Federico Delgado, el fiscal que investiga la tragedia ferroviaria de Once
Informal y provocador, con fama de ser inmune a las presiones políticas, está convencido de la responsabilidad del Estado y de la empresa en el accidente que costó 51 vidas, por lo que se apresta a pedir la indagatoria del ex secretario de Transporte Juan Pablo Schiavi; del titular de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte, Eduardo Sícaro, y de los Cirigliano, concesionarios del Sarmiento
No necesita lugar en el playón de estacionamiento de los tribunales de Comodoro Py 2002. No hay auto oficial con chofer que lo deje cerca de las 10 AM, como a la mayoría de los jueces y fiscales, en las escalinatas del imponente edificio. A media mañana, cuando todos entran, Federico Delgado se va pedaleando en su vieja bicicleta playera gris desde Retiro hasta Palermo, donde vive hace veinte años. Es difícil imaginar que tras ese morocho, flaco, de shorts, remera y zapatillas se esconde uno de los fiscales federales que llevan hace años causas tan sensibles para el poder político como los sobornos en el Senado o la investigación por la tragedia ferroviaria de Once, en la que se apresta a pedir la indagatoria del ex secretario de Transporte Juan Pablo Schiavi; del titular de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte, Eduardo Sícaro y de los empresarios Cirigliano, dueños de la empresa Transportes de Buenos Aires, concesionaria del Sarmiento. La investigación por las 51 muertes que provocó el accidente lo tiene hoy en la mira de la opinión pública. Y convencido de la responsabilidad del Estado y de la empresa, ya se enfrentó con el juez Claudio Bonadio, al que acusó de "apropiarse de la causa", cansado de reiterarle el pedido para sacar fotocopias del expediente.
Puertas abiertas
A los cuarenta y dos años, Federico Delgado acumula razones para coronarse como el más díscolo de los representantes del Ministerio Público Fiscal. Informal hasta la provocación, tiene un solo traje y un par de zapatos de cuero que acumulan polvo en la esquina de su oficina del 5° piso y que sólo usó en dos ocasiones en los últimos ocho años: para asistir a un juicio oral y cuando lo convocaron para que escuchara la segunda confesión del arrepentido Pontaquarto.
Su oficina de puertas abiertas es una excepción en un mundo en el que el acceso restringido es la norma; sus empleados lo llaman "Fede" cuando en Tribunales el prestigio se juega en el apelativo "doctor". Ahí, donde otros ostentan relojes, Delgado irrita con las muñecas desnudas. Y en el cuello lleva colgado un ojo griego engarzado en cinta de coser expedientes. Fiel a su estilo, abjura del celular, y la mochila de tela en el hombro parece una declaración de principios mientras sus colegas desfilan con maletines de cuero lustroso. Con ese aire de eterno estudiante atrincherado en su oficina, que evita por todos los medios socializar con el resto, cosecha odios y amores. "Si cree que está por encima del resto y que esto es un nido de ratas y llega a la madrugada para cruzarse solamente con el ordenanza, ¿ por qué no se va con la dignidad a la casa y renuncia? Es un tipo inteligente y por más que putee si hace veinte años que está acá no puede hacerse el que la mira de afuera", asegura un fiscal joven en años y viejo en el fuero.
Si Delgado tiene enemigos, no parece importarle demasiado. En un esfuerzo por la corrección política que no lo caracteriza, dice que su problema no es con los jueces ni con los fiscales sino que solamente tiene "suspendidas las relaciones sociales". Reconoce sólo dos amigos abogados de nombre Pablo que lo pueden demorar con algún que otro café y al actual camarista Eduardo "Chiche" Freiler como un ex compañero de juergas jurídicas cuando compartían la fiscalía 6 en plena investigación por los sobornos en el Senado. Con él trabajaron la única causa por robos de bebes durante la dictadura, que permanecía abierta en el fuero mientras estaban vigentes las leyes de impunidad. Y con él, un 22 de agosto a las 8.30 de la mañana se enteraron de que les había "caído" la causa que sacudiría el avispero político como ninguna otra: las supuestas coimas en el Senado para aprobar la ley laboral, que involucraba al mismísimo presidente de la Nación de entonces, Fernando de la Rúa. En el marco de esa investigación vio desfilar a Cristina Fernández de Kirchner como testigo, molesta por el denso humo que invadía el despacho del ex juez Liporaci, compulsivo fumador de cigarrillos Particulares 30. Y vio sufrir a un asmático Carlos "Chacho" Alvarez ante la intransigencia del juez y su vicio.
Esos años le traen recuerdos de asfixia, pero no del humo sino de las presiones de su entonces jefe, el procurador general Nicolás Becerra, que los hacía presentarse en su oficina hasta dos veces por semana. Presiones sutiles y de las otras. Esas que jura no haber recibido jamás del actual procurador Esteban "Bebe" Righi. "No nos vimos nunca", asegura. Tras cuatro años de trabajo, la causa por los sobornos finalmente llegará a juicio oral este año, con el propio De la Rúa procesado por el delito de cohecho.
