Faltan ideas claras y distintas
Lo que mejor explica la degradación de la política argentina es la pobreza de ideas, mucho más que el nivel de conflicto propio del tiempo electoral. Esta es la causa de su desconexión con la opinión pública, que impide que se delineen los rasgos del nuevo tiempo que necesita el país.
El Discurso del método de Descartes es un libro fundante del pensamiento occidental. Corto, tiene dos principios: “observar y verificar” e “ideas claras y distintas”. Nuestra política desoye ambos, pero sobre todo demuestra una negativa incomprensible por desarrollar el segundo: nos debatimos entre un puchero de astucias noventosas y otras pre Muro de Berlín. Ideas muertas que no sirven para gobernar el presente.
En un ejercicio de simplificación que no deja de ser útil, la economía argentina sufre desde hace décadas de un mal enorme: la falta de productividad, que la tiene estancada en un círculo vicioso entre déficits y defaults crónicos de la deuda soberana. Las causas son una tríada que lo ahoga todo: falta de inversión, ausencia de competencia e informalidad.
En los tres casos hay un enredo de normas para que subsistan. Casi como que el orden jurídico está paradójicamente diseñado para que no exista inversión, competencia ni formalidad, que la economía sobreviva con un respirador artificial. El cepo es la expresión acabada de un régimen tan original como perverso, para evitar que nadie entre ni salga de la economía argentina. Un régimen de defensa de la competencia en suspenso desde la reforma del 94, con oligopolios asentados en sus malas prácticas y todo el foco en el consumidor. Leyes laborales anacrónicas, más un sistema de subsidios para asegurar dependencias que limitan cualquier intento de escapar de la informalidad, dañando desde el acceso al crédito hasta el crecimiento en escala de grandes proyectos en potencia.
Estos y no otros son los desafíos, y, desde hace años, las propuestas se reducen a eslóganes para las vidrieras o doctrinarismos a priori que terminaron de forma nefasta: desde el “salariazo”, pasamos por la “productividad” y la “convertibilidad”, y llegamos al “vivir con lo nuestro” y el “vamos por todo”. En todo este tiempo es difícil encontrar un conjunto de ideas que dé respuesta al proceso endémico con huellas y tonos de colapso en el que estamos imbuidos.
Heidegger decía que todos tenemos la posibilidad de pensar, pero no todos somos capaces de hacerlo. Parece que los argentinos, que la clase política argentina, no quiere pensar, enfrascada en discursos de pacotilla e ideas precluidas. La grieta es la consecuencia de la incapacidad de pensar. No es cuestión de acuerdos, sino de un método cartesiano que marque la senda.
Cabe recordar la Constitución Nacional: “Proveer lo conducente al desarrollo humano, al progreso económico con justicia social, a la productividad de la economía nacional, a la generación de empleo, a la formación profesional de los trabajadores, a la defensa del valor de la moneda, a la investigación y al desarrollo científico y tecnológico”. Faltan ideas claras y distintas para restablecer el vínculo con la opinión pública y encontrar la tangente de fuga de la decadencia. Qué mejor fuente de inspiración que la Constitución Nacional.