Evitar, a toda costa, una Nueva Guerra Fría
Mientras en la Argentina la cuarentena eterna parece haber congelado el tiempo, o incluso hacernos retroceder en él a cuestiones que creíamos superadas, el mundo sigue andando. Y la pandemia, en lo que hace a las cuestiones geopolíticas, al revés que nuestro país, pareciera funcionar como la Máquina de Dios de Ginebra. Ella ha acelerado las partículas conflictivas en la relación China–Estados Unidos que ya se manifestaba antes que la dispersión del Covid-19 urbi et obi.
Aunque la lucha por la primacía económica e ideológica se inscribe esta vez en un mundo diferente al de la Guerra Fría, en pleno siglo XXI se vuelve a aplicar sus típicas recetas: una escalada de represalias económicas, diplomáticas y mediáticas.
La confrontación geopolítica se realiza en un múltiple teatro de operaciones: la retórica es uno de ellos. Desde las noticias del primer brote de Covid-19 en Wuhan, China, escuchamos acusaciones cruzadas entre Estados Unidos y China. Trump ha hablado del "virus chino" o "virus Kung Fu" mientras China sugirió que ejército estadounidense podría haber llevado el virus a territorio chino.
La escalada política y militar tiene escenario en Hong Kong, que venía siendo foco de manifestaciones en pro de libertad política y demandas socioeconómicas. En plena crisis sanitaria, China aprobó literalmente de la noche a la mañana una ley de seguridad nacional que permite mayor injerencia sobre Hong Kong, lo que ha repercutido en el mundo como un avance sobre las libertades. Además es una afrenta a los Estados Unidos e Inglaterra, que cuentan con ascendente cultural y legal sobre Hong Kong. Estados Unidos tomó represalias rescindiendo el status de Hong Kong como un territorio separado de China, perjudicándolo comercialmente, y cerrando recientemente la representación diplomática china en Houston ante la quema de documentos en el predio y con la excusa de proteger propiedad intelectual y la privacidad de la información de americanos. China respondió cerrando el consulado americano en la ciudad de Chengdu.
Los Estados Unidos habían logrado impedir en su territorio la operación de Huawei, el gigante tecnológico chino, y está intentando, con éxito unir a la Unión Europea a su esfuerzo. Gran Bretaña también se plegó desplazando a Huawei de sus redes de 5G. Más allá de las sospechas de corrupción y dumping y espionaje chinos, la razón última quizás sea evitar que China logre una ventaja estratégica en las infraestructuras y las comunicaciones americanas y europeas.
El conflicto de valores y de sistemas de gobierno no se resolverá a través de prohibiciones y ataques mutuos. La retórica es necesaria para sentar bases jurídicas para ciertos reclamos, ya que hay intereses económicos y personales en juego que deberán resolverse en las cortes o cámaras internacionales. Por medio de amenazas ninguna de las dos potencias volverá atrás en sus decisiones, aunque sea para no mostrar debilidad. Y una escalada dejará cada vez a más actores fuera de juego. Represalias ante periodistas o activistas son consecuencia de ello, como la reciente expulsión mutua de periodistas, y la sanción de los Estados Unidos a 11 oficiales chinos y la líder del gobierno de Hong Kong, vengada con sanciones chinas contra 11 estadounidenses. La inseguridad que estas amenazas y sanciones provocan es sufrida por una economía internacional que ya está afectada por la pandemia. Las exangües empresas y economías necesitan poder planificar a futuro.
Por medio de amenazas ninguna de las dos potencias volverá atrás en sus decisiones, aunque sea para no mostrar debilidad. Y una escalada dejará cada vez a más actores fuera de juego
Frente al creciente conflicto geopolítico existe la posibilidad cierta de que vuelvan a constituirse bloques integrados por países con intereses convergentes y que, en última instancia, el mundo quede dividido nuevamente en dos sistemas de regímenes y mercados alternativos incompatibles. Es cierto que hay valores opuestos e irreconciliables; los derechos y libertades y la democracia, pese a sus retrocesos en algunos de sus países, aparecen como no negociables para Occidente.
Sin embargo, a pesar de la desconfianza mutua y los valores incompatibles en disputa, hay cuestiones específicas en las que sí se puede cooperar. La interacción seguramente no cambiará esos valores, como no lo ha hecho en el pasado, pero puede moderar las desastrosas consecuencias económicas y las amenazas a la seguridad y paz internacional de una nueva Guerra Fría.
