Eva Perón en el mito y en la realidad
El acto público de lanzamiento de la candidatura de Chiche Duhalde a diputado nacional, efectuado en el estadio de Banfield, mostró al justicialismo de la provincia de Buenos Aires en una postura de abierta reivindicación de las viejas consignas partidarias y particularmente, en una actitud de rescate de la figura emblemática de Eva Perón.
La reaparición de las expresiones proselitistas más añejas del peronismo tradicional reabre un antiguo debate de la democracia, referido al papel que deben jugar en las confrontaciones políticas los elementos mitológicos y emocionales desconectados de la estricta realidad y adheridos a una visión más afectiva que racional de los problemas que afronta la sociedad.
Sería tal vez excesivo _o poco realista_ reclamar de las fuerzas partidarias un comportamiento ortodoxamente racional, aséptico, liberado de toda contaminación con los factores emocionales. Una de las funciones de los partidos políticos es, justamente, encauzar positivamente las energías afectivas y espirituales del cuerpo social y darles un lugar en las confrontaciones entre los candidatos que se disputan el favor del electorado.
Pero sería faltar a una responsabilidad elemental no advertir sobre los peligros que puede acarrear una prédica política basada solamente en la apelación a los resortes emocionales del imaginario colectivo o fundada en una exaltación desmedida de lo que Pascal llamaba "las razones del corazón".
Por entender la política de esa manera, por bloquear los canales de comunicación entre lo emocional y lo racional, la sociedad argentina debió pagar en el pasado precios muy altos. Sería lamentable _e implicaría un grave retroceso político_ que la comunidad reincidiera en el error de resolver las grandes cuestiones públicas sin otorgar el espacio necesario a la reflexión serena y al análisis racional.
La figura de Eva Duarte de Perón resume, en sí misma, los rasgos característicos de una manera de encarar la tarea política: ella simboliza la apelación a los métodos demagógicos y paternalistas que signaron la gestión de gobierno del justicialismo a partir de 1946, así como el asfixiante estatismo que Perón estableció en la Argentina, acompañado por la abolición de las principales libertades públicas.
La posteridad ha rescatado otra imagen de Eva: la de una mujer apasionada, sincera, fiel a sus convicciones. Se exalta, fundamentalmente, su costado humano y se relega el aspecto estrictamente político. Con la memoria de Eva se actúa del mismo modo que con la imagen de Ernesto Guevara: se los desgaja del contexto general en el que se insertaron y se los pretende proponer como modelos humanos, como si los conductores políticos pudieran ser desvinculados del cuadro histórico que les sirve de marco referencial.
Esa manera de mirar la historia es sustancialmente equivocada. Ni Eva Duarte puede ser separada de lo que significó históricamente el peronismo ni es legítimo idealizar al Che Guevara como si el intento de exportar la violenta revolución castrista hubiera sido, en su vida, un mero accidente.
Los ídolos políticos no vienen solos: llegan con su cortejo de realidades, circunstancias y responsabilidades históricas. El pasado se impone con sus luces y sus sombras, con sus enseñanzas, con sus lecciones. Las mujeres y los hombres que asumen compromisos políticos deben ser claros y sinceros en sus definiciones programáticas. Y los símbolos que agiten deben guardar la mayor coherencia posible con sus propuestas.