Hijo de una maestra, de un empleado bancario "y de la educación pública", como suele definirse, Delgado es amante de Hendrix, de la natación y de cualquier deporte que no sea el rugby. Otra razón para justificar la solapada desconfianza que genera entre sus colegas que han gestado amistades y carreras a través de la pelota ovalada.
A sus pocos allegados les confiesa sin vergüenza que jamás fue un amante del derecho y que llegó a la facultad "porque era lo que había". Y a Tribunales no lo llevó el ideal de un mundo más justo, sino la sugerencia al pasar de un compañero de curso que le comentó que había un puesto de meritorio. Y empieza a colarse lo que Delgado llama suerte, una y otra vez, en su relato. Suerte de haberse cruzado con quien reconoce como su maestro, el ex juez de instrucción Carlos Rengel Mirat; suerte de haber aprendido de él esa informalidad de la que hoy hace escuela; suerte de haberse recibido en medio de la reforma de León Arslanian cuando era ministro de Justicia de Carlos Menem, que instaló la oralidad en la Capital Federal, lo que generó múltiples cargos y reveló la falta de abogados para cubrirlos. Así, en este escenario de apuro, Delgado juró con el certificado de condición de egresado porque todavía no tenía el título. Y así como llegó a scretario por la ventana, se encontró con el único hombre al que le concede uno de esos títulos tan comunes en Tribunales y tan ajenos a él: padrino. A Germán Moldes, fiscal de Cámara, y hoy amigo, le alcanzó con la recomendación de Freiler y con una entrevista que no llegó a durar cinco minutos para nombrarlo secretario de la fiscalía ante la Cámara Federal. Apenas un tiempo después, Moldes mismo le preguntó a Delgado si quería hacerse cargo de "Beirut", nombre con el que se conocía a la fiscalía 10, donde tramitaba la causa por contrabando de oro. Le firmó la designación Raúl Granillo Ocampo, a quien después imputó en una causa por malversación de caudales públicos.
"Está loco", dicen algunos y dependiendo del interlocutor la valoración puede o no tener una carga negativa. Los que lo miran pasar con La historia de la Guerra del Peloponeso bajo el brazo se espantan de las excentricidades del fiscal, impropias, dicen, de Tribunales. Y mucho más del fuero federal. Los jueces y camaristas que reciben sus escritos citando a Marx, Hegel o a Spinoza le devuelven duras opiniones en blanco sobre negro, advirtiéndole que no se trata de juristas y que se ciña al derecho puro y duro.
Gestos de independencia política
Los que emparentan locura con independencia y falta de compromisos políticos en un ámbito donde éstos están a la orden del día celebran sus salidas extravagantes e inesperadas. Un ejemplo: cuando el ex juez Liporaci dictó la falta de mérito a los senadores en la causa por los sobornos, Becerra les pidió a él y a Freiler "acompañar al juez", una sutil sugerencia para que no apelaran la decisión y la causa cayera. Ellos desaparecieron durante las vacaciones y el primer día después de la feria, a las 7.28, hicieron lo que tenían que hacer. Otro ejemplo: en una de las pocas ocasiones en que abandonó su oficina fue para golpear puerta por puerta a cada uno de los once fiscales federales para pedirles que firmen un petitorio para presentar ante el procurador general para que los jueces dejen de tratar a los fiscales como subordinados o empleados menores, eligiendo arbitrariamente qué causas delegan y cuáles no. Ese día sumó a varios magistrados a esa lista no escrita de enemistades que tampoco le importa acumular y que encabeza Gabriel Cavallo: el ex camarista dejó trascender que Delgado y Freiler se habían negado a pedir la detención de la viuda de Escobar Gaviria por una cuestión de dinero. "No se lo voy a perdonar jamás. Puedo ser cualquier cosa, menos ladrón", repite Delgado, diez años después, con la misma indignación que entonces. El ex camarista consolidó su lugar de enemigo público número uno en la lista de Delgado por su actuación como juez en la causa de los sobornos. "Congeló la investigación", asegura Delgado.
El fiscal no termina de sorprender a quienes creen estar acostumbrados a su particular estilo. Casado hace veinte años, hincha de Boca y de Atlanta y padre de tres hijos, el más imprevisible de los fiscales disfruta de su parsimonia mientras mantiene al resto en eterna tensión. Sobre todo a quienes investiga por la tragedia de Once: hay un solo antecedente de un empresario ferroviario, Sergio Taselli, que llega este año procesado a juicio oral por defraudación. El ex concesionario de la línea Roca se sentará en el banquillo de los acusados. Y no fue otro que Delgado mismo el que lo puso ahí.
QUIEN ES
Nombre y apellido:
Federico Delgado
Edad: 42
Hijo de la educación pública:
Hijo de una maestra y de un empleado bancario, reconoce con orgullo su formación dentro de la educación pública. Está casado desde hace veinte años y tiene tres hijos.
Oro, trenes, coimas:
Entre las causas más resonantes en las que intervino se cuentan la investigación por contrabando de oro, la que involucra al ex concesionario de la línea Roca, por defraudación, o las coimas en el Senado.