Experiencias del diablo viejo
Los que estamos transitando la tercera edad, en la mayoría de los casos, vamos perdiendo la paciencia. Esto parece algo contradictorio porque lo supuestamente normal sería todo lo contrario, o sea ser más comprensivos y pacientes con los más jóvenes, poniéndonos en su lugar, recordando las equivocaciones e inmadureces que cometimos cuando teníamos su edad.
Sin embargo, más allá de los enfrentamientos generacionales y las particularidades individuales, los veteranos solemos recriminar severamente las metidas de pata de la juventud y muchas veces acudimos a los socorridos "¿no te lo decía yo?", "yo avisé que esto tenía que terminar mal" o "a mí nadie me hace caso y se olvidan que el diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo". Pretendemos que los jóvenes no se equivoquen como nosotros lo hicimos y aducimos como razonamiento que las historias se repitan y que lo que pasó hace treinta años es lo mismo que pasa ahora.
Como todo en la vida estos pensamientos son discutibles y tienen su parte de verdad y su parte de mentira. Es cierto que la historia registra situaciones análogas muchas veces producidas en países y épocas muy distintas. Pero también pueden observarse muy diferentes reacciones ante hechos semejantes. Sin olvidar que cada ser humano es un mundo en sí mismo y ante estímulos similares se puede reaccionar de muy distinta manera. Por lo tanto deberíamos ser un poco más cautelosos a la hora de juzgar a los otros y no creer que nuestros códigos de conducta son los mismos que los de los demás.
Los veteranos solemos recriminar severamente las metidas de pata de la juventud
Lo que ocurre con nosotros, los veteranos, es que creemos que relatando nuestro pasado con lujo de detalles podemos modificar favorablemente el destino de los más jóvenes, lo creemos honestamente y consideramos que es un legado que debemos dejar para el porvenir y que, de alguna manera, justifica nuestro paso por la vida. Y, sin llegar a creernos profetas de verdades reveladas, puede servir para evitar problemas en un hipotético futuro. Pero no debemos olvidar que cada persona construye su existencia de modo absolutamente propio y que, a pesar de todas las advertencias y consejos bien intencionados, cada uno encontrará para bien o para mal su camino.
De familias maravillosas, honestas e impecables salen a veces seres despreciables, violentos, mediocres y resentidos y de núcleos familiares llenos de errores, horrores y malas decisiones surgen seres extraordinarios, altruistas y solidarios. Esto no quiere decir que se niegue el valor de la educación y la influencia del medio social, pero las cosas no son tan simples como parecen y las contradicciones, los golpes arteros de la vida y las vueltas caprichosas del destino cambian dramáticamente la historia personal de cada uno y esos golpes forman un muro donde se estrellan las mejores intenciones y de poco y nada valen los consejos de Viejo Vizcacha que todos llevamos dentro. Cada cual será su hacedor supremo y cada cual se equivocará o acertará igual que los jovatos acertaron o erraron. No obstante nada cuesta contar las propias experiencias aunque más no sea para encender pequeñas luces de alarma, destellos de esperanza y, por qué no, alguna solución aunque sea pequeña y relativa de esos dilemas que la vida nos plantea.
Es cierto, el diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo.
No escuchar al que nos precedió es tan negativo como tener oídos sordos para los que nos sucederán, pero lo fundamental es entender que lo que es bueno para uno puede ser mal para otro y que nadie tiene la verdad absoluta en este laberinto complicado en el que tenemos que vivir.