Fábula fantástica y política
Dos hombres jóvenes, Gaco y Tamastú, se encuentran en medio de una manifestación, de una forma muy parecida a la de Bouvard y Péchuchet: se reconocen similares y se saludan. A partir de entonces serán inseparables. Pero además –y también como en la maníaca sucesión de la novela de Flaubert– inventarán y realizarán proyectos comunitarios para cambiar su mundo (en este caso, la isla en la que viven). Porque los "quinotos" (tal el gentilicio de isla Kump) "solo se avivan de la injusticia cuando es flagrante". Así, Gaco y Tamastú harán todo tipo de emprendimientos, desde un "cinema" hasta viajes en "condoravio". No habrá oficio, servicio o manufactura en que no hagan su experiencia. Les irá mejor y fracasarán, pero nunca perderán la rebeldía, la búsqueda de algo más. A los dos les corresponde un espíritu: "Lo suyo no es envejecer y morir sino seguir conociendo".
¿Qué se lee, qué se entiende hoy por "novela política"? Antes, la novela política contaba con ciertos supuestos: un realismo casi documental, una trama hecha de intereses o tensiones ideológicas, personajes que reproducían en acto o parlamento cierto mensaje, autores comprometidos con esa ideología que sus ficciones desplegaban. De Amalia, de José Mármol, a Hombres de a caballo, de David Viñas, de Facundo, de Sarmiento, al Cortázar de "Reunión" o al Rodolfo Walsh de Los oficios terrestres, la ficción era política si explícitamente lo era su enunciado. Esas ficciones imponían una clase de lectura. Esa recepción, sin embargo, también se debía a que así era entendida la política. Eran políticos los discursos políticos o las opiniones políticas en reuniones políticas; y otras zonas quedaban por fuera; a salvo –o a merced– del intenso y a veces peligroso tablero del poder, ya fuera oficial o clandestino. En esas coordenadas, una novela como Algo más, de Marcelo Cohen, habría sido una fábula candorosa con algún eco de Swift, provista de toda la indulgencia que también producía antes el género fantástico.
Pero a partir de que ya casi nadie lee o entiende la política de ese modo, porque ahora es una biopolítica (es decir, un discurso incesante que opera en cada intercambio social, en cada relación, pública o privada, y sobre todo en la producción de imágenes , la gran fuerza política de este tiempo), una novela como la de Cohen adquiere un sentido muy particular, porque duplica en acto su condición. Entonces, ¿cómo se lee una ficción que construye su imaginación narrativa bajo ese signo? En principio, como una inflexión más del estilo. Cohen no se aleja de su territorio, el reconocido "Delta panorámico" de libros anteriores, y tampoco se aleja de su lenguaje (ese idioma babélico lleno de neologismos), que en sus momentos de mayor trance logra el vigor confuso y perplejo del Finnegans Wake de Joyce. Aunque la lengua de Cohen es más girondeana, trapera, rioplatense. La duplicación política en Algo más también es una puesta en abismo del lenguaje, a tal punto que Gaco y Tamastú, cada tanto, dejan caer como una sentencia: "Siempre terminamos postergando la auditoría del lenguaje".
Por último, en toda la novela parece haber una indagación, como un aroma o sabor inquieto: ¿por qué nunca funcionan los sistemas políticos?, ¿por qué siempre son tan insatisfactorios? La pequeña comunidad que lideran Gaco y Tamastú intenta mejoras y cambios, aunque resulta "imposible imaginarse formas nuevas de gobierno", porque "daría la impresión de que el mercado, el gobierno, los protestistas y los artistas son todos juntos el estado". Así que el tiempo pasa –la vida pasa– y es difícil inyectarle otro ADN o modificar los "enlaces neurales". Sin altavoces ni dramatismo, en Algo más Cohen sugiere con sabiduría que no hay ninguna política por fuera de la vida; por eso en su novela la resistencia pasa por esa deriva y elección, por esos modos de vida que se van sucediendo una y otra vez.
ALGO MÁS
Por Marcelo Cohen
Páprika
204 páginas
$ 190