La vinculación económica con China es incomparablemente mayor a la que Estados Unidos tuvo en su momento con la Unión Soviética. La integración de cadenas de producción internacionales permite la transferencia de conocimiento. La transnacionalización de empresas influye sobre las culturas empresariales y la construcción de redes comerciales y de contactos. La educación implica también movilidad de factores y lleva prácticas, pensamiento crítico y redes sociales más allá de fronteras políticas. La interacción implica conocimiento y tolerancia mutuas.
Las instituciones internacionales tienen un rol fundamental de coordinación y por lo tanto reducción de la incertidumbre. En ausencia de ellas sería casi imposible para cada país, empresa y persona negociar detalles específicos para cada transacción. Desde las normas ISO, hasta la aviación y la resolución de conflictos, las instituciones internacionales facilitan casi todo tipo de actividades. Certidumbre es justamente lo que se necesita para lograr la cooperación en un contexto de contradicciones fundamentales entre dos superpoderes tecnológicos.
La desconfianza mutua puede reducirse al menos en ciertas áreas donde pueda fluir el intercambio. Los beneficios de pertenecer a una red es muchas veces un aliciente más poderoso para adaptar ciertos comportamientos que la amenaza o la represalia. Para ello habrá que admitir el desacuerdo y blindar las áreas sensibles como por ejemplo la seguridad. Fuera de ellas se pueden negociar salvaguardas. Medidas que permitan transparencia o determinados estándares como certificaciones para sectores o productos específicos son algunas de ellas. Las cadenas de valor podrán entonces continuar integrándose globalmente. Habrá oportunidad para que sectores como salud y educación e investigación y desarrollo operen e incluso cooperen.
Es necesario un rediseño de organismos como la OMS y del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que se adapten a los nuevos tiempos adecuándose tanto a la era de las nuevas tecnologías digitales como al nuevo paralelogramo de poder internacional.
La pandemia está acelerando ahora la adopción de las tecnologías de la cuarta revolución industrial a través de diversas áreas como educación, e-government, telemedicina, trabajo remoto. Las universidades atraviesan virtualmente los límites de sus campus. Las empresas cuentan con la población mundial para reclutar cierta fuerza de trabajo, ya que muchas tareas pueden realizarse remotamente. Robots pueden realizar tareas a distancia de miles de kilómetros. Sin importar límites geográficos se pueden importar y exportar con facilidad mejores prácticas. En particular muchas de estas tecnologías son las que están utilizándose para predecir rebrotes del Covid-19, y simular los escenarios de desarrollo de la pandemia.
Las nuevas tecnologías pueden motivar nuevas instancias de cooperación. Hay grandes posibilidades para la introducción de regulaciones por ejemplo sobre la privacidad y la protección de datos sobre todo en áreas de reciente exploración como la biología y los medios de comunicación sintéticos. También está la necesidad de cerrar la gran brecha entre las zonas y personas que tienen o carecen de acceso a internet. Los países que exporten tanto como los que utilicen tecnología se verán cada vez más envueltos en estas discusiones. Otra vez, el trabajo conjunto para la reducción de la incertidumbre puede estimular la cooperación comercial, legislativa y el desarrollo de sociedades más abiertas.
En una época de nativos digitales -los nacidos desde los 90 ya inmersos en las nuevas tecnologías-, el inicio de la era de viajes espaciales comerciales recientemente inaugurada por SpaceX de Elon Musk, es irónico que Estados Unidos y China no encuentren un modo un tanto más creativo de resolver su rivalidad. En este sentido, algunos observadores se entusiasman con que las elecciones de noviembre instalen un nuevo presidente (y cuanto menos un nuevo estilo) en la Casa Blanca, menos proclive a la espectacularidad demagógica y que dé curso a la diplomacia profesional. La Argentina no solo es un espectador en este conflicto, sino que nuestra región entera ha pasado a ser un territorio de disputa entre ambas potencias. Estamos a merced de las decisiones de sus elites dirigentes: o un mundo conflictivamente divido en campos tecnológico-políticos, u otro en el cual, a pesar de los valores divergentes, haya lugar para la competencia y cooperación. En uno, perdemos todos. En el otro, todos ganamos.