Falso dilema entre igualdad y mérito
Las declaraciones del Presidente sobre la meritocracia suscitaron un intenso debate. Sintetizando, Fernández sostuvo que debemos rechazar la meritocracia porque algunas personas no tienen la misma oportunidad de competir. Su modelo, en cambio, es la utopía igualitaria sueca.
No sorprende que el Gobierno invente antagonismos. Los populistas se legitiman construyendo un enemigo al que combatir y su estrategia resulta más efectiva cuando la contienda se torna existencial. En su forma arquetípica, el populismo no ataca lo que el enemigo tiene o hace, sino lo que es: su identidad, sus valores y su forma de vida
No sorprende que el Gobierno invente antagonismos. Los populistas se legitiman construyendo un enemigo al que combatir y su estrategia resulta más efectiva cuando la contienda se torna existencial. En su forma arquetípica, el populismo no ataca lo que el enemigo tiene o hace, sino lo que es: su identidad, sus valores y su forma de vida.
En realidad, contraponer oportunidades y mérito es un grave error; no son valores opuestos, sino complementarios. A nivel práctico, la meritocracia incentiva la generación de riqueza, y en la medida en que una sociedad es más rica, tiene más recursos para igualar oportunidades mediante salud pública, asistencia social y educación de calidad. Por eso los países meritocráticos tienen menos pobres y sus pobres gozan de mejores oportunidades.
Pero la relación se vuelve aún más estrecha en el plano filosófico. La meritocracia requiere que las perspectivas de las personas solo dependan de sus decisiones: estudiar, capacitarse, invertir, trabajar tendrían que ser las únicas variables relevantes para el éxito. Y esto requiere neutralizar tanto como sea posible la influencia de otros factores, como los relacionados con la posición de origen, la etnia, el género y la crianza.
A la inversa, la igualdad de oportunidades no tiene sentido sin el mérito. De nada nos sirve que el Estado mejore nuestra situación de partida si después nos impide progresar y realizar nuestros proyectos. Igualar oportunidades que no podemos usar es como preparar un exquisito banquete que nadie puede comer.
El rechazo atávico a la meritocracia tal vez se origine en una interpretación alternativa de la igualdad de oportunidades, más cercana al "principio de la necesidad" de Marx. Según esta concepción, igualar oportunidades no es igualar la situación de partida, sino establecer una igualdad ex post: todos debemos tener las mismas perspectivas de vida al margen de nuestras decisiones personales.
Naturalmente, hay buenas razones para combatir la desigualdad radical. Nadie debería vivir en condiciones indignas por sus malas decisiones. Pero la igualdad ex post es una aberración normativa: su implementación requiere altos niveles de coerción, produce un feroz estancamiento social y destruye todos los incentivos para generar riqueza.
La Argentina contemporánea ofrece una prueba concluyente de que mérito y oportunidades se implican mutuamente. De tanto combatir la meritocracia hemos alumbrado una sociedad mediocre y pauperizada; una sociedad sin movilidad social ascendente en la que los pobres no tienen ninguna oportunidad de progresar. No es la utopía escandinava, sino un retorno al viejo orden feudal: el destino de las personas está crucialmente determinado por su posición de origen.
Filósofo y premio Konex a las humanidades