Ficciones kirchneristas que ya no alcanzan
Entre Rosario y sus urgencias dramáticas y la Antártida y su potencial para inspirar promesas vanas, el presidente Alberto Fernández eligió el continente casi deshabitado de ciudadanos para lanzar una invitación a utopías futuras y heladas estilo Borgen, incumplibles la mayoría, como, por ejemplo, su candidatura presidencial. Fue el mismo día en que los vecinos de Rosario se movilizaron bajo la consigna “Rosario sangra”. Lo hicieron para alertar, angustiados, por el avance del narcotráfico y para intentar atraer la atención del oficialismo, de la política en general y de la sociedad sobre un problema que crece en escala y cambia hacia modalidades cada vez más violentas y organizadas. Un drama que afecta a casi el millón y medio de rosarinos que habitan la ciudad, según el Censo 2022, pero que se convierte en uno de los problemas de alcance nacional que marca cada vez más el ritmo de la política. Mientras, el Presidente hacía poesía desde la Antártida.
“Las y los invito a construir un futuro igualitario y soberano. A llevar al sur nuestro corazón, integrar a la Antártida en toda nuestra enorme patria”, anunció. En esa misma línea poética, es probable que mañana, en la Asamblea Legislativa, el Presidente anuncie al fin el inicio de su gobierno de consensos, justo cuando está por terminar, y sin consenso alguno, ni siquiera interno, como lo hizo en el mentado continente blanco. Como si fuera una película de Netflix, los Fernández miran la Argentina a través de lentes que ya no aseguran ni gobernabilidad, ni triunfos tácticos, ni supervivencia en el poder.
Si hay dramas definitivos en la Argentina y causas políticas indiscutibles, Rosario es una de ellas. En la mirada del mandatario, es más perentoria la integración de la Antártida que la de una ciudad diezmada por asesinatos narco como Rosario, cada vez más arrinconada y aislada como si ese fuera un problema local y el narco, un fenómeno rosarino y no la punta del iceberg, no antártico, de una nueva matriz criminal que ya empieza a instalarse como un problema político en la Argentina.
El Presidente, en cambio, eligió la Antártida como síntesis de su sueño de desarrollo. Pero ni siquiera esa ficción política facilista montada sobre la Antártida está preservada del choque con la realidad, que desbarata la ilusión óptica con la que el kirchnerismo diagnostica el presente y hace promesas sobre el futuro.
En octubre pasado, en la Base Marambio, un militar atacó a otro a mazazos mientras dormía. El hecho ocurrió luego de una discusión acalorada a raíz de un conflicto por la diferencia de sueldos que enfrenta entre sí a efectivos de las Fuerzas Armadas que trabajan en la Antártida, que beneficia a una por sobre las otras. Un conflicto salarial que depende de políticas del gobierno nacional y que afecta la vida de las 77 personas reales, no utópicas, que viven en Marambio y, también, a las 277 en total que residen en las siete bases permanentes que tiene la Argentina en el continente blanco.
“¿Por qué será que nuestro imaginario no repara en el azul profundo del Atlántico Sur?”, se preguntó el Presidente. Se lo deben estar preguntando también los trabajadores de la Antártida: nada dijo en concreto en torno a las condiciones salariales de los militares, científicos y personal en general que habita la tierra prometida de Fernández, y que fueron el marco de ese acto de violencia.
Lejos de la política orquestada por el equipo de comunicación y relanzamiento del Presidente, articulada sobre una sociología de lugares comunes y gaseosos en la cual muchos vieron la huella de la portavoz presidencial, Gabriela Cerruti; del jefe de asesores del primer mandatario, Antonio Aracre, y del publicista amigo del presidente y esposo de Victoria Tolosa Paz, José “Pepe” Albistur, los habitantes de la Antártida son pocos, pero cohesionados, con consistencia en contra del oficialismo. En las elecciones de octubre de 2019, el 89,4% votó a Mauricio Macri. La fórmula Macri-Pichetto sacó 102 votos, contra Alberto Fernández-Cristina Kirchner: cinco votos obtuvieron los Fernández en la Antártida. Y en las legislativas de 2021, Juntos por el Cambio ganó con el 77,2% de los votos. El Frente de Todos quedó tercero, junto al Partido Obrero: cuatro votos cada uno (3,2%).
Es llamativa la persistencia con la que el Presidente y su círculo de confianza cometen un error táctico tras otro: un viaje a la Antártida presentado en escala de odisea, con un único efecto posible: risible; un contenido, la Antártida como el norte de la política futura, a espaldas de los problemas reales que le queman a la ciudadanía; a su vez, los problemas reales de los habitantes de la Antártida, que se parecen a los de los argentinos en general, los salarios por ejemplo, borrados del centro de la escena. Y, finalmente, el lanzamiento del Operativo Antártida justo cuando Rosario se moviliza y coloca en el centro de la opinión pública uno de los mayores problemas de la Argentina.
