenible (SAF), a partir de aceites orgánicos. De hecho, varias aerolíneas ya utilizan pequeños porcentajes de este biocombustible en sus vuelos, aunque es mucho más costoso.
Los vuelos son responsables de entre el 2,5 y el 3% de las emisiones mundiales y representan las emisiones de más rápido crecimiento. Las aerolíneas, al tanto de la gravedad de la emergencia climática, se comprometieron a lograr cero emisiones netas de CO2 en 2050, siguiendo los lineamientos del Acuerdo de París de no sobrepasar el aumento de la temperatura de 1,5 °C.
Una de las alternativas que más se popularizó desde hace unos años, es la de poder compensar las huellas de gases de efecto invernadero emitidas en vuelos apoyando a instituciones que se ocupan de regenerar bosques y selvas.
El sitio The Carbon Sink, por ejemplo, es uno de los tantos que permite medir la huella de carbono de cada viajero en un vuelo (también en otras actividades económicas) y neutralizarla. Por ejemplo, un viaje de Buenos Aires a Madrid, ida y vuelta, en un vuelo de aerolínea comercial, según la calculadora del sitio, deja una huella por viajero de 2,80 toneladas de CO2e, el equivalente al consumo de energía de 3 viviendas durante un año. Compensar una tonelada cuesta $6063. “Desde hace un año que incorporamos la opción de medir y compensar vuelos individualmente, se midieron y compensaron 277 vuelos por un total de 496.162 km recorridos. Y se compensaron 152 toneladas de CO2eq que equivalen a 117 algarrobos cortados”, explica Federico Falcon, director de The Carbon Sink.
La particularidad de este sitio es que está enfocado en el mercado latinoamericano y ofrece apoyar proyectos en la Argentina, Uruguay, Brasil y Perú. Corredor de los Cedros, en Jujuy, por ejemplo, es un proyecto de conservación y manejo forestal de bosques nativos para preservar la ecorregión Yungas-Jujeñas y su biodiversidad. Protege 450 hectáreas de bosques nativos, lo que representa alrededor de 40.000 toneladas de carbono capturadas en 10 años.
Varias aerolíneas también les permiten a los pasajeros neutralizar la huella emitida en sus vuelos, como Iberia, Gol, Air France, Latam, entre muchas otras y apoyar proyectos climáticos certificados.
También se puede reducir la huella de carbono en alojamiento y en traslados terrestres. Hoteles más verdes, por ejemplo, es la ecoetiqueta argentina que certifica establecimientos que tienen una gestión sustentable y socialmente responsable con la comunidad donde desarrollan su actividad. Actualmente hay 126 hoteles certificados con este sello entre los tres niveles que ofrece.
Desde hace dos años, Booking distingue en su sitio web a las propiedades que hacen esfuerzos por ser más amigables con el medio ambiente. En la Argentina hay 8333 propiedades que adhieren a alguno de los diferentes niveles: desde los que implementaron algunas medidas, los que hicieron fuerte inversión en el tema y los que están certificados por alguna etiqueta verde. Al alquilar un auto, se puede optar por uno eléctrico también en la Argentina: “Es un sector que viene creciendo en el mundo, los extranjeros están más acostumbrados, especialmente españoles y estadounidenses, pero muchos argentinos, quieren probar la experiencia. Además, hay varias rutas verdes con puntos de carga en el país; se puede ir a la costa y se está por inaugura el corredor a Córdoba”, explica Leonardo Iglesias, fundador de E-coche, rentadora especializada en autos eléctricos e híbridos.