Finlandia muestra el camino de la transformación educativa
A principios de octubre, viajé a Finlandia, junto con un grupo diverso de políticos, empresarios y miembros de la sociedad civil, con el objetivo de estudiar su reconocido sistema de educación. Más allá del aprendizaje sobre el sistema educativo de ese país que nos dejó a todos admirados, parte de la riqueza de esta iniciativa fue que, aun considerando la diversidad de ideologías políticas representadas en el grupo, las reflexiones finales dieron claros indicios de la fuerte voluntad que existe para generar consensos y definir una visión de largo plazo en pos de una transformación educativa real en nuestro país.
Aun sabiendo que no hay sistema internacional posible de replicar, deberíamos como sociedad tener apertura para aprender sobre sistemas educativos que han demostrado logros de equidad y alto desempeño en el desarrollo de competencias académicas y socioemocionales. Hoy existe la posibilidad de comprender mejor los procesos exitosos de transformación sistémica de otras naciones.
Finlandia presenta un caso emblemático en términos de logros en las dos variables fundamentales: equidad y excelencia. Los mismos finlandeses explican este fenómeno convencidos de que no hubo recetas mágicas, sino un proceso de transformación gradual que se originó en 1974, a partir del consenso de la sociedad sobre una visión estratégica de largo plazo. Al reconocerse como un país sin vastos recursos naturales, decidieron que el recurso más preciado era el talento humano. Más allá de analizar la educación desde la perspectiva del derecho individual u objetivo moral, el logro de la calidad educativa pasó a ser un objetivo estratégico nacional.
Los pilares de este sistema escandinavo, que fueron evolucionando de manera sostenida a lo largo de cuatro décadas de reforma educativa, se pueden resumir del siguiente modo: profesionalismo de los docentes, confianza, colaboración y responsabilidad compartida.
Puede parecer una utopía que una nación logre muy buenos resultados en casi la totalidad de los alumnos de un sistema, cuya variación de desempeño entre escuelas no supera el 7% mientras la variación promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ronda el 42%. El argumento que más fuertemente explica los resultados del modelo finlandés es la preparación de excelencia de todos los docentes del sistema.
Aun siendo un sistema altamente igualitario en términos de oportunidades para los alumnos, el acceso a la carrera docente es extremadamente competitivo y riguroso. Ésa es la clave y la condición sine qua non para poder depositar en todos los docentes un grado casi impensable de confianza. Todos los docentes del sistema primario y secundario deben ser graduados universitarios con título de maestría. La carrera docente es académica y basada en la investigación; los alumnos no pueden graduarse sin haber completado una tesis educativa. Sólo el 10% de los jóvenes que aplican a programas docentes universitarios logran ser admitidos en alguna de las ocho universidades del país certificadas para otorgar títulos de maestros y profesores.
La base de investigación en las universidades pedagógicas garantiza que sus graduados estén preparados para planificar clases, enseñar, diagnosticar y evaluar. Se desarrollan sus capacidades tanto para enseñar dentro del aula como para trabajar de manera colaborativa con otros docentes y sus directivos. Esto es lo que permite que el sistema pueda confiar en ellos para que tomen decisiones autónomas dentro de un marco general establecido por los gobiernos nacional y locales, en términos de estrategias pedagógicas, currículo y evaluaciones.
Miembros de la Comisión de Educación del Parlamento finlandés, referentes del gremio docente del país (sí, hay uno solo), directivos de escuela y docentes coincidían en que los incentivos para convertir la profesión docente en una de las más buscadas a nivel nacional son la autonomía y el prestigio. Esto sólo ocurre como resultado de la rigurosidad con que admiten postulantes y luego los desarrollan como profesionales. Cabe aclarar que el salario promedio de un docente finlandés es similar al promedio de salarios docentes de la OCDE.
No sorprende entonces que estos profesionales altamente preparados puedan convertir sus aulas en laboratorios de innovación que apunten a respetar los distintos ritmos de aprendizaje de todos sus alumnos y a motivarlos para que éstos quieran involucrarse de manera activa en los procesos de construcción del conocimiento. No hay excusas admisibles: los finlandeses saben que todos los niños pueden aprender y se responsabilizan por activar los mecanismos que lo garantizan.
Es importante también el rol que el gremio nacional de profesionales docentes ha tenido en acompañar el proceso de transformación educativa. Éste se creó hace 40 años, unifica las 320 municipalidades del país y goza de un 95% de adhesión. Las autoridades consideran la negociación su herramienta más estratégica, sobre todo desde la última huelga, ocurrida en 1983. Los convenios garantizan el piso mínimo de sueldo y se negocian con un año de anticipación, y se renuevan cada tres. Una vez en vigor, la huelga queda prohibida. El gremio cumple la función principal de custodiar los derechos de los docentes, pero contribuye a su vez a garantizar la calidad del sistema, gestiona recursos para los alumnos, exige y provee formación continua de calidad.
El modelo finlandés se contrapone en varios aspectos a modelos que basan sus sistemas en un mayor grado de evaluaciones estandarizadas, diagnósticos, currículo prescripto y muestras de resultados. La literatura sobre cambio educativo internacional es muy amplia y aún persiste un debate profundo entre los modelos que apoyan la colaboración, la confianza y la autonomía de las escuelas sobre decisiones curriculares versus la competencia, estandarización de evaluaciones y rigidez de los diseños curriculares, respectivamente. Es interesante analizar el modo en que países tradicionalmente basados en rígidas evaluaciones estandarizadas están hoy virando su enfoque hacia modelos de mayor confianza y colaboración, como es el caso de Inglaterra.
Se puede afirmar que todos los modelos, sin excepción alguna, priorizan hoy la formación docente de excelencia al considerar esta variable como la más relevante para lograr un sistema de calidad.
En la Argentina, el modelo podrá ser debatible, pero el núcleo central de una reforma debería garantizar una formación docente de excelencia. Requiere, a la vez, un amplio involucramiento de la sociedad para que la transformación educativa llegue a ser una política pública real, posible y transformadora. ¿Podremos como sociedad lograr los consensos necesarios para definir una visión clara de largo plazo?
La autora es miembro de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés