Fantasmas del inframundo porteño
La línea A del subterráneo porteño está llena de historias de espectros y apariciones que producen tanto fascinación como terror en quienes deciden creer en ellas
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“Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía”. Más o menos con estas palabras, Hamlet, el príncipe de Dinamarca, trata de explicarle o de justificar a su incrédulo amigo la presencia ante ellos del espectro de su propio padre, el rey danés que había sido recientemente asesinado. Esta es una de las grandes escenas de Hamlet, de William Shakespeare y simplemente la tomo para introducir la temática que inspira este escrito. Un poco para defenderme también. Porque si el bardo inmortal supo incorporar en su magna obra la presencia de un espíritu espectral sin ser cuestionado, por qué no podría yo hablar sobre algunos de los fantasmas que pululan por Buenos Aires sin ser tratado de macaneador.
En estos casos, es creer o reventar, y como todavía no he reventado, asumo que elegí creer en las historias de espectros porteños que me contaron o leí. Especialmente, las que tienen que ver con los entes que habitan los extensos túneles de la línea A de subterráneos, de cuya existencia me enteré hace algunos años, una noche en la que estuve caminando por esas vías para hacer una nota sobre, precisamente, las estaciones “fantasma” de la línea A, que son las que están en desuso desde el año 1951: Pasco Sur y Alberti Norte.
Precisamente es en una de estas estaciones deshabilitadas donde se dice que, por la noche, y cuando por el lugar pasa el último servicio del subterráneo, es posible ver allí, en un instante en que las luces del subte se cortan, los espectros de dos hombres, Giuseppe y Leonardo. Sentados al borde del andén, al amparo de la oscuridad, ambos obreros de origen italiano se quedaron a pasar allí su eternidad luego de ser víctimas de un derrumbe mientras trabajaban en la excavación para hacer los túneles del tren que pasa por debajo de la avenida Rivadavia. Así está escrito en el libro Buenos Aires es leyenda, de Guillermo Barrantes y Víctor Coviello y la noticia de que, en efecto, murieron trabajadores en la construcción de la línea A, ayuda a cimentar este mito urbano, que quizás sea algo más que un mito.
Aquella medianoche en que caminé debajo del asfalto entre Plaza Miserere y Congreso en pos de realizar mi crónica también me contaron los empleados nocturnos que en aquel inframundo porteño no era difícil encontrar diversas apariciones. Relataron como ejemplo el caso de uno de sus compañeros, que una madrugada vio caminar por las vías a un hombre alto y pelado. El empleado del subterráneo siguió a aquella persona durante varios metros, hasta que el perseguido dobló en una curva. “Cuando nuestro compañero alcanzó esa misma curva, el tipo no estaba más. Se había esfumado”, contaron los hombres del subte, con la intensidad que solo poseen los que creen de verdad.
Para quienes estos cuentos de apariciones les resulten una tontera fantasiosa, solo tengo para decir que cualquiera es guapo a las tres de la tarde, a pleno sol y en la superficie. Pero hay que estar allí abajo, en un territorio gobernado por las sombras, cuando los trenes descansan, el silencio abruma y los túneles se pierden en un más allá de negrura absoluta. Un lugar donde acecha lo espeluznante.
En ese ambiente penumbroso, entonces, no resulta difícil de creer que varios trabajadores hayan visto otro ente espectral que ya es casi parte de la historia del subte. Ella aparece deambulando errática por el túnel de una sola vía que une Plaza Miserere con Alberti Norte. Es un espectro femenino con una característica que la hace fácilmente identificable: lleva un vestido de novia. Se dice que se trata del espíritu torturado de una mujer que se arrojó a las vías del subterráneo cuando su novio la plantó en el altar de la Parroquia cercana de Nuestra Señora de Balvanera, esa que le da nombre a este barrio. “Yo nunca la vi, pero por las dudas por ahí no paso. Solo no paso”, me dijo uno de los laburantes nocturnos, en una frase que recrea aquello de que uno no cree en las brujas, pero que las hay…