Fernando Aramburu. Del conflicto vasco a una historia universal
Fernando aramburu,El escritor español habla de Patria, la aclamada novela sobre el conflicto vasco que narra la parábola sangrienta del extremismo ideológico
MADRID
Cinco tiros por la espalda. El Txato se desangra en la vereda, bajo la llovizna de la tarde, y la vida continúa con su normalidad trastornada: una familia que llora a escondidas a su muerto inocente; unos asesinos celebrados como héroes en la taberna del pueblo.
El crimen del Txato ocurre en un universo de ficción creado por Fernando Aramburu. Un lugar sin nombre del País Vasco, cerca de San Sebastián, que existió hasta hace abrumadoramente poco y del que persisten sus ecos de divisiones sociales, rencores y heridas sin sanar.
Sobre el terror de ETA y sus 800 muertos en más de 40 años de atentados se han escrito infinidad de artículos, tratados, novelas, pero nunca un libro había conseguido el impacto que Aramburu logró con Patria, una obra que sumerge al lector en el corazón del conflicto, en la atmósfera asfixiante de una sociedad resignada a la violencia, presa del miedo y parapetada en el silencio.
Patria (Tusquets) es uno de esos fenómenos culturales que nadie vio venir. Una novela de 640 páginas de un autor respetado por la crítica pero no especialmente popular que de repente revienta el mercado: más de 500.000 ejemplares vendidos en España, donde va por la 25» edición y encabeza casi sin interrupción las listas de éxitos desde hace un año. A tal punto que se convirtió en el libro de ficción más vendido en España durante 2017, por encima de las novelas de Ken Follett o Dan Brown. La cadena HBO ya trabaja en una adaptación para televisión que estará lista en la segunda mitad de 2018.
"La situación política de España ha contribuido a que Patria sirviera como punto de referencia de comentarios y debates, hasta convertirse en un tema general de conversación. Ni en mis sueños más descabellados me podía yo imaginar que un libro mío pudiera alcanzar algún día semejante repercusión literaria y social", dice Aramburu a la nacion, poco antes de emprender su primera visita a la Argentina, donde a principios de febrero tiene en agenda una lista de disertaciones sobre Patria en Buenos Aires y en la costa atlántica.
Es cierto que la crisis que estalló en España el año pasado con la revuelta nacionalista en Cataluña instaló la obra de Aramburu como referencia obligada del debate público. La historia que se cuenta en Patria actúa -lo haya buscado o no su autor- como un recordatorio de las tragedias que pueden desatar los extremismos políticos, sobre todo cuando invaden el terreno de las relaciones personales. La grieta, agigantada por la violencia.
Aramburu se propuso contar la "intrahistoria" del drama vasco. Las vivencias individuales. Responder "cómo" se vivió en Euskadi durante una época que no tenía fin. Y hacerlo a través de un amplio elenco de personajes, que le permiten "evitar la tentación de dar una sola versión de los hechos". Patria está escrita como un rompecabezas en el que se entrecruzan las vidas de dos familias cuya amistad de media vida se rompe por culpa del fanatismo político: la del Txato, un pequeño empresario del transporte que se niega a pagar el "impuesto revolucionario" que exigía ETA, y la de Joxe Mari, un muchacho descarriado que integra el comando asesino.
"La visión panorámica tenía para mí prioridad sobre la trama -señala Aramburu, ganador del Premio Nacional de Narrativa 2017-. Esa visión no fue pensada para que sirviese de cimiento a una historia, sino que es la consecuencia lógica de la yuxtaposición de nueve destinos individuales. Los episodios me fueron viniendo sobre la marcha".
Los hombres y mujeres que habitan Patria son personas sin otra cosa excepcional que las huellas dejadas en su vida por la violencia física y moral; ese vendaval de muerte e hipocresía que se hizo rutina con los años. En las páginas del libro conviven los aspectos más horrendos del conflicto vasco -las armas, la extorsión, los silencios cómplices, los vecinos fusilados a traición- con el ritmo repetitivo de la vida cotidiana: los aromas de la cocina, las partidas de barajas, los paseos en bicicleta por la montaña, los amores frustrados. Y se vislumbran las huellas indelebles del terrorismo: la trama arranca el día de 2011 en el que ETA -derrotada por la policía y con menos apoyos que nunca- anunció que dejaba la violencia armada.
