Evaluación educativa: un paso imprescindible
Es absolutamente necesario saber dónde nos encontramos en materia de enseñanza para corregir errores y planificar adónde queremos llegar
La evaluación Aprender 2016 , realizada en 31.000 establecimientos públicos y privados de todo el país entre ayer y anteayer y destinada a 1.400.000 alumnos, debe servirnos para analizar la realidad, sin tapujos ni mentiras, y plantearnos cuáles son los pasos por dar para recuperar la educación de calidad que nuestro país ha ido perdiendo, situación de la que periódicamente dan cuenta los pésimos resultados obtenidos en las pruebas internacionales PISA y en las locales del Operativo Nacional de Educación (ONE).
Tal como ocurre con la economía y con la pobreza, entre otros tantos índices que se van develando, carecemos de datos valederos y completos. Más de una década de ocultamientos y falseamientos nos ha impedido buscar las soluciones adecuadas. No puede haber una política de Estado seria sin una radiografía clara de lo que ocurre. Aprender 2016 es el punto de partida para encarar una discusión tendiente a fortalecer nuestro sistema de enseñanza.
Resulta dramáticamente reveladora la frase pronunciada hace pocas horas por el ex ministro de Educación de la Nación Alberto Sileoni, al criticar la primera evaluación dispuesta por el gobierno de Mauricio Macri. "Con esta prueba se está preparando un diagnóstico del horror para abrir las puertas a un ajuste en el sistema educativo." Nadie sabe de lo que habla mejor que Sileoni, funcionario del área durante el kirchnerismo, entre 2009 y 2015. Muy probablemente, el temor para este ex ministro -como para muchas otras personas que criticaron la evaluación- pase, precisamente, porque ese horror salga a la luz. Que se tengan que hacer ajustes no debería sorprender a nadie, pues el horror no se supera profundizándolo, sino tomando las medidas que hagan falta para evitar volver a caer en él.
El secretario general de Suteba, Roberto Baradel, aportó lo suyo. Rechazó la evaluación al decir que "el resultado ya está". "La conclusión -interpretó- es que los chicos no aprenden porque los maestros no enseñan" y, entonces, "se avanzará sobre los derechos de los trabajadores, pero también en segmentar el sistema educativo de tal manera que la privatización empiece a calar en la enseñanza pública". Se trata de otra expresión que deja en claro la dimensión del terror que muchos sienten al sentirse descubiertos. Si algo hoy caracteriza nuestro sistema educativo es la enorme fuga de alumnos de las escuelas públicas hacia las privadas, aun en los sectores más vulnerables de la población, preocupados en hallar para sus hijos instituciones que les garanticen mayor y mejor educación y cumplimiento de los días del calendario escolar.
Durante las dos jornadas que duró el diagnóstico, hubo tomas de colegios por parte de alumnos y de padres, y algunos cortes de calles, como el organizado por un grupo de maestros y profesores identificados como Docentes por la Educación Pública, que distribuyeron en esta capital volantes con la consigna: "No al operativo Aprender. Si sos docente, no evalúes; si sos padre, no permitas que evalúen a tu hijo, y si sos alumno, no tenés obligación de rendir". No hacen falta más palabras para graficar lo absurdo de esta posición, defendida por quienes sólo ven en las evaluaciones una persecución y no oportunidades de crecimiento.
Permitir que se evalúe el sistema educativo no debería ser una concesión que los docentes hacen al Estado o, en definitiva, a la sociedad toda. Como en muchas otras áreas, pero especialmente en materia educativa, debemos ser evaluados todos, empezando por el Estado, constructor de las políticas públicas.
La prueba que acaba de concretarse había sido, además de una continuidad de las que se realizaron durante el kirchnerismo, aprobada por el Consejo Federal de Educación.
Llama a desconcierto que se quiera hacer creer que con esta evaluación se limitarán derechos. Es como pensar que un especialista de la salud pida un estudio médico para enfermar al paciente y no para diagnosticar con más precisión su enfermedad, de modo de encarar el mejor tratamiento posible.
Si tanto se le teme a la radiografía, será porque el paciente se ha dejado estar demasiado o porque, a pesar de saberse muy enfermo, no quiere enterarse de la real dimensión de su problema.
"La evaluación -dijo acertadamente el ministro de Educación, Esteban Bullrich- es como la radiografía: por sí sola no nos va a curar el hueso, pero por lo menos permitirá hacer un plan con información veraz, que hoy no la hay."
Este sinceramiento debe ser bienvenido. Probablemente no sea la mejor evaluación -hubo preguntas descontextualizadas y algunas formuladas innecesariamente-, pero nada que lleve a negarle su objetivo y valor. De más está decir que no se puede proyectar un futuro sobre datos falsos. No podremos superar nuestras falencias y corregir nuestros errores y omisiones si primero no conocemos dónde estamos parados.
Que se hayan filtrado preguntas de la evaluación Aprender 2016 antes de realizarse la prueba nos debe llamar a la reflexión. Que los gremios docentes más radicalizados hayan sido los de la provincia de Santa Cruz, que convocaron a un nuevo paro de actividades contra ella y en reclamo de mejoras salariales en el distrito que menos días de clases ha tenido en el año, también debe ser motivo de un profundo análisis.
Llama poderosamente la atención que haya alguien a quien no le interese conocer los aprendizajes alcanzados, las capacidades, los contenidos y conocimientos de nuestros alumnos; saber de las condiciones en que se realiza esa enseñanza: el clima y el contexto, el modo de empleo de nuevas tecnologías y las percepciones generales sobre el proceso educativo, entre otras variables que se sometieron a consulta.
No se enfrentan los problemas cerrando los ojos y menos aún poniendo palos en la rueda.