Falta un debate a fondo sobre el poskirchnerismo
Mientras siguen sin aparecer ideas, definiciones y propuestas, todo el esfuerzo de los candidatos se reduce a maniobras para robarle el voto al otro, en lugar de explicar cómo se hará para cambiar las reglas de juego que nos trajeron hasta acá
La historia juega su ajedrez de sombras", afirmaba Octavio Paz en un libro de 1998 sobre los cambios políticos de fin de siglo. El libro se llamaba Tiempo nublado y es un título que se aplica muy bien a la situación de la política argentina por estos días, también nublados, de primavera.
La Presidenta presenta las elecciones generales del 25 de octubre como el paso de mando más normal de la democracia. Excepción hecha, supongo, del pase de Néstor Kirchner a ella misma en 2007. Es una verdad innegable que este gobierno termina su mandato con más estabilidad que Alfonsín, Menem y De la Rúa. Cristina Kirchner asegura la gobernabilidad hasta el último día y ata nudos para adelante, con nombramientos en la Justicia y proyectos de ley tendientes a neutralizar eventuales causas judiciales o cambios abruptos en la asignación de los recursos del Estado. La economía está asfixiada por medidas proteccionistas tomadas para reducir los efectos no deseados de las medidas proteccionistas anteriores y con todos los indicadores en señal de alarma. Pero no hay en el horizonte nada parecido a la debacle con la que hoy ni los opositores amenazan (tal vez por la vergüenza de ser tildados otra vez de falsos profetas de desgracias).
Sorprendentemente, sin embargo, el panorama político es más complejo que el económico. Digo sorprendentemente porque para el kirchnerismo la economía siempre fue un subproducto de la política y porque el Gobierno es el único jugador que nunca pierde una partida ni otorga tablas en este juego cuyas reglas viciadas él mismo impuso. No hay síndrome de "pata renga" a la vista, pero, cuando faltan poco más de diez días para las elecciones, ya hay varias muestras de indisciplina y de peleas en el kirchnerismo que preocupan acerca de las fuerzas que puedan desatarse cuando deje el poder Cristina Kirchner. Un ejemplo son las elecciones de Tucumán. La falta de coordinación entre los caudillos provinciales hizo que las maniobras fraudulentas fueran groseras. La Cámara en lo Contencioso Administrativo pudo anular las elecciones con el apoyo de toda la oposición (incluyendo la izquierda) y la salida de Alperovich a la vista. Las protestas de la ciudadanía, sin ser novedad, han producido sí el hecho, infrecuente en el kirchnerismo tardío, de que una institución del Estado escuchara sus demandas. Nada de eso prosperará en lo institucional.
Con la lógica implacable que caracterizó estos años al poder, tanto la Presidenta como Carta Abierta acusaron de antidemocráticos a los que denunciaron los manejos antidemocráticos. Anular la crítica, atacar a la víctima, confiscar para el poder palabras de resistencia son recursos que han limitado el debate público hasta el ahogo en el que nos encontramos ahora, en el final de la gestión y de la campaña. La gente de Scioli se inquieta por el zafarrancho de combate en Tucumán, pero ese episodio hace patente la profunda crisis de representación que acusa nuestro sistema político. Ningún candidato conmueve, faltan líderes con ideario, partido y coaliciones auténticas. Nadie sabe ya a qué lealtades responde el voto peronista. Macri no convoca a la centroizquierda ni a muchos radicales. Obviamente para ellos el affaire de Fernando Niembro fue un nuevo escollo, tanto por el rechazo hacia la figura, que recuerda al menemismo, como por la sospecha de corrupción que sembró en Cambiemos. El asunto responde al esquema de la campaña negativa (o campaña sucia) que a partir de ahora se acrecentará. En general las evidencias para la denuncia suelen provenir de una filtración cercana a la persona denunciada y llegar a manos de los periodistas más críticos de ese espacio político. La denuncia a Aníbal Fernández la semana previa a las PASO respondía también al mismo esquema.
La campaña ha entrado en zona de nubes oscuras. Inmediatamente después de las PASO, Macri fue a buscar votos entre los kirchneristas desencantados y, simétricamente, Scioli lo hizo entre los independientes. El líder de Cambiemos acentuó entonces las ideas de continuidad respecto de la década K, y, en cambio, fue Scioli quien habló de las negociaciones con los fondos buitre y de cómo atraer inversiones. Como en el Quijote, en el que Don Quijote se contagia del realismo de Sancho y Sancho del idealismo de Don Quijote, Scioli se "macrizó" y Macri se "sciolizó". Al día de hoy siguen sin aparecer ideas, propuestas, definiciones, contenidos diferenciadores. Todo se reduce a maniobras para robarle votos a otro. Los equipos de campaña están empezando a recibir las primeras encuestas en las que, proyectados los indecisos, Scioli gana en primera vuelta. A diez días, y arañando, la gente de Scioli cree estar a menos puntos de ganar en primera vuelta que Macri de entrar en el ballottage. Como el 45% es prácticamente imposible, ponen más esfuerzo en evitar que Macri crezca que en conseguir votos para alcanzar la diferencia de diez. Ingeniería política sin discurso: de ganar elecciones nacionales el kirchnerismo sabe mucho más que el macrismo. Ninguno de los dos candidatos con más chance baila suelto: Scioli tiene el cepo de Cristina y Macri el de Durán Barba. Los votantes estamos confundidos, hoy por hoy no sabemos quiénes son realmente estos candidatos ni qué piensan sobre los temas más importantes. Al presentar propuestas y tomar posición, Massa es quien se diferencia en este certamen de la indefinición y parecería que el electorado lo está premiando en las encuestas. Su campaña sí es diferencial.
No ha habido un discurso que les pusiera palabras a las demandas insatisfechas, como pide la teoría del frame (encuadre) de la comunicación política más actualizada. A esta altura de la campaña es improbable que alguien pueda hacerlo. No se buscaron los enfoques, las metáforas capaces de iluminar de un nuevo modo los temas, de abrir esperanza entre los actores descartados por el relato de la última década. La pobreza, para ir a lo importante, es la clave del arco de la política oficial, su reducción autoriza todas las desprolijidades: "Mientras estemos redistribuyendo el ingreso, todo nos está permitido", habrán dicho. Pero el Gobierno carece de pruebas de los resultados de su revolución social. Si la pobreza fuera del 5%, como pretende la Presidenta, ya no necesitaríamos del maquiavelismo, y si es del 28, como dice el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, ¿tanto maquiavelismo para tan magro resultado? Por algo el ministro Kicillof contesta con una bravuconada machista a la pregunta por las cifras de la pobreza de una diputada. Si en la campaña no se pudo decir nada contundente y convincente sobre semejante causa como es la pobreza, entonces no se pudo decir nada sobre nada.
Hay votantes que deciden su voto por las condiciones materiales: la continuidad de un empleo público o de un plan. Para ellos la representatividad está vinculada con las necesidades básicas. También hay militantes y afiliados, aunque no muchos. Para los otros, y ya que no están claros los planes en materia económica y social, quizás el voto se incline por quien dé más garantías de cambiar estas reglas del juego que nos trajeron hasta acá. Por un discurso que respete la independencia y la deliberación de los poderes del Estado, proteja las libertades y los derechos civiles, fomente el debate plural y no violento, integre a todos los sectores marginados aunque no sean afines al poder. Tal discurso podría despertar la esperanza de que en la nueva etapa se regenerara el clima hoy ausente para debatir las políticas del Estado poskirchnerista.
Director de la Escuela de posgrados de Comunicación de la Universidad Austral e investigador del Conicet.
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