Aramburu sobrevuela una pregunta que nunca formula en el libro: ¿cómo sigue la vida después de un festín de sangre? Es el eterno dilema de sociedades que sufren la tensión entre la memoria, necesaria para hacer justicia con las víctimas, y el deseo de olvido, para avanzar cuanto antes hacia un futuro mejor. ¿Hasta qué punto cree Aramburu que es aceptable la idea de "mirar hacia adelante" como precio de la concordia?
"Depende de lo que se entienda por mirar hacia adelante y por concordia -responde-. Y también convendría determinar quiénes se plantean el dilema y quiénes se supone que están capacitados para resolverlo. A los culpables, a los injustos, les viene bien que nadie les recuerde sus fechorías. La amnesia colectiva es su último refugio, la página en blanco donde escribir la historia a su antojo y difundir versiones equivalentes a una absolución, y eso sin haber solicitado perdón y sin haberse arrepentido. En el fondo, lo que se pide es que las víctimas se callen para que el resto pueda dormir tranquilo".
Perdón íntimo
¿Hasta qué punto es posible perdonar al verdugo? Aramburu cree que para merecer tal nombre el perdón debe ser sincero. Y para ser sincero tiene que ser íntimo. "El perdón en la plaza pública con fotógrafos y periodistas me parece una farsa en líneas generales", dice. La ventaja de intentarlo, a su juicio, es contundente: un efecto pedagógico muy positivo, porque demuestra a una sociedad rota que hay grandes posibilidades de que sus integrantes puedan vivir juntos.
Pero Aramburu aclara que nunca buscó "hacer moralismo". No da lecciones, suele aclarar, sino que su oficio es contar historias. Rechaza también que se lo señale como "equidistante", a raíz de su descripción panorámica (en la que no faltan las torturas policiales a los sospechosos de integrar la banda terrorista y el pesar de los familiares que tienen que viajar miles de kilómetros para visitar a los etarras presos, castigados por la política oficial de dispersión carcelaria).
¿Le costó, por ejemplo, ponerse en la piel del asesino del Txato? "No me costó nada, puesto que no lo hice. Es al lector a quien corresponde establecer algún tipo de vínculo, acaso emocional, con los personajes. El novelista solo junta palabras. Si afirma que un personaje ha comido carne de perro, eso no significa que él haya tenido que comer previamente lo mismo para poder escribir después su frase. El estremecimiento, la identificación, el rechazo, la repulsión, la pena son de la exclusiva competencia de quienes leen".
Aramburu nació en San Sebastián en 1959, el mismo año en que se fundó ETA, cuando todavía la dictadura de Franco tenía un largo recorrido por delante. Creció en un ambiente que fue tornándose asfixiante en el País Vasco y desde que empezó a imaginarse como escritor se propuso que "algún día iba a hacer algo" sobre eso.
Dejó el País Vasco hace 32 años. "A mí me sacó de mi tierra una mujer, con la que todavía, por fortuna, convivo pasadas las décadas". Vive en Hannover, Alemania, donde da clases en la universidad y desarrolló su carrera literaria. La promesa la cumplió hace tiempo, en obras anteriores que ya lo habían ubicado entre los narradores españoles más reconocidos de la actualidad: Los peces de la amargura (cuentos, 2006) o Años lentos (2012). Pero nada que lo preparara para el fenómeno de Patria.
¿Podría haber escrito estas obras de no haber emigrado del País Vasco? ¿Cuán necesaria es la distancia para contar un drama colectivo? "No he tenido otra perspectiva -responde-. Por tanto, no puedo saber qué habría sido de mi literatura si yo me hubiese consagrado a ella en otro lugar". Señala que "el dolor duele en cualquier parte donde uno esté", aunque "si nos estamos quemando suele ser bastante recomendable apartarse del fuego".
-En sus años de adolescente, en los 70, en los finales del franquismo, ETA despertaba cierto atractivo romántico para algunos jóvenes. ¿Nunca sintió esa suerte de fascinación por la causa que defendían?
-Por suerte, no. Pero sí otros adolescentes a mi lado, en el colegio, en el barrio. Resistí a la presión grupal, quizá porque fui educado en la moral del abrazo.
-¿Qué relación tiene con los nacionalismos o, digamos, con el sentimiento de "patria"?
