Fernández Meijide: "Cuando los conflictos no se discuten, acaban creando la grieta"
Mientras camina por su balcón, acaricia las plantas que pronto serán bendecidas por la lluvia. El olor a jazmín inunda su departamento de barrio Belgrano.
Mañana se cumplirán 35 años de aquel 10 de diciembre en que Raúl Alfonsín se convirtió en el primer presidente tras el regreso de la democracia. Una fecha que, señala Graciela Fernández Meijide, no tomó al azar: "Eligió ese día porque coincide con el aniversario en que la Asamblea General de la ONU adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en 1948", cuenta.
Se cerraba así el capítulo más oscuro de la historia de nuestro país, casi ocho años de una dictadura militar que le arrancó a Graciela un hijo adolescente y la convirtió en mamá de un desaparecido. Y se abría otro, el de la democracia, que traería sus propios desafíos y en el que ella jugaría un rol activo, tanto en la política como en el campo de los derechos humanos.
-¿Qué le genera ver hoy el discurso de Alfonsín desde el balcón del Cabildo?
-El tiempo da perspectiva. Hoy, a la distancia, puedo entender mejor la enorme lucidez y el esfuerzo que Alfonsín puso en crear una república con instituciones fuertes que hicieran permanente el gobierno civil, dejando afuera toda posibilidad de aventura antidemocrática. La decisión de recitar el Preámbulo durante la campaña tuvo que ver con esa ambición. Desde 1930 veníamos teniendo instituciones que no habían podido resolver los temas de la política, abriendo el espacio a los golpes. Alfonsín eso lo tenía claro. Esa fue la visión de un líder que percibió los cambios de una sociedad que estaba harta de violencia y que no iba a tolerar más gobiernos militares.
-¿Cuándo cobra importancia el tema de los derechos humanos?
-Cuando la agresión desde el Estado es tan brutal que se produce una reacción. Acá tomamos conciencia. Y Alfonsín la reforzó poniéndole las bases institucionales. La investigación de los delitos de lesa humanidad y el enjuiciamiento a los responsables fueron dos escalones que colocó para que se construya la república que él soñaba. Y cuando dice responsables apunta a los dos sectores: a quienes cometieron crímenes desde el Estado y a quienes comandaron las organizaciones guerrilleras, sin que igualara la responsabilidad. En ningún momento Alfonsín, que había sido defensor de presos políticos, puso en igualdad de condiciones a la guerrilla y las Fuerzas Armadas. En perspectiva, alcanza una magnitud muy grande, más allá de las dificultades económicas que tuvo. Fue un líder que percibió una necesidad y puso en marcha la ilusión de la gente.
-¿Qué balance hace de estos 35 años sobre el papel de los organismos de derechos humanos?
-Los organismos que se conformaron por esa reacción de fortísima agresión a los derechos humanos cumplieron una tarea muy importante de construcción de la denuncia y testimonio, dando un mensaje para que nuestra sociedad y el mundo fueran entendiendo qué había ocurrido. Ahora bien, hoy uno se puede preguntar cuánta gente hizo el proceso de entender que cuando se habla de derechos humanos se habla de igualdad absoluta ante la ley.
-¿Qué quiere decir con eso?
-El desafío es no sólo pedir la justicia más estricta por tu víctima, sino también para el victimario de tu víctima. No es fácil. Pero no hacerlo te pone en otro camino, el de la venganza. Si el otro tiene que penar y no recibir lo que vos hubieras querido para tu víctima, estás vengándote. Yo creo que, en muchos casos, quienes encabezaron y hoy encabezan estos organismos nunca llegaron a entender el significado profundo de los derechos humanos. Se trata de saber si estás dispuesto a construir una sociedad en la que esos derechos sean respetados en serio. Para eso tenés que involucrar a todos en ellos. Y pelear por eso.
-¿Por qué este tema sigue anclado en los años 70? ¿Hay algo que nos impide avanzar?
-Buena parte de las dificultades que tenemos para resolver nuestras grietas y antagonismos es que no hubo en ese momento un cierre, un intento de entender que había que pasar a otra etapa, porque esa demostró no haber sido útil. Esto pasó con tupamaros en Uruguay. Salidos de la cárcel, y habiendo sobrevivido en condiciones terribles, admitieron haberle hecho daño a la sociedad y decidieron reincorporarse a la política. Aquí lamentablemente no fuimos capaces. A todas las partes que abrazaron la violencia les faltó la altura necesaria para hacer una autocrítica y reconocer que ese camino para nada consiguió el fin buscado. Ni los militares terminaron con el comunismo, que se cayó solito por falta de eficiencia, ni las organizaciones guerrilleras lograron la revolución ni imponer el socialismo.
