Faltan vacunas, aparecen los privilegios
Como casi todo lo que anticipó el Gobierno durante la pandemia, otra vez la realidad le dio un cachetazo al relato oficial. Todo parece indicar que, a este paso, y con los problemas de producción que admitió el Fondo Ruso de Inversión Directa, terminaremos el verano muy lejos de cumplir con los anuncios exitistas que aseguraban vacunar a 10 millones de personas entre enero y febrero.
Pero el oficialismo parece decidido a generar polémicas alrededor de las vacunas. En los últimos días se vieron en varios municipios de la provincia de Buenos Aires a militantes de La Cámpora y del Frente de Todos ofrecer información y tramitar celeridad a cualquier vecino para conseguir la preciada vacuna.
Desde el gobierno bonaerense intentaron justificar la acción: "Ojalá todos los espacios políticos y organizaciones sociales ayuden a difundir la inscripción y colaboren con los vecinos que no tienen acceso a internet", señaló el jefe de Gabinete de Provincia, Carlos Bianco. Sin embargo, las señales que deja esta actividad militante confunde a la gente al hacerles creer que es La Cámpora o el Frente de Todos, en representación del Estado, el vehículo que conduce hacia las demandadas vacunas, porque los volantes y las mesas partidarias no hablan de promover el plan de vacunas, sino de cómo acceder a ella.
"¿Querés recibir la vacuna contra el Covid-19 y no sabés inscribirte? Acercate a una mesa de inscripción de tu barrio", decían los volantes repartidos en las calles de Tres de Febrero firmados por el Frente de Todos. "La Plata- Vacunate. Posta de inscripción Casco Urbano 44 e/ 44y 45 UB Juventud Peronista". "Te inscribimos para la vacunación del Covid-19", señalaban los volantes callejeros firmados por La Cámpora de San Martín.
Estos son algunos ejemplos de las denuncias que circularon en las redes, donde miles de vecinos mostraban su indignación. Pero, además, esta campaña, que promueve una situación ridícula como lo es un plan de vacunación sin vacunas, expone nuevamente los vicios del kirchnerismo que no abandona ni siquiera en una situación tan extrema y delicada como es luchar contra una pandemia: apropiarse de lo público, un sello característico de los populismos.
Un plan de vacunación masivo es una política de estado, debe tener un desarrollo institucional, no partidario. Solo el Estado, que muy bien planificó una serie de prioridades para llevar adelante el proceso a medida que se obtienen las vacunas, debe ser el custodio de que ese plan se cumpla con transparencia. Militar en una agrupación política no convierte a nadie en agente sanitario por más que ese espacio corresponda al oficialismo.
Muchas preguntas se generaron alrededor de esta actividad: ¿Con qué autoridad un militante ofrece el acceso a una vacuna? ¿Quién se hace responsable si esa vacuna llega a quien aún no le corresponde por una gestión "militante"? ¿Por qué la militancia oficialista cuenta con esa facultad? No se debería especular políticamente con algo tan sensible.
Otro de los hechos inconvenientes que nos está dejando este plan de vacunación está siendo protagonizado por algunos intendentes y concejales, de todo el país y de todos los partidos políticos, que se vacunaron cuando no les correspondía con el objeto de "dar el ejemplo". Hombres y mujeres jóvenes que no están en la cabeza de las prioridades del plan y que, de algún modo, están abusando de su posición.
Que ese ejemplo lo brinde el Presidente, el Ministro de Salud o el gobernador, para respaldar la campaña de vacunación y generar confianza es correcto, pero que sean Intendentes o concejales es incomprensible. ¿Quién les otorgó ese lugar de "influencers" de las vacunas? Debieron esperar su turno, mucho más en un contexto en el que faltan vacunas. Aún si fueron solo 100 o 200 los funcionarios de todo el país los que se vacunaron, dejaron momentáneamente sin posibilidad a esa misma cantidad de médicos, enfermeros, terapistas, o a cualquier trabajador de la salud, a los que aún no les llegó la dosis.
Sin temor a exagerar, estos procederes replican lo que hemos visto en muchas películas o leímos en novelas que hablan de pandemias o de situaciones cercanas al apocalipsis. Allí los tramposos, los corruptos, los adinerados, los poderosos imponen su autoridad para llevarse una vacuna o facilitarla al resto. Aunque irrite la comparación, esto se asemeja.
Si el Gobierno permite excepciones, como la de los Intendentes, o auspicia que se milite el acceso a la vacunación fuera de la órbita estatal, estaría dando algo más que un pésimo ejemplo a una sociedad que puede no sentirse en igualdad de condiciones frente al poder político que muestra señales de comenzar a transitar un camino peligroso minado de prerrogativas.
Días atrás en España se desató un escándalo porque un grupo de alcaldes, funcionarios, militares, sindicalistas y hasta un obispo recibieron la vacuna porque lograron acomodarse y colarse en la fila, son 700 en total que pasaron por encima a los grupos prioritarios y vulnerables. Esto desencadenó en una discusión sobre la necesidad de que el plan de vacunación tenga un fuerte componente ético.
En la Argentina deberíamos tener ese debate porque, además de jeringas, bien le vendría una buena dosis de ética a nuestro plan de vacunación, que fue presentado en su momento como épico, pero al que hoy le faltan vacunas y le florecen privilegios.