Exigir, no agradecer
Lo que es o debería ser obligatorio, natural y esperable, se ha convertido en un mérito para ser agradecido genuflexamente por el supuesto “soberano” como se denomina al pueblo.
Que el transporte público sea razonablemente confortable, con horarios ordenados y exactos, que los caminos y rutas estén en un estado aceptable y no sean regueros de baches, pozos, asfalto roto, mal señalizados o inconclusos por años y años, que los hospitales no sean depósitos de enfermos tirados en pasillos, en precarias camillas esperando turnos para operaciones urgentes que deben postergarse meses y meses, sin pulmotores, gasas y algodones, que el trabajo razonablemente remunerado para permitir desarrollar una cultura laboral que sea lo suficientemente digna como para que haya mucha menor tentación de tomar caminos equivocados como robar, especular, vender droga, vivir del clientelismo politiquero que por un subsidio exija una fidelidad partidaria postiza e interesada en lugar de ser una opción ideológica tomada en absoluta y completa libertad, no sufrir frío en el invierno ni ahogarse de calor en el verano porque la energía eléctrica o el gas están siempre en crisis por falta de inversión o por maniobras turbias e irresponsables, tener acceso al ocio creativo, al descanso reparador, a la cultura en todas sus manifestaciones, que el deporte sirva para la salud física y espiritual de los que lo practiquen y para esparcimiento de los que lo disfrutan como espectadores y no se convierta en un arma electoralista de politiqueros sin escrúpulo o como plataforma propagandística de tal o cual partido oficialista u opositor, que lo que contribuya a desarrollar la ciencia y el arte deje de ser llamado “gasto” y se rebautice como “inversión”, que en lugar de pensar que la culpa de todo lo malo la tienen los inmigrantes ignorando la patética y tangible realidad de que los millones y millones robados, los negociados, las malas cuando no nulas decisiones de jueces corruptos y abogaduchos tramposos, las torturas practicadas en muchas seccionales y la enorme corrupción que genera la vista gorda de fuerzas de seguridad que aceptan coimas y arreglos espúreos, son practicadas en un noventa y nueve por ciento por personas nacidas en nuestro país y con tres o cuatro generaciones de autóctonos habitantes de ciudades, pampas y cordilleras donde el inmigrante es la mayoría de las veces solo el sirviente o el mendigo.
Que las escuelas no tengan aulas con goteras y humedades anteriores al nacimiento de Domingo Faustino Sarmiento, que los viejos no sean tratados como trapos, que las armas no estén al alcance de cualquiera bajo ninguna excusa de buscar la seguridad por medio de la justicia por mano propia, actitud reprobable pero muchas veces justificada y hasta bendecida por cientos de miles de personas que no encuentran amparo y protección de las fuerzas que deberían proporcionárselas, que los precios no sigan subiendo en cohetes espaciales y los sueldos vayan por escaleras averiadas, que no ser prejuicioso acerca del color, la religión, la conducta sexual o la nacionalidad del prójimo sea natural y no se convierta más en tema de polémica televisiva, que la violencia sea censurada por serlo y no sólo por el género ya que esa lacra involucra a mujeres, hombres, viejos, jóvenes, niños y animales y hasta la propia naturaleza permanentemente agredida por la ambición, los intereses sectoriales o la conveniencia de los más poderosos.
En fin, que todo este cúmulo de aspiraciones básicas para transitar el camino de nuestras vidas no tengan que ser agradecidas cuando una o dos se cumplen y por esas una o dos veces perdonemos, justifiquemos y hagamos la vista gorda a todo lo que falta y que con un poco de responsabilidad podría, si no lograse en un ciento por ciento, al menos nos dieran la impresión cabal de que están tratando en serio de lograrlas.