-¿Qué lectura hace sobre el abordaje de los derechos humanos durante el kirchnerismo?
-El gobierno kirchnerista instrumentó el tema de los derechos humanos como herramienta política para crear poder. Muchos sintieron que aquello que había quedado liquidado, en realidad no lo estaba. Varios de los discursos tuvieron ese olor a setentismo antiguo. La propia Cristina Kirchner, que fue quien más fuertemente ideologizó el tema, terminó poniendo delante de los jóvenes actuales, que de aquello no tenían la más mínima idea, un relato que tornaba heroico e imitable ese pasado que no tuvo nada de heroico ni de imitable. Con mucha astucia, el kirchnerismo llegó a una juventud que carecía de paradigma, sobre todo después del 2001, cuando se cayeron las ilusiones. Se recreó esa ilusión de lo heroico tomada del pasado. Hubo gente que necesitó creer en eso y se le vendió una mentira. Pero lo más grave es que se justificó la violencia de aquella época.
-Hace poco dijo que éramos "especialistas en grietas", aludiendo a nuestra facilidad para encontrar temas de oposición con posturas rígidas de blanco o negro.
-Sí, a tornar un conflicto en grieta. Porque el conflicto existe siempre y la democracia es un lugar de conflictos, no es unanimista. Gobierna la mayoría, pero respeta las minorías. Y tiene apego a la ley. Ahora, si vos el conflicto lo ponés en un terreno de irresolución, ahí se te arma la grieta. Un conflicto termina convirtiéndose en grieta cuando no se discute, cuando desde orillas opuestas se acusan entre sí como si fueran enemigos y no personas que podrían sentarse y decir: bueno, a ver, ¿qué pasó acá? ¿cómo arreglamos esto? Lo más fácil es que no te puedas arreglar y termines peleándote.
-¿Y por qué tenemos tantos problemas para encontrar puntos de consenso?
-Porque somos más afectos a creer en las verdades de apuño, que por supuesto son las que nosotros defendemos, que a dudar. Hay una frasecita del escritor francés Emmanuel Carrère en El reino que dice: "Lo contrario de la verdad no es la mentira, es la certeza". Cuando vos tenés certezas, no buscás más verdades porque ya las tenés.
-¿A qué se debe nuestra dificultad para convivir democráticamente?
-Tenemos grandes problemas con la falta de apego a lo institucional, con el cumplimiento de las obligaciones, y facilidad para tirar rápidamente la culpa para otro lado. Por eso Alfonsín cobra esa importancia: tuvo la certeza de que si no éramos una república con instituciones fuertes no íbamos a salir. Él imaginaba un continente empujando hacia ahí. Hoy otros países de la región respetan más las instituciones. No podemos vivir sin respetar convenciones entre nosotros. Transgredimos todo el tiempo esas reglas.
-Encuestas regionales reflejan un descontento creciente con la democracia: ¿a qué lo atribuye?
-Por un lado, tenemos escándalos flagrantes de estafas de corrupción brutales, como pasó en Brasil. El Lava Jato le abrió la puerta a un tipo como Bolsonaro, que todavía no sabemos qué va a hacer en su gobierno. El descreimiento en la democracia viene porque no hay resultados. Por ejemplo, cuando tenés un gobierno como el de Emmanuel Macron en Francia y, al mismo tiempo, una clase media que siente que ya no tiene dinero para consumir y que le siguen sacando más, sumado a la presencia de las redes sociales, se forma una resistencia que le dice en la cara al presidente: no nos estás gobernando bien. Tampoco te van a decir cómo gobernar mejor; te dicen "andate". Y después vendrá otro porque la política no deja vacíos.
-El problema es quiénes están ocupando ese vacío.
-Gente que reivindica la política dura, casi dictatorial. Bolsonaro ya designó cuatro militares en su Gobierno. Vivimos una época de cambio brutal de las relaciones en el mundo, sobre todo en Occidente, que produce más interrogantes que respuestas claras. Y eso genera mucho miedo.