Familias por la educación
Uno de los cambios sociales más rotundos que generó la pandemia fue sin dudas que los estudiantes no vayan a la escuela. Esto no solo obligó a los docentes a un esfuerzo extra sino que también forzó a las familias a adoptar roles para los que no están ni acostumbradas ni preparadas. En efecto, según indican los datos, prácticamente todos los alumnos de primaria necesitan algún tipo de ayuda por parte de los adultos y casi la mitad requiere un acompañamiento constante para resolver las actividades escolares.
Junto a esta realidad, y en parte debido a ella, hubo otro fenómeno que se viralizó rápidamente: la movilización y organización de las familias, junto con otros actores de la sociedad, impulsando demandas concretas. En las últimas décadas, es difícil recordar un año con tantas campañas y tanto protagonismo por parte de las familias.
En la primera mitad del año, la cuestión de la conectividad dominó la agenda. Ante la imposibilidad de realizar clases presenciales, el tema central fue cómo mejorar el acceso a Internet y reducir la brecha digital. En esta segunda mitad de año, dado que muchas familias siguen "desconectadas" (sin soluciones satisfactorias, ni digitales ni analógicas) y que para muchas otras la educación a distancia pasó a tener un costo educativo, familiar, emocional y laboral demasiado alto, muchas energías se volcaron a reclamar el regreso a las escuelas. Dos ejemplos actuales son las campañas de "Padres Organizados" en el AMBA y la de "Vuelta a Clases" en Córdoba. Naturalmente, las demandas entre las familias varían ampliamente, tanto debido a las circunstancias en cada provincia del país como a cuestiones prudenciales relacionadas con cómo enfrentar la pandemia: donde algunas piden Internet, otras piden cuadernillos; donde algunas piden el regreso a las aulas, otras prefieren esperar.
En todo caso, hay que destacar que estas movilizaciones despertaron valores que parecían dormidos, cuando no totalmente perdidos en nuestro país. El de la educación, por empezar, pero también otros de mayor transversalidad. Puntualmente, los de igualdad, justicia y solidaridad. ¿Acaso vamos a permitir que quienes cuentan con wifi sigan con su educación y quienes no queden a la deriva? ¿Vamos a cruzarnos de brazos y esperar a la vacuna cuando sabemos que en los sectores vulnerables hay estudiantes que acumulan meses sin clases de ningún tipo? Aunque estas no fueron ni son las únicas motivaciones, ignorarlas sería un error. En pocas palabras, las campañas que nacieron este año muestran un sentido de urgencia y solidaridad que extrañábamos en educación, y que podemos interpretar como una señal de esperanza.
¿Vamos a permitir que quienes cuentan con wifi sigan con su educación y quienes no queden a la deriva? ¿Vamos a cruzarnos de brazos y esperar a la vacuna cuando sabemos que en los sectores vulnerables hay estudiantes que acumulan meses sin clases de ningún tipo?
El otro fenómeno interesante es que este compromiso renovado de las familias reavivó tensiones latentes desde antes de la pandemia. Este año llevó a muchos a preguntarse por el sistema educativo que tenemos versus el que deberíamos tener. La pandemia y la normalidad, lo urgente y lo estructural, el presente y el futuro se entrelazan en demandas que se proyectan hacia el futuro.
La cuestión es que un nuevo compromiso de las familias por la educación puede convertirse en una de las principales oportunidades que nos deje esta crisis. Por eso, junto a más de treinta organizaciones estamos impulsando la realización del primer Encuentro Nacional de Familias por la Educación, entre el 26 y el 30 de octubre: un espacio federal para conectar las demandas urgentes con las propuestas que el futuro requiere. Esperamos que sea un paso en la dirección correcta, en el camino de la justicia y la solidaridad educativa.
Director de Argentinos por la Educación