Evaluaciones educativas, una herramienta esencial en la pandemia
Antes del inicio de la pandemia, la Argentina y muchos otros países del mundo ya enfrentaban una “crisis de aprendizajes” caracterizada por una gran cantidad de niñas, niños, adolescentes y jóvenes que no adquirían en la escuela los conocimientos mínimos para desarrollarse plenamente en el futuro. Con la llegada del Covid-19 y las restricciones a la educación presencial, que ya llevan más de un año, se genera una segunda ola en esta crisis de aprendizajes, que solo podrá ser superada a partir de la utilización de evaluaciones que permitan conocer su alcance en profundidad, al tiempo que sirvan como base para pensar mejores políticas para enfrentarla y posibiliten un monitoreo regular de la situación de ahora en adelante.
Ni la estrategia ni el problema de base son nuevos. Desde 2015, con la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, la comunidad educativa internacional redobló sus esfuerzos por conocer con precisión cuánto aprenden niños, niñas, adolescentes y jóvenes en su tránsito por el sistema educativo formal. Los resultados alcanzados a partir de evaluaciones hechas por muchos países, avalados por organismos internacionales como Unicef, el Banco Mundial y la Unesco, coinciden: el mundo enfrentaba una “crisis de aprendizajes” severa, principalmente presente en los países de ingresos bajos y medios, desde mucho antes de la llegada de la pandemia. A comienzos de 2020, según datos del Banco Mundial, esta crisis de aprendizajes se traduce, por ejemplo, en que 5 de cada 10 niñas y niños de diez años en América Latina y el Caribe no pueden leer y entender un texto simple.
Nuestro país lamentablemente no es ajeno a la realidad de la región, con aprendizajes que están por debajo de lo esperado y grupos en situación de vulnerabilidad que tienen aprendizajes mucho menores que los de familias con mejores ingresos. En la Argentina, los datos del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) de 2018, implementada en adolescentes de 15 años en 79 países, muestran que el segmento poblacional más vulnerable de esa edad que asiste a la escuela, en términos de conocimientos, tiene el equivalente a más de dos años de atraso respecto de pares de la misma edad pero que se ubican en el 25% de mayor nivel socioeconómico.
Ahora bien, la crisis en la adquisición de los aprendizajes se agrava significativamente desde la irrupción de la pandemia, lo que pone al mundo ante una “segunda ola” de esta problemática. La razón principal es el rápido cierre de escuelas y la falta de educación presencial que se inició en marzo de 2020 para frenar los contagios, que al día de hoy se mantiene en muchos territorios.
El deterioro de aprendizajes será generalizado, pero se concentrará con más fuerza en niñas, niños, adolescentes y jóvenes en situación de mayor vulnerabilidad, lo que incrementará las desigualdades
Desde entonces los gobiernos nacionales trabajan para afrontar la continuidad de la provisión del servicio educativo. A esta altura tenemos claro que la educación a distancia y la virtualidad no pueden reemplazar la presencialidad en las escuelas, y en América Latina y el Caribe, donde los cierres de establecimientos educativos fueron los más extensos en el mundo, con 158 días de clases presenciales perdidos en promedio en 2020 según Unicef, los efectos adversos que se esperan son muy importantes.
Frente a este escenario, existen al menos tres consecuencias que deberían considerarse prioritarias para la política pública educativa de los próximos años. En primer lugar, el deterioro de aprendizajes, que será generalizado, pero se concentrará con más fuerza en niñas, niños, adolescentes y jóvenes en situación de mayor vulnerabilidad, lo que incrementará las desigualdades. En segundo término, un mayor abandono escolar debido a este deterioro de aprendizajes, dado que el bajo desempeño escolar es una de las situaciones que muchas veces precede la desvinculación educativa. Por último, se puede esperar una mayor exclusión educativa como resultado no solo del proceso de pérdida de aprendizajes, sino también por el deterioro de la situación socioeconómica, que impactará con más fuerzas en adolescentes y jóvenes en edad de secundaria.
