Final impredecible para un candidato inesperado
Aun sin la coronación final de la convención republicana, Trump se consolidó como el candidato presidencial. Se proyecta que recogerá 25 millones de votos al final de las internas, un número significativamente mayor que el logrado por candidatos republicanos en elecciones pasadas.
El éxito de Trump refuta los pronósticos tempranos que lo menospreciaban como un fenómeno efímero, un show menor y pasajero de la contienda electoral. Su campaña se sale del manual tradicional. Tiene una estructura territorial relativamente débil. No tuvo que besarles el anillo a los donantes frecuentes del republicanismo ya que su fortuna es el principal sostén financiero. No invirtió enormes sumas de dinero en publicidad televisiva gracias a sus frecuentes apariciones mediáticas. Su discurso improvisado contradice las reglas del mensaje electoral finamente preparado según resultados de encuestas. Sus conferencias de prensa y arengas de tribuna no son somníferos de discursos enlatados; por el contrario, son momentos inciertos disparados por sus latigazos verbales y declamaciones populistas.
Trump contó con una enorme ventaja: su estatus de celebridad, anclada en más de una docena de libros sobre su tema preferido (Donald Trump), apariciones públicas, el martilleo marketinero del nombre Trump y el popular "reality show" televisivo. Su acusación de que Obama no nació en los Estados Unidos tuvo eco entre los enemigos acérrimos del presidente. Su alto perfil público y frecuentes exabruptos atrajeron la cobertura gratuita de los medios. Trump inteligentemente utilizó este considerable capital mediático para catapultarse sobre el resto de los aspirantes republicanos.
Trump no es una aberración de la política norteamericana. Es el corrimiento de la tradición demagógica conservadora hacia el mainstream contemporáneo. Es la culminación de la estrategia presidencial republicana de las últimas décadas, centrada en afirmar el apoyo de amplios sectores de la población blanca mediante la apelación al miedo. Miedo a las minorías, el terrorismo, los criminales, los demócratas, los "pobres" que reciben programas federales, los inmigrantes, los políticos que quieren coartar el derecho a portar armas.
La diferencia es que Trump desechó la estrategia habitual del "silbato para perros" de los candidatos republicanos, el discurso público que tira por elevación mensajes en código cómplice para votantes blancos. No tuvo reparos en disparar insultos a diestra y siniestra. Agravió a afroamericanos, inmigrantes, mexicanos, musulmanes, veteranos de guerra y mujeres. Hizo apología de la violencia y la tortura.
Mientras que estas diatribas provocaron preocupación entre los biempensantes de ambos partidos, sus seguidores admiran precisamente que Trump no sea políticamente correcto, su "coraje en llamar a las de cosas como son". También aprueban o no les interesan su narcisismo con anabólicos, contradicciones verbales, doble moralidad, propuestas irrealizables, imprevisibilidad, récord mixto de éxitos y fracasos en los negocios, y repetidos errores fácticos. El apoyo electoral principal de Trump son los hombres blancos de clase obrera, un sector de la población vapuleado económicamente por la globalización, que ven en la promesa "hacer América grande otra vez" un regreso a un pasado mítico. Es la nostalgia por un país que no existe, pero que persiste en la mentalidad blanca filtrada con el color sepia del ayer. Más que cualquier factor social (ya sea ingreso económico, nivel educativo o religión), la actitud racial es la principal variable que predice la simpatía hacia a Trump -quienes son más intolerantes hacia grupos raciales y étnicos son más proclives a apoyar al magnate inmobiliario de cabello incierto-.
Sin embargo, la estrategia exitosa de las primarias no garantiza la victoria de Trump en las elecciones generales en noviembre, aun cuando los republicanos hayan comenzado a cerrar filas detrás de su candidatura. Hay varias razones. Correrse al centro de la política, donde típicamente se ganan las campañas presidenciales, no le será fácil después haberse anclado firmemente a la derecha. El mapa del colegio electoral favorece a los demócratas, cualquiera que sea el candidato. El crecimiento de la población "no blanca", especialmente en estados clave para la matemática electoral, disminuye las chances republicanas. Aunque Trump puede movilizar el voto blanco en estados del centro y este del país, no será suficiente para contrabalancear la ventaja demócrata en otras regiones. Resta por ver cómo saldrá parada Hillary Clinton de su larga y tensa disputa con Bernie Sanders y sus persistentes problemas de credibilidad en segmentos del electorado.
Trump supo captar el enojo contra el establishment nacional y la ansiedad social de votantes conservadores en un escenario de profundos cambios demográficos, culturales y económicos. Es prematuro aventurar su suerte o medir su impacto en el largo plazo. Es una elección sin antecedentes donde las reglas habituales no se aplican. La temperatura política es tan impredecible como el temperamento trumpista.
Editor jefe del Journal of Communication, 2015-2018 School of Media and Public Affairs George Washington University