Fin de año: de la tiranía de los datos a la sensatez del sentido
Los días próximos al fin del año calendario suelen desencadenar balances. Así, en un clima que revela la lógica del rendimiento instalada -como lo advierte el filósofo Byung-Chul Han-, auditar el devenir del ciclo que se cierra puede presentarse como una actividad razonable, tanto en la esfera profesional como en la personal. Sin embargo, este ejercicio no está exento de limitaciones.
Con ánimos de rendición de cuentas, en las organizaciones se entrecruzan informes de área, saturados de datos, algunos de escasa relevancia o dudosa rigurosidad metodológica. En este marco, también, suelen abundar las referencias sesgadas y las selecciones intencionales de evidencias que abonan conclusiones que se pretenden reforzar e ignoran aquellas que podrían cuestionarlas o ampliar el foco hacia tramas menos complacientes.
Remarcar lo remarcable: este es el mandato tácito, por el que mostrar lo que se puede mostrar llega incluso a operar como maniobra de distracción u ocultamiento. Otros ejemplos ofrecen información fragmentada, carente de secuencias retóricas que reflejen algún nivel de integración. Por lo que parecen solo imponerse por prepotencia de número, más que por densidad de significado.
Han posa su atención sobre esta supremacía de los datos -a la que denomina dataísmo- y las ansias de cuantificación reinantes, para señalar el riesgo de la eliminación de una hermenéutica dadora de sentido. ¿Son los datos el fin último al que se aspira? Si esto fuera así, la verdad se encontraría apenas circunscripta a su acumulación y exhibición. ¿Qué lugar queda para lo humano en este esquema? ¿Qué hay de los estadios de discernimiento que abren caminos de comprensión? Porque, está claro, este debería ser el objetivo primordial de cualquier análisis.
Lo anterior viene a reafirmar una hipótesis que circula con insistencia: las mediciones de performances se recortan como signo de época. Y llegados hasta acá, emerge una pregunta: ¿esto enriquece o empobrece? En algún punto, este tipo de aproximación nos conduce a un callejón sin salida: un intento vano de captar una realidad que se rehúsa a ser encapsulada en patrones rígidos, modestos garabatos de su frondoso paisaje.
En todos los casos, en ambientes que se pronuncian a favor de simplificaciones excesivas, de reduccionismos que desconocen la complejidad de la experiencia personal, la reflexión sobre el sentido se torna ineludible. Cabe pensar qué lecturas creativas estamos en condiciones de provocar y cómo estas pueden transformar positivamente los procesos de toma de decisiones que de uno u otro modo nos involucran.
En tiempos de inteligencias artificiales que arribaron para quedarse y evolucionar, nuestra marca propiamente humana debería reconocerse en la capacidad de generar ilaciones explicativas que unan elementos dispersos, como expresión de esa conciencia superior que nos define como especie. En este entendimiento, nuestra particular aportación estaría dada por la interpretación de los contextos y la adición de valores éticos.
Por eso, más que apresurarnos a producir informes deshilvanados, que hoy descubrimos a un prompt de distancia, nuestro propósito debería ser sumarnos a la revolución de las narrativas. Concentrarnos en añadir valor humano a las cifras para habilitar, por esta acción, el tránsito de la tiranía de los datos a la sensatez del sentido.
Doctora en Comunicación Social, docente e investigadora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral