¿Existe hoy la novela de vanguardia en la Argentina?
En busca de un estilo propio y modos de circulación en el mercado compatibles con la "literatura comercial", autores diversos persisten en la experimentación
En sus seminarios de 1990, publicados recientemente por Eterna Cadencia, Ricardo Piglia rescataba un término entonces caído en desuso para pensar el arte y la literatura: la vanguardia. El concepto, asociado a las corrientes estéticas de principios del siglo XX, remite a la actitud beligerante con la que el artista busca romper con las convenciones establecidas en el mercado de su momento, para aventurarse en terrenos desconocidos. Piglia postulaba a Juan José Saer, Rodolfo Walsh y Manuel Puig como los creadores de las tres corrientes renovadoras de la novela argentina en la segunda mitad del siglo XX: veía en Saer al representante de la vanguardia "clásica", para la cual la literatura es un resguardo de la verdad del lenguaje frente al sentido inaprensible de la realidad; en Walsh, al ejemplo de las "vanguardias históricas", que reunían el arte y la vida, y la vanguardia estética con la política, y en Puig, un caso de la posvanguardia, que se apropiaba críticamente de la industria cultural. La intervención del autor de Respiración artificial no escondía su intención polémica: pensar la literatura como un discurso crítico de las convenciones artísticas y sociales dominantes. En pleno neoliberalismo menemista, Piglia oponía las narrativas alternativas de la novela no sólo al mercado sino también al discurso político, que describió como "narración menemista", mucho antes de que se popularizara el término "relato" para referirse a las racionalizaciones ideológicas del poder.
Veinticinco años después, cuando es casi imposible pensar una diferencia entre alta cultura y cultura de masas, y la cultura digital crea la ilusión de una totalidad donde los discursos circulan homogéneamente: ¿puede pensarse todavía en una novela de vanguardia argentina?
Aníbal Jarkowski, profesor de literatura argentina en la UBA y autor de las novelas Rojo Amor, Tres y El trabajo, rescata ese concepto de "vanguardia" empleado por Piglia, como una forma en que el escritor toma distancia de la tradición y construye su propia versión de la literatura: "Se puede pensar que la vanguardia es no sólo un momento de la historia del arte sino también, y sobre todo, una actitud frente a la tradición y el estado del arte. Para Piglia, las obras de Saer, Puig y Walsh deben ser pensadas como peculiares manifestaciones de la vanguardia. En el marco teórico desde el cual las lee, la asignación es inobjetable porque consigue algo maravilloso en estos tiempos: hacer pensar. En ese sentido, la deuda de la cultura argentina con Piglia será imposible de cancelar. Ahora bien, cuando revisa esas obras, ya tiene una perspectiva temporal que me parece primordial para no banalizar la idea misma de vanguardia. Yo diría que las obras de vanguardia son invisibles -como son ilegibles- para su tiempo. El presente no advierte lo que es nuevo y se entretiene con lo que nada más es actual".
La búsqueda de nuevas formas se vuelve así una definición de la novela y de su valor como obra literaria. "La experimentación -continúa Jarkowski- es todo en la literatura; a partir de ella se percibe la presencia o la ausencia de valor. Y la novela es un género ideal para la experimentación porque nadie sabe exactamente qué es. Se tiene una idea vaga, pero al momento de escribir existe una especie de fatalidad: alguien se abandona a repetir lo que cree que podrá salirle bien y con eso queda más o menos satisfecho, o se resigna a experimentar y, tal vez, alcance a escribir algo que los demás terminarán llamando 'novela'. Cuando Rubén Darío escribió 'Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo' enunció el que debería ser el lema del sindicato único de los escritores del mundo." Desde esta perspectiva, el fin de las "vanguardias históricas", el dadaísmo o el surrealismo, por ejemplo, no implicaría el fin del criterio de "valor" que dejaron en el arte como herencia: la novedad. Un modo de pensar la literatura que separa la escritura de relatos para el puro entretenimiento de la búsqueda de una forma nueva capaz de captar el presente.