Hay proyecciones que indican que, como consecuencia de la educación no presencial implementada en 2020, en la Argentina casi 7 de cada 10 adolescentes de 15 años que van a la escuela podrían quedar por debajo del estándar mínimo de aprendizajes que utilizan las evaluaciones PISA. Sin embargo, dimensionar con exactitud la magnitud del deterioro de aprendizajes a nivel sistema solo es posible por medio de evaluaciones diseñadas para tal fin. En nuestro país, este tipo de evaluaciones comenzaron a implementarse desde 1993, pero bajo distintos nombres y de manera discontinuada, con cambios en sus objetivos y metodologías, lo que genera dificultades para el seguimiento de sus resultados y su aprovechamiento integral.
La última administración de este tipo de pruebas se dio en 2019 con las Aprender. Sus resultados fueron publicados en 2020 mediante un análisis realmente comprehensivo que buscó integrar la información proveniente de estas pruebas con otras fuentes de información que sirven para caracterizar el contexto de las y los estudiantes desde una perspectiva amplia. La experiencia de las últimas Aprender constituye, además, un avance institucional, en tanto se trata de pruebas hechas al final de una administración en 2019 cuyos resultados son tomados, analizados en profundidad y presentados en 2020 por una nueva gestión gubernamental.
Con la irrupción de la pandemia, países como Costa Rica, México y Perú, al igual que la Argentina, decidieron cancelar la administración de ese tipo de pruebas en 2020, dado que muchos de los desafíos logísticos vinculados con su implementación, desde cómo administrar la prueba en contextos de no presencialidad hasta temas sanitarios vinculados con la seguridad del personal que trabaja en estos operativos, resultaban difíciles de abordar.
Sin embargo, en 2021 la urgencia por conocer el estado de los aprendizajes de nuestros estudiantes y cuán afectados resultaron por el contexto de pandemia impone la realización de una nueva evaluación, cuyos resultados puedan compararse con los datos de la serie histórica generados por el Ministerio de Educación. En este sentido, varios actores a nivel internacional y gobiernos nacionales apuestan a priorizar la implementación oportuna de este tipo de evaluaciones a gran escala, comparables con años anteriores. Esto permitirá contar con información, a nivel sistema, de los conocimientos y competencias actuales de los y las estudiantes, los cambios ocurridos desde el inicio de la crisis sanitaria, el monitoreo de la efectividad de las acciones implementadas durante este período de emergencia, y contar con una línea de base sólida para afrontar de manera informada el diseño de políticas que nos permitan recuperar los aprendizajes perdidos.
Adicionalmente, en la actualidad varios países buscan avanzar con un uso más efectivo de las evaluaciones formativas para la recuperación de los aprendizajes perdidos. Estas evaluaciones son las implementadas por el personal docente como parte del proceso de enseñanza que tienen como propósito introducir los ajustes que se requieran, a nivel aula, para mejorar los resultados de sus estudiantes al dar una retroalimentación sobre el progreso del aprendizaje individual. Según la Unesco, en América Latina países como Colombia, Guatemala, Honduras, Panamá y Uruguay ya desarrollan nuevas acciones o profundizan líneas de acción existentes en esta área. Concretamente, aquí se busca el desarrollo de instrumentos de evaluación con estándares de calidad homogéneos que puedan ser utilizados por las y los docentes en distintos contextos para acompañar los procesos de enseñanza.
Frente a las muchas incertidumbres a las que todavía se enfrentan a nivel regional, los países en general y sus sistemas educativos en particular avanzan en alcanzar acuerdos respecto de que las evaluaciones de las y los estudiantes son parte fundamental e impostergable de la solución frente a esta “segunda ola” en la crisis de aprendizajes que enfrentamos.
El autor es investigador principal del programa de Educación de Cippec