-El sentimiento de pertenencia a una patria, entendida como una tribu pero en grande, no tiene por qué derivar en proyecto político obligatorio para todos, lo quieran o no, que es lo que pretende el nacionalismo. El nacionalismo es insostenible sin la idea del enemigo. Enarbola banderas contra otros e impone una selección: los de aquí, los de fuera; los puros, los contaminados, y actúa contra estos últimos.
-ETA lleva seis años sin matar, aunque todavía no se ha disuelto, ¿diría usted que hay paz en el País Vasco?
-Si paz es ausencia de violencia, entonces sí hay paz. Pero no podemos olvidar que se trata de una paz con heridas abiertas y con culpa colectiva.
¿Cuán importante fue la complicidad de una parte de la sociedad vasca para que ETA pudiera asesinar durante cuatro décadas?
-El apoyo social a ETA fue considerable. Se manifestaba de muchos modos en la calle y en distintos foros; pero también, de manera reiterada, en los resultados electorales, lo que estimulaba al agresor a seguir ejerciendo la violencia.
La coincidencia entre el suceso de Patria y la crisis por la intentona independentista en Cataluña colocó a menudo a Aramburu en el papel no deseado de comentarista de la actualidad política española. El paralelismo entre el conflicto vasco y el catalán está servido, a pesar de las inmensas diferencias, empezando por la angustiante factura que dejan las muertes injustas.
Aramburu sigue "con preocupación" lo que está ocurriendo en Cataluña. "Veo sus resultados negativos, el peor de los cuales es la fractura social y familiar". Pero percibe solo diferencias respecto de los años oscuros de Euskadi, más allá de la "aspiración de una parte no mayoritaria de la población autóctona a constituirse en república independiente".
¿Teme una suerte de efecto contagio en el País Vasco, ahora que allí se intenta cerrar para siempre la era de los tiros y las bombas? "En estos momentos quizá no -responde-. Hay que tener en cuenta que Euskadi ha capeado bastante bien la crisis económica de los últimos años. Otro factor es que los vascos intentan en la actualidad rehacer los lazos sociales rotos por causa de la violencia y no tienen ganas de volver a embarcarse en una historia sangrienta como la que tuvimos no hace mucho. Así y todo, la llama del nacionalismo no se apaga nunca. No puede descartarse que en un momento dado, según las circunstancias, esa llama aumente de intensidad".
Aramburu es algo más que un novelista apasionado por la política. Le gusta considerarse un poeta. Vuelve con frecuencia a Cernuda, a Luis de Góngora y también a Borges. "Espero que su espíritu, si continúa flotando por allí, perdone mis simplicidades. Será simpático disertar donde estuvo el maestro", dice respecto de la Biblioteca Nacional, la institución que dirigió el autor de "El Aleph" y donde Aramburu dará la primera de sus conferencias en la Argentina, el 9 de febrero.
En marzo la industria editorial española espera con avidez el lanzamiento de su nueva obra, Autorretrato sin mí, en la que retoma la faceta menos conocida de su profesión. "Es un libro en el que empleo recursos de la poesía en prosa para tratar de entenderme en mi vinculación con el mundo que me rodea y con mi experiencia del pasado. El resultado es altamente personal, pero no autobiográfico. Es uno de los libros de escritura más cuidada que yo haya escrito".
Lo terminó casi en su totalidad antes de publicar su novela consagratoria, con lo que descarta que se haya tratado de un ejercicio de introspección necesario después del monumental retrato social de su tierra de origen.
Mientras tanto, en el mundo real ETA ya no asesina, anunció su desarme hace un año y se dispone a anunciar su disolución definitiva a lo largo de 2018. Es un conglomerado de terroristas avejentados que nunca pidieron perdón por el daño causado. Presos, en su mayoría, que como al Joxe Mari de Patria les cuesta reconocer la imagen arrugada y con calva que les devuelve el espejo. Los que los aplaudían antes ahora solo quieren dedicarse a la "política institucional" y promueven la cultura del olvido. El País Vasco es una tierra próspera en íntima reconstrucción.
Acaso el secreto que explica el fenómeno de Patria haya sido el velo que ayudó a correr: la constatación incómoda de que no hay antídotos milagrosos para el veneno de los extremismos. Puede parecer una mirada sombría la de esta novela que, sin embargo, concluye con una escena optimista. La única de todo el libro, en la última página. "Lo único que tuve prefijado desde el principio fue la escena final -dice Aramburu-. No me había parado a pensarlo, pero es posible que en mi subconsciente quisiera compartir con los lectores una pequeña luz de esperanza".