Diálogo con el fantasma
Damián Tabarovsky, narrador que trabaja persistentemente con el agotamiento de las formas, sostiene esta posición de modo manifiesto y militante: "Hay una corriente -tal vez mayoritaria en el mercado- que vive el fracaso histórico de las vanguardias con alegría, como un permiso para, abolido cualquier ideal de utopía literaria, escribir novelas mainstream, hacer literatura internacional, y proponer al escritor como entrepreneur, que lanza al mercado productos bien terminados, eficientes, incluso, a veces, inteligentes. Si la vanguardia terminó, lo que no acabó es el horizonte de discusión en el que reaparece bajo el modo del espectro. Me interesa el escritor que dialoga con ese fantasma. Diálogo que se formula siempre como un malentendido: a veces le hablamos al fantasma, pero él no nos contesta. A veces él nos habla, pero no lo escuchamos. Pero sabemos que pervive como una figura que nos inocula un malestar. El malestar frente a la sintaxis de las hablas hegemónicas, la frase hecha, la doxa cotidiana".
"Quien más a fondo pensó este tema entre nosotros -acota Tabarovsky- fue Héctor Libertella, en términos de 'vanguardia como Caballo de Troya'. Ya no la vanguardia que avanza de manifiesto en manifiesto, en la ilusión de una historia que progresa, sino una vanguardia que ?talla en las cuevas' e irrumpe 'utilizando los métodos convencionales'. Tal vez publicar en editoriales establecidas, tal vez escribir en suplementos culturales, pero de repente, una vez introducido en la ciudad letrada, de ese texto sale algo nuevo, que subvierte el orden desde adentro."
Contra la imagen de un ejército de herméticos escritores experimentales que enfrentan el mercado, el modo de pensar la vanguardia que Tabarovsky toma de Libertella ofrece una mirada más adecuada a la diversidad actual de búsquedas de autores muy disímiles, y la forma real en que sus obras circulan, entre los tanteos de una nueva escritura que prueba a sus lectores desde el underground y el crecimiento de su visibilidad cuando sus trabajos comienzan a hacerse "legibles". César Aira es quizá el caso más claro de escritor "vanguardista" del presente que, con sus numerosas novelas publicadas tanto en editoriales pequeñas e independientes como en grandes grupos, encontró lectores y cultores hasta hacer su estilo influyente. Cerca de su estética, las obras de Daniel Guebel y Sergio Bizzio también circularon mayormente en editoriales pequeñas, con alguna publicación en editoriales mainstream cuando sus obras comenzaron a tener repercusión. Las editoriales llamadas "independientes" funcionan acaso como campo de pruebas en que la nueva escritura encuentra su mejor aliado, con una circulación aún restringida, pero que puede abrir paso a publicaciones de mayor tirada, sin necesidad de perder la búsqueda experimental, tal el caso de las muy variadas experiencias estilísticas con la novela de Iosi Havilio.
Los diversos espacios de circulación permiten experiencias muy disímiles: la recombinación de géneros de Ricardo Romero; la aparición de la primera novela de un autor joven tan osada como El modelo aéreo de Leonardo Sabattella; o la novela de descarga libre en Internet Lagunas, de Milton Läufer, en que la memoria se representa combinando fragmentos al azar a partir de un algoritmo, un experimento para el que no existen siquiera condiciones de producción editorial. Las nuevas tecnologías promueven también el cruce de la literatura más allá de sus límites, donde se transforma en arte visual o sonoro. Un nuevo espacio que cautiva el interés de autores como Sergio Chejfec: "Creo que la dimensión más intrigante de la experimentación en literatura pasa por lo 'instalativo' -sostiene el autor de Modo linterna-. Cómo escribir textos que, sin sacrificar un espesor estético, aludan a la idea de recorrido múltiple, elementos fragmentarios o aislados, densidad efímera y experiencia improvisada; como algunas obras actuales de Reinaldo Laddaga, en las que la indagación performática de texto, imagen y sonido crea intersecciones inesperadas y, sobre todo, una experiencia radicalmente singular de diálogo efímero con tradiciones, historia y textualidades."
De recombinaciones e híbridos
La diversidad de autores en busca de una escritura propia, los nuevos modos de circulación y el cambio cultural que produjo Internet implican diferencias cruciales en la literatura, pasadas ya dos décadas. La ensayista Graciela Speranza señala los rasgos que pondrían en cuestión hoy las hipótesis de Piglia: "Su lectura crítica fue muy lúcida y oportuna: describió con extraordinaria precisión tres caminos señeros de la renovación de la literatura argentina. Pero la utopía de una vanguardia estética fundida con una vanguardia política, que está en el centro de su lectura de Walsh, se disolvió en las últimas décadas del siglo XX junto con la idea misma de vanguardia, como se disolvieron las oposiciones tajantes de los debates estéticos de la modernidad. Como nunca antes, no hay descripción que abarque la diversidad creciente de la literatura y el arte de hoy, ni obras que puedan hablar en nombre de sus contemporáneas. La literatura y el arte contemporáneos escapan a la generalización". La oposición sin matices entre literatura de vanguardia y literatura comercial ya no puede ser sostenida de modo absoluto, pero esa imposibilidad amplía los posibles abordajes. "Diluidas las fronteras entre lo alto y lo bajo, la lógica dialéctica de los 'neos' y los 'post' y las definiciones esencialistas de los medios -dice Speranza-, no hay ya una oposición franca a la cultura, los géneros y los lenguajes masivos, sino más bien recombinaciones, apropiaciones, recodificaciones, híbridos, una búsqueda más o menos crítica de fisuras fértiles."
