Fernando Vallejo: "Le perdono a mi madre haber tenido hijos, que para mí es un crimen"
El polémico escritor colombiano regresa con ¡Llegaron!, su nueva novela, en la que relata con detalle las travesuras de su niñez en la casa de sus abuelos maternos y la amargura que el paso del tiempo imprime en la adultez
Todo ocurre en Santa Anita, una finca ubicada a pocos kilómetros de la ciudad de Medellín, Colombia, a la que un montón de nietos llegaba para destruir la calma en la propiedad de los abuelos Leonidas Rendón y Raquel Pizano.
<<¡Llegaron!>>, dijo con zozobra Elenita, hermana de la abuela Raquel, cuando vio el auto lleno de niños llegando a la finca.
Así comienza el atrapante relato de ¡Llegaron! (Alfaguara), la última novela del polémico escritor colombiano Fernando Vallejo, que se desenvuelve entre anécdotas encadenadas y memorias de una infancia feliz que se torna amarga con el pasar de los años, conforme crece el personaje a través de la novela, conforme envejece el mismo escritor.
Un locuaz personaje, que con el transcurso de los párrafos identificamos como al propio Vallejo, le cuenta las travesuras de su niñez con solvencia y un envolvente vocabulario a un psiquiatra mexicano a bordo de un ficticio vuelo a Colombia. Habla sobre sus padres, sus hermanos, sus abuelos y, más adelante, sobre la suerte de cada uno de ellos.
Lía, la madre, "vivía en las nubes". Confundía los nombres de sus 20 hijos... "¡Ah, qué mujer! Única. De ésas no se dan dos por más que rueden los mundos. Da para un libro", dice Vallejo el personaje. "Le perdono haber tenido hijos, que para mí es un crimen", expresa Vallejo el escritor a LA NACION.
En la novela, asegura tener una "libreta de los muertos" donde anota a todos aquellos que conoció y que perecieron. "Anoto con amor hasta a los enemigos. No bien los voy registrando en la libreta y los empiezo a querer. He aquí la gran revolución del nuevo cristianismo", dice en medio de una crítica a la religión, que se extiende por momentos a la política, a los irlandeses y, entre otros, a Gabriel García Márquez.
"Éramos el tifón, el huracán, el tornado, y habíamos llegado a destruir. Lo que estaba bien lo dañábamos, lo que estaba mal lo empeorábamos y lo que estaba aquí lo poníamos allá", recuerda el escritor con lujo de detalle en cada una de las fechorías que realizó junto a sus hermanos y hermanas, cazando brujas, asustando a su abuela y poniendo "pedos químicos" a quienes visitaban Santa Anita.
-¡Llegaron! es una novela fiel a su sarcasmo, su ira y su estilo, pero también es muy íntima. ¿Intenta con esta novela cerrar la etapa autobiográfica iniciada con Los días azules?
-Son más o menos Los días azules, pero con la perspectiva de los treinta años que han transcurrido desde que escribí ese libro, mi primera novela. Entonces no sabía muy bien qué era el tiempo. Con la vejez y la proximidad obvia de la muerte ahora lo sé: los años se me hacen días y los días años y me voy hundiendo en la desmemoria. Todo ha sido inmensamente fugaz y largo. Esperemos que para mí esto se acabe pronto y me escape de la guerra nuclear.
-"En el desastre de mi casa tienen retratada a Colombia", le dice el narrador al psiquiatra en el avión en el que viajan. A pesar de su feroz crítica a Colombia, siempre parece volver a ella en sus novelas, ¿Por qué?
-Por repetitivo y extravagante. "¡Siempre con lo mismo!" me dicen muchos. Sí. Siempre con lo mismo. Pero distinto.
-¿Cuál es el recuerdo más profundo que tiene de sus viajes a Santa Anita?
-Un camión de escalera, o sea un camión colombiano de pasajeros, hechizo, como los que hay también en Haití, pintarrajeado, muy alegre, con lagos de cisnes pintados en la tapa de atrás. Y voy pasando frente a las fincas que hay a la vera del camino, a la orilla de la carretera, una carreterita curvosa, casi sin carros pues entonces había pocos, de Medellín a Envigado y de Envigado a Sabaneta, camino de Santa Anita, la finca de mis abuelos, donde me espera mi abuela, Raquel Pizano, a quien más he querido. Todas esas fincas, una veintena, alegres, hermosas, se las llevó el ensanche, Cronos, el Tiempo, el que acaba con todo, hasta con el nido de la perra.
-Su abuela Raquel y Elenita parecen haber sido las mujeres de su vida… ¿Qué tiene para decir sobre su madre, Lía?
-Le perdono haber tenido hijos, que para mí es un crimen. Ahora ella está en la nada y en mi recuerdo adolorido, cada vez más desesperado y más borroso.
-¿Escribirá, como lo insinúa en la novela, "Lía o el desgobierno del mundo"?
-No. Eso sólo fue una frase. O mejor dicho sí, a lo mejor sí lo escribo. Para que no se pierda el título.
-¿Existe una "libreta de los muertos" en los que podríamos denominar sus "días negros"?
-Sí existe. En el día de hoy van 850: los que recuerdo que he visto en persona (no en la prensa ni por televisión) y que sé que ya han muerto. Amigos o no amigos, queridos o no queridos, a todos los he ido anotando con tristeza. Digamos que me he ido muriendo con ellos.
-¿Cómo desearía ser anotado en la libreta de los muertos? Seguro no como lo pide en la novela: "Avión, paciente del..."
-Sí, por favor, anotame así, vos encontraste la fórmula. Cuando vuelva a Argentina te llevo una copia de la libreta para que la guardes y me pongás al final cuando me llegue la hora.
-Como es usual, usted dispara contra la política, la democracia, la ética y la religión, pero, ¿creería en Dios si una mañana se cumplen sus deseos apocalípticos?
-Imposible, porque si le atino (acierto) a la combinación mágica de palabras que destruya al mundo me voy con él. ¿Y qué es pues el tan cacareado Dios? ¿El creador del universo? ¿Y acaso sabemos qué es el universo? ¿Supernovas, galaxias, materia oscura, energía oscura, estrellas de protones, agujeros negros? ¿Sabemos acaso qué es eso que llamamos la energía y la materia, con unos términos que pretenden ser científicos pero que son ontológicos, metafísicos, filosóficos, acientíficos, ni más ni menos que como la potencia y el acto, la esencia y la existencia, la substancia y los accidentes de Aristóteles y los escolásticos? Y si no sabemos qué es el universo, ¿por qué pretendemos que tenga que tener origen?
-¿Qué se siente, a esta altura, continuar siendo un "irrepetible, un hijueputica", que revuelve, trastorna y "patasarribea" el mundo?
-Todos somos irrepetibles, no hay dos personas iguales, ni las habrá nunca por más vueltas que den los mundos. Y cuando digo personas no pienso sólo en los humanos sino también en los pobres animales, en los que tienen un sistema nervioso para sentir y sufrir como nosotros: los perros, las vacas, los caballos, las ratas, a quienes también considero mi prójimo, a contracorriente de Cristo que nunca los quiso, del que se decía hijo de Dios y se hizo colgar de dos palos por estúpido. Pero no estoy insultando a nadie pues ese no existió ya que si no existe el Padre no puede existir el Hijo.
-Está claro que para usted "la vida es un raudo vuelo que va rumbo a ninguna parte", pero, ¿qué opina sobre su obra? ¿A dónde cree que se dirige la obra de Fernando Vallejo?
-A donde me dirijo yo: al olvido.