Otras ficciones
La ficción antártica no es la única que alienta el oficialismo en su etapa más vulnerable. Hay otras dos ficciones que organizan la coreografía política del kirchnerismo en sentido estricto, el de Cristina Kirchner. Una es la ficción de la proscripción vicepresidencial: incluso a parte del propio kirchnerismo le cuesta comprar esa versión. La otra, la construcción ficcional de antagonistas de la misma liga, otro poder del Estado: el enfrentamiento entre el Poder Ejecutivo y Legislativo kirchnerista versus el Poder Judicial y sus máximas autoridades de la Corte Suprema dan a la lógica del oficialismo en modus “vamos por todo, aun cuando vamos perdiendo”.
El objetivo no es tanto ganar esa batalla, pero sí hacerse presente: presionar sobre las instituciones casi como una amenaza contra la oposición y la sociedad que no los vota. No tienen muchas chances de encontrar un cauce para juzgar a los miembros de la Corte, pero eso no importa: alcanza con otra cosa, la demostración de poder de hostigamiento. Marca un tono: el campo conceptual de disputa que está dispuesto a dar el kirchnerismo de Cristina Kirchner para sostener la cohesión de los propios y la presión sobre los ajenos. La decisión es dar una batalla político-cultural para seguir tallando en la sociedad su certeza de que la Justicia les juega en contra. La presencia o ausencia de los cuatro miembros de la Corte en el recinto de la Asamblea Legislativa este miércoles, cuando el presidente Fernández se dirigirá a la Nación, es el dato político de la semana.
La Corte enfrenta tres decisiones posibles. Que asistan al menos algunos de los miembros, los que son combatidos por su rol pero no tanto en términos personales. Aunque esa posibilidad parece lejana dada la contundencia con la que los jueces vienen respondiendo a Cristina Kirchner y al kirchnerismo en su avance poco institucional contra la Corte: la reacción corporativa judicial primaría sobre cierto alivio personal.
La segunda opción es que no asista ninguno de los cuatro jueces para evitar legitimar, por el mero hecho de estar presente, un ataque anti institucional al Poder Judicial y un discurso presidencial en esa línea. La última opción es que asistan todos: se trata de redoblar la apuesta institucional para darle un sentido propio a la batalla desatada. Poner en primer plano la ética de las instituciones por encima de los intereses de los hombres. Es decir, la Corte como garante de la institucionalidad aun ante un presidente y un oficialismo que los combaten y no dudan en violentar la Constitución para enjuiciarlos.
Esa sería una movida política muy al estilo “los Obama” versus Donald Trump. “When they go low, we go high” (“Cuando ellos caen bajo, nosotros nos elevamos”), como sintetizó Michelle Obama en su discurso de 2016 en la Convención Nacional del Partido Demócrata. Se refería al bullying que sufría Hillary Clinton, entonces candidata presidencial, por parte de Trump. El rol institucional y su sentido de trascendencia republicana por sobre cualquier herida personal o magullón en el ego. Esa frase y la concepción del ejercicio del poder que sintetiza pasaron a ser parte de la caja de herramientas que la política tiene a mano. Solo hay que decidirse por tomar ese camino, ya conceptualizado. En el caso argentino, también es aplicable: la Corte en su rol de custodio de la vida democrática republicana y liberal, a pesar del bullying populista del kirchnerismo. Mañana se sabrá qué mensaje ético político prefiere subrayar la Corte.
Esas grandes películas de ficción política que se construye el kirchnerismo funcionan como un gran paraguas, debajo del cual el oficialismo hace esfuerzos denodados para ignorar que llueve. La ficción de la proscripción, la teoría conspirativa en torno a la Corte y las posibilidades poéticas y científicas que ofrece el desierto antártico preservan al kirchnerismo de las definiciones claves que demanda una Argentina en emergencia: inflación, pobreza, crisis educativa, entre otras.
La tabula rasa de los hielos antárticos donde la imaginación científica alienta sueños de desarrollo sería una plataforma interesante para inaugurar un ciclo de esperanzas para los argentinos. Una linda imagen de modernización, enfocada en la ciencia, el clima y la apertura a la colaboración internacional para un gobierno que arranca. Pero el intento es fallido: el gobierno de los Fernández perdió esa oportunidad. La última felicidad, y la única, que tuvo la Argentina en el cuarto gobierno kirchnerista fue la Copa del Mundo, y nada tuvo que ver la política. Es más, se ganó a pesar de la política.