Aun así, según Speranza, existe una diferencia básica entre la búsqueda de nuevos lenguajes y la repetición de los ya conocidos: "Frente a estas transformaciones se abren dos caminos claros: los escritores que actualizan tradiciones y géneros, o producen nuevas mezclas (reescrituras más o menos felices de Saer, de Walsh, de Puig, del realismo, del policial, el fantástico), y los que buscan crear nuevos dispositivos narrativos en diálogo con otros medios, reinventar las formas, los lenguajes y los géneros. El arte y la literatura aún aspiran a crear algo que no habíamos visto ni leído, promover el disenso frente al consenso generalizado, oponerse a la mercantilización de la cultura." Se conserva así un aspecto de la creación literaria donde puede pensarse aún una perspectiva "de vanguardia", al menos como "tanteo fantasmático" de un horizonte, según las definiciones de Tabarovsky: la búsqueda de una poética propia, el desafío de encontrar "lo no visto ni leído".
Miguel Vitagliano, profesor de teoría literaria en la UBA y autor, entre otras novelas, de Los ojos así y Tratado sobre las manos, piensa la poética del novelista a partir de la capacidad de crear un nuevo tipo de lector. "Hay escritores que van al encuentro de los lectores que están allí, que son el público probado por otros libros y conforman el 'lector estándar' de lo que 'se publica'. Otros escritores deciden correr el riesgo de que sean sus libros los que construyan sus lectores, y en algunos casos lo consiguen. Algunos incluso llegan a definir a los lectores de una época en una sociedad determinada. Piglia puede considerarse parte de ese grupo de pocos, y Las tres vanguardias es un testimonio de cómo definió los problemas que debían ponerse en juego al leer la literatura argentina. A 25 años de ese seminario los cambios han sido rotundos, tanto en la literatura y el arte como en la política, las ideas, la tecnología y la formación de una nueva sensibilidad, pero se mantiene el desafío de enfrentar la homogeneización y al 'lector estándar'. Ahí, en ese corazón, sigue latiendo la literatura." Mientras que en el siglo XX el desafío vanguardista se tradujo en la competencia entre estéticas diversas para imponer su valor ante las demás -plantea Vitagliano-, en el presente tal lucha es reemplazada por "una pluralidad de poéticas atomizadas que coexisten". "Vivimos un tiempo en que todos son ?amigos' pero sin amistad, un mundo de religiosos sin religión, un mundo en el que todos somos artistas pero sin arte."
Ante ese panorama de apertura y aislamiento a la vez, la práctica de una literatura experimental no garantiza un desafío al lector: "Dos de cada cinco 'libros de temporada' proponen algún recurso experimental para atraer la atención. La experimentación ya no implica discutir la tradición, es apenas una contraseña para sentirse partícipe del presente. Sin embargo, la literatura exige experimentación: escribir es salirse de lugar. No es sólo hacer salir humo de un tubo de ensayo como un genio loco, es el trabajo sutil que se coloca allí para ser leído y no consumido a primera a vista. Como la puntual precisión sintáctica de Jarkowski en El Trabajo, los desbordes de las narraciones de Guebel, las frases látigo de Jorge Consiglio, las esquirlas en las que estalla el lenguaje en Gustavo Ferreyra y el fraseo ondulante de José María Brindisi en Frenesí, la intensidad rítmica en Gabriela Cabezón Cámara y el irónico desconcierto de Martín Kohan en Fuera de lugar."
El escritor experimental hoy se ajustaría más al "proyecto cavernícola" que definió Libertella en Nueva escritura latinoamericana: más que discutir una tradición, se abandona a la compulsión de tejer, asociar y reescribir "productos de cualquier época". La vanguardia sería así menos lo que está "más adelante" que lo que está "más íntimo": la "zona donde los gustos quedan como exterioridad de la lengua". Absorto en su cueva, desobediente a las portadas de la moda, el escritor talla en la piedra sus propias preguntas.