Alberto Fernández tira trompadas al aire pero no se impone
Se cumple un mes de las PASO, el Presidente no termina de definir su estrategia y puede perder la pelea por puntos
- 5 minutos de lectura'
Si fuera una contienda de box el período que transcurre entre las PASO y las elecciones del 14 de noviembre, estaríamos en la mitad de la pelea. La cara del dueño del título (el oficialismo) ya aparece magullada, en tanto que al retador (la oposición), por ahora se lo ve sin errores graves, en actitud desafiante y con el aplomo de sentirse ganador.
Señoras y señores, ha terminado el cuarto de los nueve rounds (que representan las nueve semanas que hay entre una elección y otra) y nuevamente el dueño de casa apela a golpes bajo la cintura.
Fue una semana en la que el Presidente recuperó protagonismo, luego de que en las dos anteriores, el nuevo sparring, Juan Manzur, diera cátedra de cómo moverse con mayor agilidad por el centro del ring.
En su regreso al primer plano de la vidriera mediática, sin embargo, Alberto Fernández no dio un solo golpe certero y volvió a bajar la guardia. Si había planificado alguna estrategia para retomar el control de la pelea, en la práctica no se notó.
“Le digo que sí al trabajo y no al desempleo” es un enunciado vacío que el Presidente deslizó en la Convención de la Cámara Argentina de la Construcción sin explicar cómo conseguirá lo primero, ya que lo segundo no requiere de plan alguno. Se agrava solo con la inacción oficial y el desánimo que inyectan en los sectores productivos con más trabas y presión tributaria.
Recrea, en versión más opaca, acciones que Juntos por el Cambio ya realizó: los timbreos/recorridas por zonas populares, durante el gobierno anterior; o anotar en un cuaderno las supuestas necesidades que vecinos le dictan, tal como lo viene haciendo en esta campaña María Eugenia Vidal, lo dejan a Alberto Fernández en el lugar del contendiente sin ideas propias que solo copia (y mal) al retador que lleva la delantera.
El “sí” (a secas) como palabra mágica de la nueva fase del oficialismo para exorcizar de manera tosca y lineal el “no” rotundo que recibió en las urnas el mes pasado, evoca automáticamente el “sí se puede” con el que Cambiemos ganó las elecciones presidenciales de 2015. Y no solo eso, con las “marchas del sí se puede” por todo el país, a fines de 2019, Mauricio Macri recuperó músculo electoral, con la mística del que no se da por vencido. Si bien no ganó, achicó mucho la diferencia en los comicios definitivos con el Frente de Todos, lo que redundó a posteriori en que esa alianza se mantuviera sólida y cohesionada, a pesar de la derrota, hasta el presente.
Hubo otra situación aún más delicada. El acto que le organizaron al Presidente en la cancha de Nueva Chicago lo conectó, una vez más, con su maldición de “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago” (que padeció muy especialmente con el escándalo de las visitas y fotos del Olivosgate) al avalar con su presencia la violación del aforo previsto, por el exceso de varios miles de personas más peligrosamente amuchadas, lo que determinó la posterior clausura de ese estadio.
Con todo, eso no fue lo peor. Muy flaco favor le hizo Emilio Pérsico, en su alocución, al incitar a romper el sistema democrático tal como lo conocemos. “Néstor decía –bramó el referente del Movimiento Evita, que también es funcionario del Ministerio de Desarrollo Social– que necesitábamos veinte años para consolidar un modelo. Y yo lo digo más brutal, creo que esta democracia de la alternancia no camina”.
Pérsico atacó precisamente lo único que hasta ahora queda en pie y que la grieta aún no ha podido derribar: un valioso sistema institucional que permite ir de un extremo al otro del arco ideológico en la Casa Rosada sin que, en los últimos años, se haya alterado la paz social.
En vez de soñar con perpetuarse veinte años –Macri también apela al mismo numerito cuando defiende su modelo–, tendrían que explicar antes qué sentido tendría quedarse tanto tiempo si no quieren, no pueden o no saben recrear los consensos necesarios, ni siquiera para avanzar en acuerdos mínimos. En cambio prevalecen las chicanas y las declaraciones erizadas y ofensivas solo para hacer ruido mediático, mientras el país sigue trabado y empeorando sus condiciones de vida y de producción económica.
Pérsico incurrió en un oxímoron demagógico al decir que los pobres deberían estar a cargo de la política, cuando lo que abunda en el poder son los arribistas que llegan con una mano atrás y otra adelante para conformar con sus allegados castas de privilegiados enriquecidos, una nueva oligarquía que ni siquiera sabe producir algún tipo de riqueza.
Con respecto a su pregunta rancia y racista –”¿Saben de qué color es la tez de nuestro pueblo?”–, es apenas otro de los fuegos de artificio de peor gusto y recurrente que algunos personajes periféricos del poder agitan para bien de nadie.
Suena la campana y comienza el quinto round.